Muero que tu tan bien vives
Acá estoy en tu sillón cansado, estirado y echado. Un cigarro mío en la mano derecha y al lado la mesa que compramos juntos. En ella tu lápiz labial rojo y mi cenicero. Tu das vida y yo la mato. La radio de regalo de novios junto al diván, suena “La despedida” (FitoPáez).
“...y fue tan grande ese silencio, fue tan grande el desamor...”.
El filtro se apreta con mis labios. Me pinto tu boca y visto de una argolla apasionada al maldito vicio de tenerte dentro pero no cerca, desnuda pero sucia, contenta y ausente, en silencio.
“...Cuando los jazmines no perfuman, cuando sólo vemos bruma, cuando el cuento terminó...”.
Camino hacia la terraza y ahí está el tinto que andaba buscando, una ola de tu amor oscuro, gastado, que no sólo me envenenó, sino que me ató aún más a ti durante al tiempo perdido que ya es muy tarde para recuperar. Me emborraché todas las noches y te besé, arañaba tu espalda, te mordía las caderas, y te gustaba. Tú, gustosa y callejera me entregabas todo tu cuerpo, nada más.
“...Y la lluvia es un espejo que me ayuda verte bien...”.
Camino por la casa, abro nuestro closet y ahí están tus sostenes; el olor a mujer que contamina, que sostiene el placer de ser recompensado y verte las tetas. Y qué más da. Acaso no son tus tetas iguales a tu rodilla, o iguales a tus codos, son lo mismo, yo todo lo besaba con la misma pasión, y me veías llorar mientras te hacía el amor, porque de los dos, yo era el único que estaba ahí, presente.
Sigo buscando y tu calzón. el olor a sexo que no debería ser más que tu vientre esperando la venida del fruto de nuestro amor. Sucia, negra, peluda. Lloro que tu también lloras. Muero que tu tan bien vives.
“...Tu me pierdes a mi, yo te doy por perdida, es la hora de huir, la despedida...”
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