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Ignición

Despegas tus pies del suelo en un suave cantar denominado pisar. Caminas mirándolo todo, aunque carezca de sentido, y te detienes para observar si tu sombra te acompaña. No te deshaces de tu ego, y te supone la peor condena como ser humano que puedas padecer.
Con el paso del tiempo aprendes a callar, cada vez tienes más miedo a hablar. Y el silencio lo invade todo hasta que aparece otra nueva mujer en tu vida. Allison era diferente a todas ellas, sabía bailar el “son” cubano como nadie, y a cada tres pasos se cascaba un suave mojito hecho con ese roncito añejo dominicano que tanto le gustaba, creo que era de la marca Barceló.
La conocí en un bar de salsa de la calle Rosselló de Barcelona, ese día se celebraba una famosa sesión de guaguancó; y en la que participaban los mejores dj’s del mundo.
Allison casi vestía de luces, y la purpurina le encendía su angelical rostro de viciosa caribeña. Nunca me dijo su nombre real, y no supuso ningún obstáculo en nuestra relación fraternal. Era muy amiga del barman gay rubio, que a su vez era amigo de Teo; y a mí me la presentó Agustín, compañero de piso de Teo. Pues bien, así estaban las cosas : tenía una mujer de rompe y rasga con la que me veía tres veces a la semana, y ni siquiera me la follaba, creo que se lo hacía con Teo al ritmo del Chan chan de Francisco Repilado.
Allison ejercía de dependienta en una conocida perfumería del Paseo de Gracia, y me sacaba mi colonia Gaultier a mitad de precio. Y yo a cambio le hacía de chofer, confesor, y pareja de baile. Podía babear toda la noche mirando sus agitados muslos sudorosos que me restregaba durante horas, su olor se quedaba impregnado en mi camisa Springfield de cuatro mil quinientas, a veces dejaba restos en todo el cuello de su carmín barato; y no lo entiendo, trabajando donde trabaja podría tener los mejores productos cosméticos por cuatro duros.
Su edad podía oscilar entre los treinta y cuarenta años, en realidad nunca hablaba del tema. La mía la tenía sabida : treinta y cinco añitos y viviendo en casa con mis padres.
Era todo un desaventajado que intentaba ser especial con la ayuda de las personas que me acompañaban. Me daba mi valor según los besos y abrazos de Allison, los comentarios de Teo, las broncas de mi madre, los despectivos análisis a los que me sometía mi padre, y las miradas analíticas de los compañeros del curro. Pero pasé inadvertido un hecho significativo : las personas siempre cambian de opinión. Nunca debes creerte todo lo que dicen los seres que te rodean; y es que no son buenos ni los halagos ni los insultos, tanto una cosa como otra siempre compensan poco.
Una noche, harto de mi lamentable situación, fui a por todas de golpe. Me senté en la barra para tragarme todas las caipirinhas que mi bolsillo aguantase, al cabo de unas horas me levanté más borracho que Bill Clinton un cuatro de julio. Me acerqué a Allison para obsequiarla con un iracundo lengüetazo de tornillo de cinco minutos, durante la hazaña ella no cesaba de darme bruscos empujones con el fin de liberarse de tan arduo individuo de aliento embriagador. Tardé unos minutos en entender que ese beso no le gustaba nada, y finalmente acabé la escena con un lo siento seguido de un fuerte hipo.
Cuando buscas sexo desesperadamente siempre acabas cagándola, y en ese error aprendes que toda relación con las mujeres depende de tres reglas : dónde quieran, con quién quieran, y cuándo quieran.
Y éste podía haber sido uno de esos relatos que tan de moda está, y es que hablar de las mujeres violadas y maltratadas es todo un negocio; de hecho muchas novelas de reconocidas autoras no cesan en tratar una y mil veces el desagradable problema social que supone la no aceptación por parte de un hombre de la negativa de una mujer. Digamos que somos caprichos con fecha de caducidad. Os puedo asegurar que he hecho el amor, sin apetito ni deseo, más de mil veces por el simple hecho de complacer a mi pareja. Pero ellas lo tienen todo tan claro, y a la menor duda te denuncian.

Ojeando el periódico advertí varias noticias de mujeres que denunciaban a sus cónyuges por violación, y yo me pregunto cómo es posible tanta estupidez; y es que todo esto me produce náuseas. Para qué tanto enfrentamiento entre sexos, no le encuentro sentido.
El viejo Leopoldo, del quinto cuarta, no deja de hablarme de su Juana y de los potajes que le cocinaba. Ya tiene setenta y cinco, la Juana no llegó a los cincuenta y siete; y una vez más el cáncer ganó a la persona en una partida a vida o muerte que duró cinco años inaguantables para el matrimonio de los Sánchez Tejedor. Ahora Leo está bien, aunque a veces se queja de la terrible soledad que debe aguantar todos los días; pero se consuela viendo las fotos de su querida Juanita. Me explica lo mucho que le cuidaba con estupendos guisos y la casa siempre limpia para cuando él regresaba de su trabajo en el ferrocarril. Cuanto más mayor me hago, más temo hablar-me decía Leopoldo una y otra vez para advertirme de lo mucho que ha cambiado la vida-.
La gente no se aguanta, nadie se traga el orgullo por amor. Todo es un negocio práctico en el que no se vale perder, se habla sólo de ganancias y balances favorables. La economía ha invadido todas nuestras vidas-me explicaba emocionado el viejo Leopoldo-.
Y aunque nunca lo vi llorar podía predecir que lo hacía todas las noches a la misma hora, tenía ojos tristes y párpados tan vagos como necesitados de humedad. Me explicó que los matrimonios habían dejado de ser sagrados, ahora todo era negocio: lista de bodas, banquete de doscientos comensales, viaje de novios al Caribe, terapia de pareja y familiar, e hipoteca a treinta años.
Cada día estaba más triste debido al potencial de la información parejil a la que el anciano me había sometido. No podía creer en el perturbador romanticismo de una pareja besándose a orillas de un bíblico lago, ni podría saber la felicidad que te puede provocar ver como una mujer que te quiere se pasa toda una mañana guisando un laborioso plato sólo para complacer tus gustos. El mundo se volverá cada vez más desagradable-sentenció el viejo-y todos seremos productos intercambiables sin razones para amar y venerar gratis a alguien. Las mujeres, con sus ideales, están destruyendo el equilibrio natural de la especie. Todo ha empezado ya hasta el último día del sexto año de la nueva era. La tasa de natalidad irá disminuyendo, las hembras ya no querrán perder tiempo en dar a luz. La población irá envejeciendo, y el Estado, que tardará en alertarse del serio problema de perpetuación, seguirá respaldando a las empresas basura que despiden a las pocas hembras sumisas que desean traer un hijo al mundo; porque, aunque pocas, todavía quedan mujeres que enfocan sus vidas al único destino posible que les ha dado Dios: procrear y ser felices.
Pero la mayoría son mujeres de postín que visten y viven como hombres peleados con la sociedad donde su actividad favorita es la manifestación reivindicativa del derecho de la mujer; pero las muy imbéciles se olvidan que así sólo joden el derecho a nacer, y la batalla de construir un mundo mejor y más sano para todos los que vengan en próximas generaciones-.
Tengo treinta y cinco años, y vivo en casa con mis padres.


Texto agregado el 06-12-2004, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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