Cada tanto, periodos más o menos iguales, me gana una nueva batalla. Solo una palabra la inicia. O tal vez una mirada. Comienza a latir con más y más fuerza y como aquel corazón delator de E. A. Poe, termina gritando al viento, revelando sin condiciones, mis más íntimas sensaciones, mis más enteros sentimientos. Me traiciona, y mis ojos se alían con él, en la más cruenta batalla, y en todo mi ser siento que soy débil. Y logran desnudarme completamente. Y gárgolas hambrientas y malolientes se acercan sigilosamente por todos lados eligiendo la porción de mi desnudez que más les apetece. Y algunas logran engullirlas. Y no lucho. No obstante no son todas las que llegan. En ese preciso momento él, audaz, atrevido, victorioso, se corona de espinas y la sangre brota a borbotones; pero mis ropajes son largos, pesados, casi imposible de desgarrar. Y otra vez en el comienzo del ciclo, serena, entera, fuerte me dispongo a reandar el camino. Y conozco cada paso que daré y conozco cada gárgola que se acercará, pero no conozco qué nuevo pedazo de mi desnudez me robarán esta vez, que siempre es la última. |