Memo... randum
Esta es la biografía del poeta, filósofo, escultor y frustrado pintor Memo Lesta, conocido como “EL Poeta Sibarita”, en póstumo homenaje a su vida, sus obras y su muerte, comprendidas en poco para muchos, sobre comprendidas para algunos, incomprensibles para todos, ya que como acabamos de decir, nadie las pudo comprender en su justa magnitud.
Esta obra no va a pecar de orgullo al pretender explicar lo inexplicable, simplemente intenta brindar al lector los pertrechos necesarios para explorar el enigmático y acosado espíritu de Lesta y que pueda sacar una conclusión que ya nos atrevemos a precisar como imprecisa.
Inclinado a las artes y los placeres desde temprana edad, y tomando al placer como una manifestación del arte de vivir, Memo tuvo que soportar ser hurtado, en la mayor parte de su valioso tiempo, por la despiadada lucha en pos del dinero, por un modelo de sociedad en la que aquel que no produce cosas tangibles, hereda, gana la lotería, o se dedica al sindicalismo; no puede acceder a las cosas espirituales como los buenos encurtidos, los nobles vinos, y cierto criterio estético para presentarse con dignidad ante las mujeres.
Es así como Memo se aventura en el mundo de los negocios y se hace vendedor de objetos y servicios, anhelando algún día, ser un vendedor de sueños (sin caer en la estafa, y mucho menos en la política, por supuesto).
Pero esa adicción al placer había sido quizás el origen de su desbordante imaginación, porque Lesta comenzó a masturbarse compulsivamente desde muy pequeño. “El sexo es uno de los pocos y verdaderos placeres al alcance de la mano” como llegó a definir en un luminoso momento de temprana filosofía. Además, esa molestia cotidiana de tener que procurarse el dinero trabajando, fue generando en él ese espíritu rebelde que prácticamente perfiló a toda su obra: La crítica a la sociedad de su tiempo y la búsqueda de un esbozo mental de la forma ideal y placentera de vivir.
Pronto sintió la necesidad de plasmar en el lienzo esas ilustraciones mentales que representaban caminos truncados y árboles secos como alegorías de la vida y la religión, hombres mosca chupando de su propio excremento, representando a los prejuicios y otras calamidades. “El cielo parece dividido si uno lo mira desde la base de un árbol seco, pero el cielo, en realidad, es uno solo”. No se sabe si fue su precocidad o su aliento a bebida blanca lo que hacía que la gente no comprendiese esta clara alegoría a la lucha de las religiones, religiones secas como árboles secos. Alegorías como esta, de una sencillez y profundidad considerables fueron presa de la ira y frustración de Memo, que para disgusto de su madre, quemaba inconclusas en la cocina y para colmo de males, sin encender el extractor.
Pero aquella madre, si bien tampoco entendía sus obras, no solo supo intuir la genialidad de su hijo, también intuyó el peligro de frustrarla y de incendiar la casa. Comprometió entonces a un amigo de la familia, un famoso marchand, para que se digne a evaluar una pintura de Memo. Estaba cansada de que le ensucien la cocina.
El marchand era un hombre muy ocupado con un secretario demasiado expeditivo y cuidadoso del tiempo de su patrón. En vano fue Memo varias veces a solicitar la entrevista y el marchand no pudo atenderlo, hasta que Memo, indignado, agarró su cuadro lleno de alegorías, arrancó el envoltorio y lo puso violentamente en manos del secretario “Ahora vaya a mostrárselo a su jefe, vuelve y me dice qué le pareció” le dijo con los ojos encendidos. El secretario, conmovido e intimidado, le tuvo que hacer caso.
Cuando el marchand vio el cuadro, quedó impresionado, esos hombres mosca ataviados de sotana, chupando estiércol con lenguas en forma de cruz invertida, activaron en él sentimientos desconocidos, pensó que el muchacho tenía futuro. Se quedo mirando, analizando el cuadro que sostenía su secretario, hasta que vio la firma y dijo:
“Ah, ese pintor, ese muchacho que me recomendaron... Memo Lesta...”. Y el secretario sin dejarlo terminar dijo “Comprendido Señor” y echo sin más al muchacho a las patadas de la galería. Memo arrojó el cuadro a la basura, y desistió de la pintura para siempre.
Ese cuadro hoy, recientemente descubierto como único vestigio pictórico de Lesta salvado de las llamas, puede apreciarse en la vitrina de “Fumigaciones Ramón” en el pasaje Bollini de Buenos Aires.
La frustración como pintor que Memo padeció en su adolescencia desencadenó sus ansias de libertinaje, entregando un par de años de su vida a los negocios, los amigos, los placeres libertinos, el tiro al blanco y al ajedrez. Luego se enamoró y se casó, sufriendo un periodo de “nutrición intelectual pasiva”, como así lo llamó él.
Convertido en todo un empresario e intelectual, leía un libro por día, robándole ese tiempo a su rutina y descanso nocturno. Pero al tiempo entró de lleno en un largo periodo de melancolía e insatisfacción. Alquilaba ocho videos por fin de semana. Fue cuando ya no sabía qué mirar y alquiló una de la saga de Rambo que para colmo ya había visto por tv, que se dijo que debía terminar con semejante y nociva adicción.
Un día, sumido en la soledad de su depresión, contempló una enorme pila de latas de cerveza vacías que no se dignaba a tirar, porque su mujer y sus suegros le preguntaban siempre por qué no lo hacía. Encontraba cierto placer sádico en las justificaciones que les daba. Una vez a su suegro le contestó:
“¿Es que todo tiene que tener un por qué? ¡Usted vivió trabajando toda su vida como un perro fiel en el mismo empleo, se dedicó a matar el tiempo libre mirando programas estúpidos de televisión, conoció a una sola mujer en los setenta y cinco años que tiene y vivió con ella haciendo el sexo los martes y los sábados con un nylon abajo para no manchar la sábana. Ahora es un jubilado aburrido, tiene una pensión de mierda, dedicó media vida a educar y controlar celosamente a su hija para que un loco como yo fornique todos los días con ella de las maneras más ingeniosas! ¿Y si yo le pregunto por qué Usted desperdició su vida así? ¿Qué me contestaría?” .
Nunca, para las delicias de nuestra curiosidad, sabremos qué le contestó el suegro, pero sí sabemos que desde ese día nada fue igual, ni para el suegro, ni para él. Nadie se imaginó que ese episodio daría origen a una corta pero insólita incursión por la escultura de nuestro polifacético genio.
Luego de su temperamental descarga de artillería verbal, fue a la heladera a buscar una lata de cerveza, que decidió acompañar con un sandwich de jamón serrano, pan negro, manteca salada y pimienta verde de molinillo. Cuando terminó su cerveza entonces, contempló, como decíamos, la montaña de latas vacías. Tomó la que acababa de consumir, la miró detenidamente y pensó en cuantas de esas latas habían sido compartidas con sus amigos, entre las risas y los pensamientos más fértiles.
En pocos días, en la vereda, una mesa, dos maniquíes enfrentados tomando cerveza y una tubería de latas soldadas unas con otras dibujaba un “8” acostado representando el infinito entre la frente de un muñeco y otro. “Pedo Cósmico” la denominó, con una placa de bronce asegurada a la mesa. El problema fue que el basurero se la llevó, a pedido de su mujer y sus suegros. Una obra de arte efímero (literalmente). Era la época en que la gente se robaba las estatuas para fundirlas y vender el bronce.
“Y de qué sirven entonces, si las alas de las artes deben enjaularse, para que no se las roben o para que la ignorancia las destruya con manos insensibles. A eso llaman “Orden e Higiene””. Y Memo decidió dedicarse a describir sus imágenes mentales con las exquisitas letras que hoy todos conocemos. Allí, con el divorcio de su mujer, comienza su casamiento de por vida con el cuento y la poesía.
En los inicios de su derrame de tinta. y autodeclarado poeta báquico, escribe sobre el vino de la vida, de la amistad y del amor. Pero aquellas fueron letras únicamente festejadas por sus amigos y su amada, salvo una en la que podemos adivinar la influencia de la literatura china, en particular la de Li Tai Po, en cuanto a la estructura y a la síntesis de sus poemas. Refugiado en las coloradas tierras guaraníticas del litoral de Argentina, su país, creído a salvo de los embates de su ex mujer y embriagado en el deleite del nuevo amor, escribe para la eternidad:
“Una bella flor me canta en guaraní,
son los bellos labios de tu cachí”
Mi t’mpó late como mi corazón,
en la bella dicha de la sin razón”
Teniendo en cuenta que “cachí” es el órgano sexual femenino, y t’ mpó el masculino, nos podemos explicar el por qué de la abrupta aceptación regional de los escritos de Lesta.
Un amigo le avisa de un concurso de poesía breve por internet. El había quedado recientemente impresionado leyendo en una revista de cacería (otra de las pasiones de Memo) un aviso que promovía un aerosol para atraer osos. El producto tenía una fragancia parecida al almizcle de una osa en celo. Las musas del bosque acudieron instantáneamente a la mente del poeta, como atraídas por unos de esos mágicos aerosoles:
“Compró la carabina y el aerosol
con la fragancia de la osa en celo.
El arma resulto muy mala,
el aerosol muy bueno,
El oso calentón y ciego
...de nacimiento”
Treinta palabras debía tener la poesía ni más ni menos y treinta palabras bastaron para propulsarlo a la fama con la tragedia del “Cazador Osado”. A partir de allí lo colmaron de honores, pero económicamente estaba destruido, debía volver a trabajar, las letras le traían ciertas glorias, pero ya debía tres meses de alquiler y en su heladera solo quedaban sobras de asado y restos de vino de las juergas gastronómicas que organizaba para sus amigos los fines de semana. La vida de negocios lo llamaba a gritos al igual que sus acreedores y socios. Un lunes de lluvia, decide por fin ir a trabajar a su oficina, con toda la pereza y la resaca de un domingo de sexo desenfrenado que había pasado en su jardín subtropical, a la sombra de palmeras y bananos, bajo la luz de las estrellas, y la mirada escandalosa de sus vecinos.
Mirando pasar a los taxis insólitamente vacíos desde su ventana, y resistiéndose a tomar uno, (por vez primera resistiéndose a tomar algo) abre su agenda y traza este relámpago en la oscuridad de sus pesares:
“Cuantas oportunidades uno deja pasar,
para llegar a tiempo a donde no se quiere ir”
Y ya en el taxi, en fúnebre marcha bajo la lluvia hacia la rutina, continúa escribiendo:
“Mi modorra en su obstinada negación,
borronea indiferente las lágrimas del cielo,
como la escoba del limpiaparabrisas.
El cuerpo transita en taxi con desesperación,
El alma queda reposando del amor en cama,
Con parte de enfermo”
Y al llegar a su oficina el revuelo del naufragio lo absorbe y bloquea. Los negocios no solo lo asquean esta vez, sino que lo violentan en continuas súplicas por el dinero perdido. Tantos años de verdadero sacrificio se desmoronan ante sus ojos, entre sus manos. “Porque solo se puede hablar del sacrificio del haragán ¿O acaso es un sacrificio trabajar para quien le gusta o para el que se aburre si no lo hace?” reniega Memo. Los clientes no le pagan, los empleados le roban, los socios lo putean. No tiene ganas de luchar, pero la necesidad lo puede, lo abofetea, lo humilla, lo reanima en cierta forma:
“Aunque el mundo cargue en mis espaldas,
no puedo menos que levantar mi traste,
ante el solitario escándalo del miserable tetrabrick”
Es allí cuando las letras de la China antigua que tanto degustaba, vuelven a influenciarlo, pero esta vez en su filosofía. Lao Tsé con su camino del Tao lo lleva a observar “El cómo ocurren las cosas” y comienza de menos que cero, se deshace de los empleados y los socios, se organiza y se adapta achicando los gastos, sin crear resistencias, sin generar fuerzas antagónicas. Traza un plan de supervivencia para pagar las deudas y en el Paraguay, en un rústico monoambiente con ventanita al río, vive prácticamente gratis gracias a la diferencia de cambio, adorando atardeceres, degustando paltas y pequeños manjares del mundo a la luz de las velas, disfrutando de una austera paz junto a su joven y hermosa amada, haciendo el amor como los dioses al son de la buena música de siempre (otra de sus pasiones públicamente conocidas).
Este nuevo estado de alegría y tranquilidad fue el desencadenante de su apogeo literario. En su computadora, entre trato y trato, entre negocio y negocio, fue armando con ínfimos y continuos granos de tiempo el colosal castillo de su obra. Quizás eso explique esa inestabilidad emocional/temporal reflejada en los diferentes párrafos de sus escritos, atribuida por algunos a los distintos estados de ánimo que Memo sostuvo a lo largo de su día laboral, a medida que fue escribiendo, interrumpido por los hombres y las mujeres que visitaban su despacho. Algunas de estas mujeres... sus musas terrenales:
La jornada despierta con melancolía,
es asombroso como se distiende y se tensa,
el mediodía radiante de tus pechos,
es increíble esta separada cercanía,
un abismo de fórmica y de compromiso,
interrumpe esta agradable interrupción,
que agradezco con el alma atardeciendo,
aunque no se haya vendido un carajo en todo el día.
Aunque los lectura de los poemas de Memo nos incite a hacernos toda la idea de una especie de degenerado, Lesta tenía muy clara la diferencia entre lo que él denominaba “La apreciación de la belleza” y la infidelidad. La traición fue algo inconcebible para Memo, perdidamente enamorado de su nueva mujer, resultaba algo más inesperado todavía “Un abismo de fórmica y compromiso” refiriéndose al escritorio y a su compromiso con su verdadero amor. Pero sus compromisos con el arte y la verdad, lograron hacer públicas algunas tentaciones que a pesar de haber sido consumadas solo con su mente y su pluma, le costaron no pocos disgustos en su relación de pareja. Como el famoso homenaje rendido a aquellos ojos anónimos:
“A mi también me duele la nobleza,
desperdiciar tus miradas insinuantes
de esos ojos verdes que chispean,
concebidos divinamente para iluminar,
hasta la más oscura de las mamadas”
O aquel célebre:
“Festejo tu corta edad y vestidura,
zambullendo delirios primaverales,
en el remolino de bronce y de durazno,
que tu dermis ostenta insolente y púber,
como si fuera el ojo y epicentro del mundo.
Hoyo que te eleva ese ombligo quinceañero,
a las alturas de una falsa ingenuidad,
cuando lo que buscas tu y yo bien lo sabemos,
gozar sin masturbarte,
con un hombre de verdad.”
La edad de oro llega con su madurez poética y comercial. Salda sus deudas, realiza pequeñas inversiones y mejoras para su negocio. Casi sin proponérselo y alegremente, logra administrar sus afanes de placer y vive una etapa de modesta tranquilidad. La alegría aflora en las pequeñas cosas, en sus caminatas de otoño, en sus tardes de oficina, de poesía, y de café con pastelitos de dulce de batata con pasas de uva y nueces.
“Capullos de otoño se abren en mi billetera,
Como flores verdes llegan y se van,
pero del color de la esperanza....
siempre algo se queda”
Prisionero de un mundo insensible a la poesía, y con nuevos bríos y algo más de tiempo, busca el desafío de llegar al corazón de la gente a través del intelecto. Así siembra en la tierra dura y seca del posmodernismo, sus inéditos y esclarecedores ensayos: “Mitos y leyendas de la frigidez femenina”, “El Lechón al Horno y su Influencia en las Letras Argentinas”, “Relación entre la impotencia sexual y la politización del individuo” “Amo de casa o el Neo machismo como opción inteligente” y “Barbie tiene la culpa”. Con este último ambicionó exponer las secuelas que el famoso juguete ha dejado y sigue dejando en la mujer moderna en cuanto a su aborrecimiento a la cocina, la pretensión de manejar correctamente un automóvil, y la duda existencial del no saber qué ponerse:
“Nuestras madres jugaban con planchitas, cocinitas, hacían manualidades y cosas ricas, imitando el modelo de conducta de nuestras abuelas que pasaban el día sin sobresaltos, esperando a sus maridos para premiarlos por la lucha por el sustento. Hasta que salió la Barbie y el modelo a seguir fue esa bataclana llena de chiches, con departamento propio y ropero interminable, con auto y moto y oficina. Con esa mezcla de modelo, actriz, ejecutiva y puta de categoría... Entonces, cuando crecieron esas niñas, huyeron de sus hogares, invadieron gimnasios, quirófanos y peluquerías, y salieron a buscar como locas esa vida ficticia. Se dejaron explotar en los trabajos, estudiaron con obsesión para conquistar sus profesiones, y todo para comprarse la versión de verdad de esos juguetes que manipularon de chicas: los accesorios de la Barbie. Pero eso si... hay que reconocer que hasta los treinta y ocho años, ahora están para “darles”, cosa que dudo un poco de nuestras madres y abuelas”.
Estas semillas de sabiduría aún no han germinado, y suponemos que faltarán por lo menos un par de décadas para que la sociedad digiera la genialidad visionaria con la que fueron escritos estos ensayos.
Las obras intelectuales de memo son rechazadas de pleno. El genio en su modestia piensa que es él el que esta fallando. Tarda en descubrirlo pero lo logra: debe bajar el nivel de relación mensaje/página para ser entendido, se inicia entonces en el arte del cuento.
Los elabora entonces, con la esencia intelectual de sus ensayos como oculto eje de sus narraciones y con personajes cuya normalidad es asombrosa teniendo en cuenta lo poco común y la trascendencia del mensaje que caracteriza a los cuentos de Lesta. ¿Quién no puede descubrir hoy, en los afeminados gestitos de algún docente, a “Nestor y su Exitosa Frustración”, ese profesor que llega a ministro de educación, pero que en realidad hubiese sido feliz siendo una maestrita rural coqueteando a escondidas con el portero de la escuela. O quien no se encuentra acaso con “Gaspar” al consultar a un arquitecto, ese monstruo maldito que desahogaba su terrible sadismo diseñando y construyendo estrafalarias terminales de autobuses de larga distancia para las grandes ciudades. Llenas de escaleras para que la gente rompa las ruedas de sus valijas y disloque sus coyunturas; con distancias enormes y diferencia de pisos entre el estacionamiento, la boletería, el despacho de equipaje, y la plataforma correspondiente. Basta con conocer y padecer la terminal de Buenos Aires para darse cuenta del pavoroso realismo de este personaje. O su famosa obra maestra de terror científico “La Mucama Más... Cara” en la que la ex esposa del protagonista hace un pacto con la mucama por una gran suma de dinero. Ambas se operan intercambiándose las caras. La ex esposa reemplaza a la mucama para seguir de cerca a su ex marido y hacerle la vida imposible secando y planchando las camisas sin enjuagar; haciéndole triple raya a los pantalones; mezclando en el lavarropas ropa de color con sus medias y calzoncillos blancos; guardando el vino tinto en la heladera; calentando el café volviéndolo a cargar por la cafetera eléctrica; dejando el baño impecable, pero sin papel y sin toallas, y todo tipo de conmovedoras e ingeniosas maldades. Lo sorpresivo de la trama es que a pesar de los sabotajes más crueles, resulta ser más eficiente y mucho menos destructiva que la mucama anterior y eso no es nada al lado del tenebroso desenlace: ¡la víctima se enamora de la falsa mucama y hasta llega a casarse nuevamente con su mujer sin saberlo!. Mórbido terror, sin dudas.
El público consagra el trágico contenido de cotidiana realidad de sus cuentos y el arte y la originalidad fantástica con que desnuda a las fatalidades de todos los días. “La Mucama Más...Cara” es llevada al cine, desborda la taquilla y es galardonada con el premio “Concha de Lata” en el festival de Las Toninas. En Cannes en cambio, no le fue tan bien: tuvo una suerte de perros.
La fama lo abraza y lo ahoga como una tía cargosa. Pronto se cansa de las fiestas de alta sociedad en las que la máxima diversión es hacer el trencito del festival carioca. El champagne no le gusta demasiado, le da acidez y lo hace eructar. La popularidad de la cumbia desborda las clases bajas y se instaura como novedad pretendidamente graciosa en las fiestas de clase. Es cuando al mismo borde de la descompostura, al ver a sus caballerosos amigos contonearse divertidos al ritmo de esa música aberrante con sus elegantes mujeres, mujeres que el poeta supo premiar en secreto con sus más exquisitas fantasías, es allí que comienza la vida de anacoreta de nuestro visionario. “Se ha llenado el pozo ciego: Nunca imaginé que la decadencia pudiese trepar tan alto, ¡Vamonos querida!” dijo y excepto en algunas ocasiones en las que su ausencia significaría un desprecio demasiado grande para el anfitrión amigo, nunca más fue a una fiesta por el puro placer de ir.
Además de su desencuentro con la sociedad, Memo debe a la cumbia (en realidad, a su aversión a ella) su encuentro con la naturaleza y su regreso a las fuentes. Un día estaba el escritor, como siempre junto a su amada, refrescándose de los terribles calores del subtrópico en las aguas de un arroyo de un recreo público, de los tantos que hay en la provincia de Misiones. Inmersos en la paz, y en el agua que corría fresca entre los cuerpos de ambos y la botella de sidra, contemplaban la copa de los árboles recostados en las piedras redondeadas por millones de años de frescas caricias a la sombra. El cantar de las aves y el revoloteo de las enormes mariposas adornaban el momento de quietud contribuyendo al éxtasis de la gente sensible, pero como bien decía Memo, la decadencia estaba llegando a los niveles más altos, como los excrementos de un pozo ciego que desbordan contaminándolo todo con su mugre y hediondez, vergonzosamente, impúdicamente sin límites. Un automóvil se acerca al arroyo entre los ebrios gritos de sus facinerosos ocupantes. Amarrado al techo del vehículo con pringosas cuerdas y correas, se erigía un descomunal altoparlante, hecho como para molestar con la propalación de sus ruidos a doscientos metros a la redonda... ¡Cuuumbiaaaaaaa! Fue el grito que con su wattaje sepultó los insultos de Lesta, y entonces la mal llamada música espantó a las aves, las mariposas y la paz del lugar, arrojándolas muy lejos con el mayor de los desprecios. No hubo forma de contener a Memo, ni con las súplicas de su amada ni con los forcejos de la gente de bien que quiso detenerlo. Se levantó del agua y les vociferó a los descomedidos lo que realmente se merecían.
A los pocos meses, repuesto ya de la terrible golpiza que los vándalos propinaron a nuestro genio en pago por su (justificado) mal genio. Al tiempo como decíamos, Memo concretó una idea concebida seguramente durante la convalecencia de aquellos golpes: Compró su propio arroyo, su porción de mundo virgen. En medio de aquel edén se refugiaría del mundo hasta el final de sus días. Cazando y pescando, procurándose algún dinero con la cría de raras especies animales, suficiente para los placeres de siempre. Agasajando a sus amigos en su singular castillito de madera y piedras, como siempre, junto a su amada.
“Atrás quedan el Mundo y su hipocresía,
atrás queda un mundo de porquerías,
aun quedan restos grasientos en mis oídos,
tristes y meros recuerdos
de tiempos y trajines que ya se han ido”
El amor, la amistad, la naturaleza,
me acompañan en la serena aventura,
en este sendero de vida hacia la paz final y total,
iluminado por la música, la poesía,
el sol, las estrellas, el vino, la luna...
...y la alegría”
Lo que escribió Lesta en su terrenal edén no fue de gran trascendencia, ni tan abundante como él soñó cuando anhelaba y planeaba aquella vida en armonía. Quizás faltó la rebeldía, ese ingrediente que le daba el fuerte sabor a sus escritos que surgían como pancartas ante la provocación que el “...mundo de porquerías” le inspiraba, con todo el sentido de esta última palabra.
En la sobremesa de una copiosa cena de carnes de caza y cría, regada con el mejor de los vinos, un amigo le preguntó qué le estaba pasando, porque hacía tiempo que no leía ni siquiera una estrofa nueva de su creación. Lesta le contestó con un antiguo refrán, modificado por él, sabia y oportunamente para la ocasión: “Muerta la rabia, el perro ya no ladra”
Memo Lesta murió hoy, el 20 de Abril del año 2.001... de risa
Alejandro Racedo “El Loco”
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