A veces siento arañas escalando por mi pecho.
Negras, grandes, con culos gordos y colmillos brillantes.
Gotas de veneno que ruedan y terminan en mi ombligo.
Esperan para atacar, acampan en mi cuarto y asechan.
Susurran ordenes y debes en cuando alguna se subleva,
marchando sola y ciega de odio y horror.
Al final de todos sus planes esta mi cuerpo, bañado en luz amarilla del velador.
Y no necesitan medallas ni banderas para hacerse de valor.
Es su naturaleza (pero podría ser algún tipo de conspiración)
Aunque una sola no basta para un paranoico como yo,
siempre atento a cualquier movimiento en los pliegues de las sabanas.
Y también soy despiadado, después de todo es mi cuarto,
y ellas lo quieren.
con o sin mí.
La dejo acercarse, casi siento esa piel rugosa y fría,
aunque esta claro que no tiene ninguna chance, esta sola y enfurecida,
cree que no la vi, se confía,
como todos los suicidas no cuenta con ningún margen de error.
Es rápida no puedo negarlo,
pone en esto toda su experiencia de araña.
Mas no es suficiente,
descubre tardíamente que el final estaba a unos centímetros de distancia.
Recorro el camino desde el cenicero a ella en unos segundos.
Seis lagrimas ruedan de algunos de sus ocho ojos.
Solitaria y rebelde, muere debajo de la contratapa de algún libro.
Luego la empujo fuera de mi territorio, al otro día estará seca y muerta.
Escuche la ceremonia al soldado desconocido en sueños.
No hubo ningún juicio en absoluto.
Ahora, ya no cuenta, rebelde o desquiciada,
"es un ejemplo" dijo la que considere el líder.
Marcharon en fila alrededor del cadáver, fue una buena tregua,
para ellas y para mi.
Por hoy podremos descansar, a ambos lados de las trincheras.
Ellas en cada sombra del cuarto,
Yo en cada sombra de demencia.
Insomnia y culpabilidad
es lo que me roba el sueño.
Y ellas le dan un sentido a estas noches en vela.
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