Con latigazo despiadado el amor deforma a ese cuerpo adolescente en trato consensual con el papel de fotografía. El paisaje contrarrestaba con mi estado de ánimo: un sauce llorón en medio del esquema del paraíso monopolizado. Ya no son la manzana, ni Adán ni Eva. Son una camisa abierta, una cámara fotográfica y yo. A veces me provoca náuseas tanto imbécil con músculos de plumavit… Entonces abro mi mochila, saco mi agenda y ahí estás. Como si la tele fuera un trozo de Olimpo falsificado. Fui feliz.
El hada se introduce en mis labios, haciéndome soñar. Unos labios sobre los míos. No se trata de una ilusión reptando por el destino. Eres tú, dónde rayos te habías metido. Tengo calor, mucho calor. Demasiado, como si el Diablo me cobijara con sus vapores subterráneos. Pero continúo con mi juego explorador. Tus labios pronto desaparecen, dejando la huella de humedad. El aroma a incienso y pasión infantil me revuelve el caldo neuronal, dejándome de una pieza pensando en esos labios, carnes movedizas, puerta que me conduce al terreno sideral, y más allá.
Pero te encontré en una noche de primavera.
Anoche soñé contigo. Soñé que me enterrabas en un bosque, lleno de serpientes y ángeles caídos. Entonces mi carne era un compendio de maldiciones, mientras mis dedos se hacen humo entre los tuyos. Mi vida es la transparencia, es un torrente de agua que me hace tormenta. Miro tus labios y tengo miedo. En tu cara había seriedad, dolor, pena y no sé que más. Siento la mordedura de un reptil. Me dejo llevar por la suavidad del pasto seco, de ése que clava m espalda en señal de tortura. Ya no era el asco, sino el abandono. La tierra cubría mi vientre amado, para nunca más revelarse ante la pasión masculina. Luego mi corazón, mi cuello, mi mentón. De pronto te detuviste, diste un suspiro y me besaste en la frente. Te miraba fijo, tan fijo que tu belleza era un privilegio para mis ojos, pero una tortura para mi alma. Me dediqué a recorrerte. Tenías la camisa abierta, la mirada brillante y el cuerpo tostado. Mis manos estaban sepultadas. Mi cabeza en el pasto; mi cuerpo en la tierra. Y luego me abandono. ¿Dónde dejaste mi corazón? Lo escondiste en el bolsillo de tu pantalón o brilla en la hebilla del cinturón. No sé, me resigno a la suerte. El cielo está nublado. Quieres enterrarme el rostro. Pero te detienes. Te quedas quieto, tus ojos se iluminan. Tus labios brillan. Quiero alcanzarte, no quiero perderte. Mis manos están enterradas. No puedo gritarte, no tengo voz. No puedo gritarte que me perdones. Y te alejas. Te alejas. Empiezo a derramar lágrimas. Nacen flores en mis mejillas, flores de color sangre. Parecen rosas, pero tienen pétalos de cristal, espinas de acero y tallo de ilusiones. Te diste vuelta, te acercaste e intentaste arrancarme las flores. Te sangraban los dedos intrusos. Y tu cuerpo se transformó en el mío. Y yo me transformaba en ti. Eras un ángel enterrado en un bosque lleno de serpientes y ángeles caídos. Me torturabas con tus lamentos. Me arrodillé, te desenterré y te levantaste. No querías abrazarme: te carcomía la vergüenza. Tenías miedo de mi pasión. ¿Cuál pasión, si te llevaste mi corazón? ¿Cómo, si lo escondiste en el bolsillo del pantalón, o brilla en la hebilla del cinturón? Te quedaste callado y diste media vuelta. Caminaste y me dejaste. Sonreí. No supe por qué. Tu camisa abierta era una navaja blanca de tela seductora. Pero te amé. Y eso es lo que importa. Arrodillada plantando flores de color sangre, que parecen rosas, pero que tienen pétalos de cristal, espinas de acero y tallo de ilusiones. El cielo se está despejando. El sol se expresa con bombos y platillos. Y ya te has marchado. Me quedo sentada allí, en ese paraíso de juguete. La fruta está madura. Las flores quedaron hermosas. El veneno que corre por mi sangre opaca mi vista. Y la soledad me coge por sorpresa. Me clava con su cristal gélido. Se detiene mi respiración. Aparece un techo, luego un espejo, otro espejo, después un computador… Me sigue perforando las ansias. Mi cama se hunde. Me ahogo. Bruta. Todo me quema.
Mi perro me muerde la oreja. Mi mamá me acaricia la frente. Me pregunta qué ha pasado. Yo le dije que era una pesadilla. Se fue. Reviso mi cama y hay una fotografía tuya. Mis recuerdos y los tuyos pasan fugazmente. Mi boca se humedece y al fin me pregunto cómo estás. Aunque me odies o me quieras… no sé.
Pero te amé. Y eso es lo que importa…
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