Fui notificado por una llamada de teléfono del deceso del mismo mientras conducía temprano por la tarde. La noticia no fue impactante pues absolutamente no lo conocía y, por ser pariente de mi esposa, me pidió ir en su representación, quien con toda la parentela me dejaron abandonado en la ciudad, obviamente por razones de trabajo.
Llegue a la casa, me prepare un emparentado con tomate, dormí un poco (una hora), despues me duche y de nuevo conduje el auto hacia la funeraria alrededor de las diez de la noche.
El tipo, acorde a la noticia, se había suicidado.
Y, en completo anonimato pulularía entre las almas vivas y todos los desconocidos; pero el “si” que di por el auricular me comprometió, así que, aquí estoy abriéndome paso dentro de la maraña del grupo negro y compacto ( era muy popular ) de todos los asistentes.
Aunque no me importo no conocer a nadie, me sentía muy solo y, con traje negro, sin corbata, mi vista tendió a mirar el ataúd y: ¡Santo Sepulcro!, la morada del difunto a pesar del trágico percance, le habían abierto el cabezal para poderlo ver.
Fue tan notoria mi impresión al tratar de hacer pausa al momento, que alrededor mío, todos los presentes al unísono callaron, y un halito de formol me llego hasta la nariz tras un túnel silencioso y atrayente que se abrió entre su cuerpo inerte y el mío candente de sangre. (El olor que me llego fue imaginativo)
El suicida se había quitado la vida ahorcado y la notoriedad del suceso estaba envuelta en una bufanda glamorosa. No había nada que ocultar ni nada que temer, y no se interrumpía la cadencia de la sala al mirar tras la bóveda infinita de la muerte.
No fue ni un segundo largo ni nada extra sensorial, y aunque su rostro sin moretes permaneció fijo dentro de mi cabeza, en el trayecto hacia la casa y sin elocuencia, el retrato de sus ojos cerrados y cueros pálidos no causo ningún rezago en mi sueño tranquilo y cansado de aquella noche.
Han pasado dos días, y realmente ahora lo entiendo, lo que busque esa noche fue “un impacto trascendental” con la muerte. Y si en el momento, cuando mis ojos lo sondearon, él, me hubiera pedido que a su mano fría se la estrechara, sin importar el miedo de los presentes y su alborozamiento, yo, sin ambages, y con una sonrisa con gusto se la habría hecho pero…nada de eso sucedió y lo único que sí, escribí en la hoja de mis apuntes, como impresión del “trascendental momento” cuando estuvimos cara a cara, fue:
“…y ya no respira”
|