Luego escribiré un título para esta historia, ¿historia?, mi intelecto observa con tibia suavidad los hallazgos que presentaba su visión, sin embargo, me embelesaba con mis propias formas y figuras.
Narcisismo, creo, que era lo que vivía, divagaba con la flor constante de necesitar su propia sombra.
Me amaba, su frugal pasar de energías, concentraba, sin saber, la misma duda de los que escriben. ¿Por qué lo hago?, nunca lo supe, el papel vacío atrae a la inspiración, y las palabras fluyen con la intención de haber logrado ser un García Márquez.
Sólo quería que la escucharan, en la forma antigua de la sabiduría literata; la propia cohesión en sus ideas me transformaba en el ahogador grito de mi propio desorden. Os preguntabais si la sofocante necesidad de escribir me agobiaba, pues respondo: no.
Me acechaba, perseguía, y cuando lograba encausarme en su lucha poderosa, decaía mi propia fuerza, convirtiéndome en la esclava de las letras.
El aroma singular de la oración me refrescaba al salir del baño, mi cabello, cepillado por la consonante, hacia una trenza, para posarse seguida del tímido sonido de la letra "L".
Mencionaba alma, la primera palabra escrita en la hoja, mi destruida mano, era cojida por el sudor que bailaba ante el cansancio de la nueva jornada de escritura.
Doblé en cuatro partes el papel que recibía mi elipsis, creo que fue enviado al África, donde os refugiabais en mi propia osadía. Aún sudo.
La sangre palpita en la hoja rota que arranqué, ¿dar vuelta la página?, sólo seguir dilucidando mi propia felicidad. No busques más explicaciones para el barranco susceptible de mi propia imaginación, no busques sentido a mis letras, yo sólo las devoro, y las convierto en esto, mi sudor inexplicable.
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