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Ella dormía plácidamente en el altillo que sus padres le habían acomodado para que sintiera independencia y comodidad.
Allí tenía todo lo que un adolescente debe tener para ser feliz. Su computadora, su equipo de música , sus compactos, su televisor y hasta una cama mas cómoda que aquella en la que estuvo acostumbrada a dormir hasta sus 17 años, cuando aún lo hacía en su habitación. Sus exámenes de primer año de la facultad de medicina la dejaban extenuada y su novio, fanático de llegar a casarse con una novia virgen prefería que ella quede satisfecha acariciándose sola, a tener que “faltarle el respeto” a su novia con una relación extramarital.
El ayudaba a su padre a trabajar por la madrugada en su oficio de pandero. Debían tener el pan listo a primera hora.
Su vida transcurría prácticamente al lado de su padre viudo y solo los días domingos lo cubría en sus tareas un hermano de su padre y podía disfrutar de su día de franco. La mayoría de sus amigos arreglaban salidas para el domingo se pergeñaban el día sábado. Por eso a veces en el ímpetu juvenil que justificaban sus 17 años, pasaba algún tiempo en el baño de la panadería soñando con mujeres inalcanzables.
La primer noche ella despertó de golpe, sintiendo que daba un paso al vacío. Se tomó unos instantes para verificar que no había sucedido nada extraño a su alrededor y decidió seguir durmiendo, pero previo a ello cubrió todo su cuerpo con las cobijas, inclusive su cabeza.
Jamás sospecho que sería la primera de siete noches en que abrazaría el horror de lo inexplicable.
El, cuando entró esa madrugada al negocio de su padre, no pudo dejar de extrañarse por la sensación de angustia que presionaba su pecho y por un instante tuvo el instinto de supervivencia de salir al umbral de la puerta de entrada a respirar un poco de aire fresco.
Cada madrugada, los sobresaltos de ella y la angustia clavada en el pecho de él, fueron creciendo. Crecían por una sensación de culpa inconsciente que no tenía explicación racional.
Comenzaron a tener fantasías con la muerte y sus delirios rozaban los costados de la esquizofrenia.
Ambos comenzaron a sentirse dominados por una fuerza siniestra que remitiría su existencia al limbo.
El pequeño e inteligente ser siniestro, esperó al séptimo día. Disfrutó durante seis días de la succión de sus mentes y sus almas. Solo faltaba ver sus bellos cuerpos deformados , sanguinolentos y supurantes.
El infierno de sus vidas los llevó a autoeliminarse tras una semana de agonía, la que duraría por siempre en la trastienda de lo inexplicable y cumpliría con el fin de deteriorar su carne hasta desaparecer.

Texto agregado el 01-07-2003, y leído por 305 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-05-2004 Ha sido genial, como le has dado fin a este cuento. luciernagasonambula
 
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