LA BANCA GANA
Natalia Sánchez había montado, a sus veinticuatro años, un supuesto próspero negocio de peluquería. Era un ejemplo claro de mujer emprendedora, una despreocupada empresaria que trabajaba cincuenta horas semanales para hacer frente a los innumerables pagos que la torturaban mensualmente. Jamás pensó en todo lo que le podía caer encima. No facturaba demasiado y los pagos a los proveedores se iban demorando, el gestor la agobiaba, sus padres y hermanos no dejaban de criticarla (dos hombretones mayores que ella, de veintiséis y veintiocho respectivamente), pero La Nati cogía fuerzas de cualquier sitio para afrontar diariamente la lucha con los estúpidos de sus clientes. En el banco, al principio de abrir persiana, la trataban como una diosa, pero poco a poco se les empezaba a ver el plumero; y sobretodo cuando empezaban a llegar cantidad de recibos impagados. Un día le sonó fuertemente el teléfono de su bien acondicionada tienda, escuchó la desagradable voz de la directora de la sucursal bancaria donde había solicitado su préstamo.
-Debes dos letras del préstamo, si no te pones al corriente con los pagos te lo reclamaran nuestros abogados.
Natalia se asustó y se puso nerviosa; es decir, sudores fríos, dolor lumbar, mareos, falta de apetito, y un largo etcétera de sensaciones.
Por la noche había quedado con su pareja, Luisa, una estupenda lesbiana de metro ochenta y cinco y perfectos pechos de silicona; y todo ello acompañado por un cuerpo fruto de duras sesiones de fitness; y unos profundos ojazos azules.
Luisa y Nati cenaron criadillas con tinto en un conocido asador argentino; y de primero compartieron una provoleta de gambas y otra de setas. Al finalizar el gustoso menú, decidieron pasear por un parque cercano en el cual Nati le comunicó la desgraciada noticia. Luisa la insultó de todas las formas posibles y le dijo qué cómo era posible que no se diese cuenta de lo poco rentable que iba a resultar el proyecto en el que se había embarcado. Lloraron juntas después de dos interminables horas de trapos sucios que sirvieron para que Luisa accediera a pagar las deudas contraídas por Nati con la condición de que está pusiera el negocio en traspaso lo antes posible.
La cosa siguió sin ir a buen puerto, y se volvió a pillar los dedos por segunda vez; pero se calló y aguantó hasta que el banco la embargó y la dejó tirada como una colilla.
-Corren tiempos difíciles para los negocios-le dijo la directora del banco.
Nati acabó su apasionado romance con Luisa y se propuso renacer con un nuevo trabajo y una nueva vida; olvidándose una vez más que España es el único país del mundo que te quita cualquier oportunidad de triunfar en la vida, en este trozo de mapa te despojan de todo sin ningún tipo de remordimiento.
Nati consiguió entrar a trabajar en una conocida cadena de fast food por ochenta y dos mil pesetas al mes. También tuvo que volver a sus estudios de empresariales, que había dejado colgados en el segundo año de carrera para estudiar peluquería. Se volvió heterosexual y conoció a un magrebí de treinta centímetros de pene llamado Hassan. Se fueron a vivir a una de esas jaulas de cuarenta metros cuadrados llamadas estudio; estaba ubicado en el gótico barcelonés y pagaban una mensualidad de cincuenta y ocho mil pesetas al mes más gastos. Sus vidas eran miserables y trabajaban para vivir y poco más. Todos los agostos se achicharraban de calor en una ciudad condal diseñada para que los ricos paseen por los jardines hechos con los impuestos de los pobres, ya que sus gestores se las ingenian para que los más favorecidos nunca paguen un duro y se les devuelva siempre un buen pellizquito.
Nati y Hassan fumaban porros como única opción para poder soñar en un mundo con tantos obstáculos para todos aquellos que tienen buenas ideas y que quedan supeditados a trabajos basura con ridículos salarios.
Hay un perro cabrón suelto llamado Estado y se caga en todas las esquinas para que los ciudadanos llevemos su mierda colgando de la suela de los zapatos. Nati y Hassan saben que siempre irán llenos de esa mierda que no se pueden limpiar por mucho que lo intenten, son dos piezas más de ese enorme engranaje político sin sentido que nos rapta para azotarnos con fuerza.
Creemos que miramos pero en realidad nos dirigen los ojos, creemos que respiramos pero en realidad nos dejan respirar, creemos que andamos pero en realidad nos trazan nuestro camino; y esta obra no cambiará las cosas porque qué es un solo hombre delante de un inmenso agujero negro.
Nati y Hassan saltan y gritan, se creen libres pero sólo lo intentan. Tenían sueños pero se equivocaron al intentar hacerlos realidad, porque los sueños son precisamente eso, sólo sueños.
Siempre puedes mirar al cielo y darte cuenta que eres pequeño a su lado pero que te permite observarlo, y eso es algo que no debes olvidar.
Nati y Hassan observan todo desde la barrera, trabajan y consumen. Todos contentos, sin ambiciones, sin necesidad de salir de sus degradadas condiciones sociales.
Algunas veces se preguntan lo que podían haber conseguido de la vida, pero no hallan la respuesta.
Tengo un amigo musulmán que los conoce muy bien, según él los dos están muy bien: enamorados y juntos. El otro día me invitó a una cerveza en una tasca de la plaza Virreina, me comentó que al llegar a Barcelona pensaba en todas las posibilidades que tenía una ciudad así para alguien de su condición, pero que se estaba dando cuenta de los brazos tan estrechos y cerrados que posee la ciudad con todos los extranjeros. Todo lo de fuera molesta, y creo que es la ciudad más xenófoba del mundo, y lo peor es que nadie se quiere dar cuenta. Nunca he visto tantos pies descalzos apaleados por hipócritas que alardean de su escondida hospitalidad. Cuando quiero desconectar cierro los ojos, ahora los abro y dudo a la hora de pestañear. Tengo miedo de contagiarme, de gritar en el lado contrario de mi benéfica lucha.
Ayer llovió toda la tarde, unas cuantas almas se mojaron, yo estoy seco pero lloro. He quedado con Hassan y Nati, igual viene mi otro amigo musulmán llamado Armand (el de Virreina). Son las ocho y cuarto en mi reloj, dijimos que nos veríamos a las nueve en la plaza Real. Llega la hora nos damos unos besos de cortesía y nos metemos, mal mirados, en un bar de tapas. A Nati le encanta la tortilla de patatas bien cuajada y con cebolla y ajo, a Hassan le chiflan las croquetas de pollo, en cambio Armand sólo bebé trinaranjus de limón con mucho hielo, yo no sé lo que quiero; y pasan los minutos mientras hablamos de fútbol, un jugador francés a fichado por el equipo de la capital; y a mí no me importa una mierda, pero no me inmuto y dejo pasar las horas.
Salimos a la calle y alzo la vista para ver unas peligrosas nubes negras que presagian la peor de las lluvias posibles. Nos mojamos hasta conseguir refugiarnos en un portal sitiado por la peor chusma de la ciudad, todos nos miran extrañados. Nati abraza fuertemente a su macho, Armand me mira a punto de echarse a reír, yo sigo pensando en mis cosas y ni varío en mi persistente apatía. Estoy cansado y no dejo de repetir en mi garganta el sabor aceitoso de esas vulgares croquetas de ave. Armand saca un pañuelo y se seca su cabeza rapada, lo hace con un elegante y sensual gesto. Nati lo mira con deseo y Hassan no se percata de la acción ya que mira fijamente cada uno de los coches que pasan.
Se me acerca una vieja para pedirme unas monedas y se las niego con un preciso ademán. La vieja huele a una extraña mezcla de orina, tabaco, y sudor. Al girarse echa un escupitajo al suelo, lo hace de forma brusca y salvaje; camina lentamente, como si no moviese los pies, casi clavada; viste de riguroso y haraposo negro y en ella destacan unas gafas de sol sin cristales que se clavan en una nariz aguileña imperial. Su voz casi no se oye, está perdida en el vacío, pero sus tristes ojos dicen lo que su garganta no puede pronunciar.
Nati se lía un porro mientras la lluvia cae con descaro y violencia, casi parece que se levante el agua desde el mismísimo suelo; y es cómo si fuese todo al revés.
Justo delante hay una sucursal bancaria, y Nati la mira con asco; y también con miedo, pero sobretodo con mucho asco. Y sus ojos se mueven desde el porro hasta el banco, y otra vez vuelta a empezar.
Se para un taxi justo delante nuestro, se abre la puerta y baja una mujer cincuentona de cuidado aspecto y con paraguas de diseño en la mano derecha y bolso también de diseño en la izquierda. Entra en el portal y a posteriori cierra el paraguas y se toca su larga cabellera rubia. Me fijo en las estupendas sandalias sin talón de Farrutx que me permiten disfrutar de sus perfectos dedos en unos estilizados pies de sirena. Lleva una falda de cuadritos, larga, y elástica, con botones y una espectacular obertura donde muestra unas largas piernas atléticas. Me mira directamente a los ojos para dirigirse hacia mí, pero después pasa de largo y sube las escaleras. Miro a mí alrededor, y después de clavar mis ojos en mis tres amigos corro por las escaleras hacia arriba. Casi sin poder respirar, me paro en uno de los pisos después de ver una puerta semiabierta. La empujo y entro sigilosamente pero no veo a nadie mientras me detengo en cada una de las baldosas rojas del apartamento. Recorro un largo pasillo hasta llegar a un comedor perfectamente rectangular. La música está puesta, suena Kayleigh de Marillion. Paso del salón y voy hacia uno de los lavabos, la puerta está casi abierta y se escucha el ruido de la ducha. Veo, detrás de la cortina del plato de ducha, su escultural silueta pasándose una especie de esponja. Me pongo muy cachondo y empiezo a sudar por la frente. La cortina se abre y se percata de mi presencia sin asombrarse en absoluto, es cómo si me estuviese esperando. Me agarra fuertemente de la cintura y me empuja hacia ella, dándome un fuerte morreo durante toda la acción. Me cuesta respirar hasta que separa sus jugosos labios de los míos. Ahora aprovecho para coger aire y respiro salvajemente mirando las gotas que cuelgan del techo. Ahora miro hacia abajo para contemplar sus eróticos pies de uñas pintadas, voy subiendo hasta ver su despejado pubis, su agradable ombligo, y finalmente sus dos pechos tan bien formados. Me vuelve a besar y me vuelvo a ahogar. Me cae agua en la cabeza, está fría; pero sigo teniendo calor, y eso me molesta muchísimo. De golpe me baja los pantalones, y también mis calzoncillos de Calvin Klein; en cambio la camiseta me la saco yo mismo, es mucho más sexy que lo haga así. Se agacha hasta llegar a mis partes para metérsela entera por la boca. Luego para, cierra el grifo del agua, me coge de la mano y salimos empapados de la ducha. Abre uno de los armarios para sacar dos toallas enormes con las iniciales J.C., me seco rápidamente y luego me envuelvo en ella. La mujer hace exactamente lo mismo pero se pone la toalla en la cabeza. Salimos del baño y se tumba boca arriba encima de un colchón de agua de una de las habitaciones donde entramos. Ahora suena la canción Everybody’s got to learn sometime de The Korgis. Nos besamos con una mezcla de erotismo y ansiedad, me mira a los ojos, yo también la miro; estoy sintiendo a una mujer como hacia tiempo no sentía. Es todo muy especial, cierro los ojos y vuelo y lo veo todo azul; y me está sucediendo a mí. Finalmente saca un preservativo que hace que se convierta todo en una liturgia rutinaria más en nuestra antes apasionada toma de contacto. Cuando estás con una mujer siempre sucede lo mismo, al principio sientes e incluso te atreves a mirar hasta que un oscuro hastío embarga la agradable situación como si fuese un banco al que le debes dinero. Me corro, sudo, y me canso; y esto último sobretodo. Me levanto para dirigirme al lavabo donde me saco el preservativo que dejo encima del bidé. Me echo rabiosamente agua en la cara, me miro frente al espejo y veo a un infeliz que ha pegado un polvo para seguir siendo aún más infeliz. Nada cambia, todo continúa siendo más de lo mismo. Por cuántas historias debo pasar para entender el significado de mi vida.
Vuelvo a la habitación para coger la cajetilla de cigarrillos que tengo en mis tejanos de marca. Ahora suena la canción Don’t let the sun cath you crying de Gerry and The Pacemakers.Salgo al salón donde me tumbo en pelotas en un sofá de cuero negro y enciendo el cancerígeno objeto de mi deseo, me lo fumo lentamente hasta que empieza a sonar una de esas melodías de serial televisivo de un móvil. Oigo como la mujer se despierta y se pone a hablar. Después de una discreta conversación de dos minutos sale vestida y con el paraguas en la mano y me dice lo siguiente:
- Bueno Braulio Ramírez me debe quince mil pesetas.
Me quedo totalmente perplejo y le contesto enfurecido:
- Yo no me llamo Braulio, me parece que aquí ha habido un malentendido.
La mujer empieza a echar chispas y eleva notablemente su tono de voz:
- ¡No te hagas el sueco!, me dejaste un mensaje en el contestador diciéndome que quedábamos aquí y que guardabas la llave bajo la alfombra. Me esperarías en el portal unos minutos y luego subirías para que no nos viesen entrar juntos. Yo me tenía que duchar y tu entrarías luego.
La bromita ya me empieza a sacar de quicio, y añado:
- ¡Qué coño es esto, acaso es una de esas coñas de cámara oculta!.
La mujer se pone pálida de golpe, casi no sabe que decir. Sin darme cuenta apago el cigarro y enciendo otro. Vuelvo a sudar. Ella se pone a llorar y me levanto para abrazarla y consolarla. Nos sentamos en el sofá y me explica cómo ha llegado a convertirse en prostituta:
- Conocí a un porteño del que me enamoré locamente, entonces me comentó su idea de abrir un bar musical. Enseguida... (pausa larga)... fui al banco para pedir un crédito. Le dejé el dinero y el muy cerdo se marchó. No sabía qué hacer, estaba en la ruina; y fue entonces cuando un amigo me habló de poner un anuncio en el periódico como chica de masajes.
Curiosamente tengo una amiga que le pasó algo parecido, tenía un sueño y montó su propio negocio, y todo le fue mal y se quedó con una deuda acojonante. ¡Claro está qué ella no se ha metido a puta!, bueno, hace algo parecido. También se pasa el día rodeada por trozos redondos de carne.
La mujer se echa a reír, yo hago lo mismo por empatía. Saco dinero de mi cartera, unas veinte mil pesetas, y sin que se dé cuenta se las pongo en el bolso. Por un momento notó que lo sabe, me ha parecido que miraba de reojo. Hablamos largas horas, y me apunta su teléfono con un lipstick rouge en mi mano derecha. Nos besamos y le seco las lágrimas con mis pulgares antes de que el rimel la ennegrezca el rostro. Pienso que ha sido una noche estupenda, y que ese Braulio se ha perdido una buena pieza. Seguramente estará en un portal resguardándose de la lluvia, o a lo mejor se quedó sin dinero por culpa de un cajero estropeado; me lo imagino dándole golpes y maldiciéndolo por haberse tragado su tarjeta de débito.
En definitiva, si queréis algo con mucha fuerza primero debéis pedírselo a alguien cercano; ya que seguramente os lo dará, y sino no vayáis jamás al banco porque siempre te cobran más de la cuenta; y nunca pierden, siempre ganan.
A veces pienso que la vida no es más que una sucesión de crueldades por las que debemos pasar para aprender que nada es para siempre, que todo es efímero. Cambiamos de trabajo, de pareja, de casa, de coche, de amigos, y un largo etcétera que nos endurece. Aunque olvidamos que son tan sólo cambios, todo es fugaz.
Yo no debo dinero al banco, hace poco me planteé pedir un crédito para comprar un coche nuevo pero me di cuenta que mi viejo trasto es lo único que puedo poseer con plena libertad y sin deudas. Además, le tengo un cariño especial porque tiene algo que ni con todo el dinero del mundo se puede comprar: mis recuerdos.
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