El libro y la tríada creadora
DEL LIBRO...
"El mundo existe para llegar a un libro"
Stephen Mallarmé
Borges se figuraba el paraíso bajo la forma de una biblioteca: inconmensurables anaqueles poblados por infinitos libros. La imaginación humana que sitia el cielo y la humaniza con su lenguaje. Pero ¿qué es el libro? ¿Qué es ese invento que la modernidad transformó en un objeto popular y que desde hace milenios las muchas generaciones veneran con sagrado fervor? ¿Qué nos dice su lenguaje suave o áspero para que un hombre entre los hombres lo imagine tan vasto como el universo? Si los libros nos hablan de lo que existe y deja de existir es porque son reflejos de la tranquila o violenta respiración del universo. Hay en ellos correspondencias, de ellas surge una ráfaga de sentido que sintetiza la existencia. Desde el momento mismo en que existen correspondencias entre el libro y el universo, de ellas no puede resultar más que una fecunda imagen de nosotros mismos. El libro es el universo y lo encierra sin dejar de estar en él. O como dice Octavio Paz: "el universo se resuelve en un libro". Él nos encierra a nosotros que lo tenemos entre las manos, a lo intangible que en sus páginas plurales adquiere una inesperada sensibilidad, a lo doloroso que se transforma en sonrisa apenas la herida se cierra como la tapa de un libro. Es por eso quizás que perdura en el tiempo: porque sin dejar de ser antiguo es siempre nuevo, siempre nos dice que todas las pasiones son la misma pasión. Es por eso que lo parangonamos con el universo y hacemos de él un dédalo que nos devuelve la mirada del tiempo.
"Los libros son la cultura orgánica de la época", escribió R. W. Emerson. Son faros que iluminan la realidad para mejor aprehenderla en su natural complejidad. Lo que nos sucede es tan fugitivo e intenso que, sin el analgésico ni la pócima libresca, no podríamos soportar los rigurosos declives de la historia. Las sociedades sin escritura la impugnan haciéndola girar en círculos; las que conocen el libro se liberan del martirio histórico creando y ocupando sus páginas. Todo quedaría olvidado si no fuera porque el libro sitúa su mirada en la piel de nuestra memoria y penetra en sus más secretos recintos. No sólo olvidaríamos nuestra propia experiencia como seres humanos, sino también la de los pueblos. Leer un libro de Eduardo Galeano, por ejemplo, es hablar directamente con los hombres y mujeres de carne y hueso de esta tierra latinoamericana con olor a guayaba; es reivindicar los acontecimientos cotidianos que tras su paso no dejan más que el hálito de su ausencia o la íntima voz popular que derrota al silencio y se erige en grito liberador. Y nadie podría negar que la literatura latinoamericana en general representa para el continente nuestro la confirmación cabal de la citada frase de Emerson. Los libros de los escritores latinoamericanos son un puente que une a los países de América con sus triunfos y fracasos comunes; también del otro lado del "charco" aprendieron a mirar con ojos menos etnocéntricos a los latinoamericanos gracias a sus muchos libros.
LOS AUTORES...
"La poética de la analogía consiste en concebir la creación literaria como una traducción; esa traducción es múltiple y nos enfrenta a esta paradoja: la pluralidad de autores"
Octavio Paz
¿Es una sola la mano que urde, en su secreta y ficticia soledad, las vértebras, los músculos, los tendones, el alma misteriosa del libro? ¿Está la mano sobre el papel como si éste se tratara de una proyección de sus dedos solitarios? El escritor vierte su sangre en la blancura insoportable de la hoja, como quería Nietzsche; arroja sobre ella los símbolos que fluyen de arriba para abajo y transforma al papel en el pequeño ombligo del mundo. Pero sin dejar de ser una, aquella mano generosa y alucinada no prescinde de otras manos. Ni antes ni después de la escritura lo que comúnmente llamamos autor está solo. Es ilusoria la afirmación de García Márquez que dice que el oficio de la escritura es un oficio solitario. Si hablamos de la soledad física, tal vez. Pero el escritor y la escritora son conscientes de las otras voces que habitan su memoria en el momento preciso de romper las barreras entre la realidad y la ficción. Saben que no están solos, que el camino para llegar al libro está atiborrado de recuerdos ancestrales, de palabras cercanas al oído, de amores y odios con nombre y apellido, de hechos históricos apenas lejanos. El mismo escritor colombiano confiesa que el recuerdo de la infancia late en su afán creador y lo convierte en repetidor de las historias que la abuela le contaba en su Aracataca natal. Las voces de la historia, las de otros hombres y mujeres, contemporáneos o no, arrojan pistas sobre el enigma de la escritura. Son ellas el vehículo sobre el cual la ficción, y no sólo la ficción, transporta sus íntimos artificios para llegar a ese otro componente generador de sentido que es el lector. Así, sólo en la amalgama de voces pretéritas, presentes y ulteriores surge el libro: el pontífice, el hacedor de puentes.
LOS LECTORES...
"Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos"
Jorge Luis Borges
El libro vincula al autor con el lector y lo convierte a éste en un nuevo autor. Ya no es el mismo aquel libro que ha sobrepasado la línea divisoria que hay, si es que en verdad la hay, entre la escritura y la lectura. Ningún libro resiste el implacable furor del lector. Todo lo que sus páginas consignen será susceptible de interpretaciones múltiples. Por lo menos una interpretación por cada lector, que así reconstruye el libro y lo carga de significados nuevos. El mismo escritor, al volver a leer un manuscrito, no puede resistir la tentación postrera de modificar aunque sea una breve línea de lo que ha escrito. Recordemos al Sábato de "Abadón el exterminador", desesperado por introducir por lo menos un mínimo cambio en los originales de "Sobre héroes y tumbas", minutos antes de ser entregados a la imprenta. El terror de Sábato es sintomático: el libro pasaría a pertenecer a los lectores. Aún los que ya han sido publicados no resisten el imperio de la lectura y su capacidad de dotación de sentido obliga al escritor a reelaborar el texto original: pensemos en Roa Bastos y su "poética de las variaciones", modificando capítulos enteros de "Hijo de Hombre" después de publicado. El lector es quien pone en movimiento el engranaje interno del libro, aquella maquinaria que el escritor pone a su disposición para que el abanico de significados se extienda y su cómplice atrape uno de ellos. Si logra hacerlo, el libro es suyo.
Y LAS LECTURAS
"Há quem leve a vida inteira a ler sem nunca ter conseguido ir mais além da leitura, ficam pegados á página, não percebem que as palavras são apenas pedras postas a atravesar a corrente de um rio, se estão ali é para que possamos chegar á outra margem, a outra margem é que importa"
José Saramago
Leer un libro implica hurgar en los meandros de la escritura. Si hay un paso de la escritura a la lectura, de ida y vuelta, también debe haber un paso de la lectura hacia otra región de la realidad que haga de aquélla un aliado en la batalla por nadar los ríos metafísicos, como decía Oliveira que hacía la Maga. En "La caverna", un personaje de José Saramago sitúa esa región en la otra margen de un río tan metafísico como el que postulan los personajes de Cortázar. Es decir, la lectura de un libro se magnifica cuando ella transpone los límites de la corriente de símbolos que hay entre sus páginas. Lo que está del otro lado de la lectura, sería mejor decir de las lecturas, es lo que verdaderamente importa. Aún los libros de entretén-y-miento, para utilizar el léxico supremo, suelen provocar lecturas que nos llevan al otro lado del espejo. De eso sabían mucho Jonathan Swift y Lewis Carrol, quienes disfrazaron sus más célebres libros con vestimentas infantiles. Aquella otra margen puede ser múltiple, agrega otro personaje de la novela de Saramago; puede no tener sólo dos márgenes sino muchas, cada lector puede ser su propia margen, y la lectura es el lugar donde el lector se encuentra con uno mismo.
Pero la lectura también es el lugar donde el lector se encuentra con el otro. El libro, sobre todo, es comunión. Hay libros que son escritos por todo un pueblo, como dice Roa Bastos, y que sirven de cordón umbilical que vincula a los hombres y mujeres entre sí. Las religiones y sus respectivos libros sagrados saben del valor de la palabra escrita como fuerza cohesionadora de un grupo humano numeroso. Los libros escritos en tiempos revolucionarios también cumplen ese papel.
Los autores, los lectores y las lecturas dan verdadera existencia al libro. Ellos lo crean. Un libro cerrado es un volcán a punto de hacer erupción; un libro abierto y leído es la lava que nos redime de nuestra condición de mortales. Leer un libro es vislumbrar una fugaz inmortalidad en medio de tanto ser y tanta nada.
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