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CIRROSIS*


Armando Baits era un pobre gordinflón nacido en el barrio barcelonés de Sants. Sus padres eran los propietarios de la bodega más concurrida del lugar. Desde los doce años, el pequeño Armando se dedicaba a llenar garrafas del peor vino del Penedés. Sus padres le dejaban comerse las sobras de los clientes; es decir, un día pillaba unos trozos de pan con choped, otro día encontraba unas rodajitas de salchichón medio mordisqueadas, y alguna semana le daba gracias al Todopoderoso por haber hallado algún que otro objeto olvidado por esos clientes borrachos que frecuentaban el tétrico tugurio.

Creció sin más; oséa, sin fortuna, sin pasiones, y por supuesto sin opciones.

Era un ciudadano condenado al fracaso desde su nacimiento; y poco a poco se iba acrecentando más, ya casi estaba predestinado a codearse con la peor inmundicia urbana del mundo.

Cuando cumplió los catorce años, sus padres le regalaron su primera botella de vino tinto. Era una tradición familiar celebrar los aniversarios bebiéndose tres cuartos del dionisiaco líquido de sopetón; pues bien, Armando no los defraudó.

Pasaron los años y Armando le seguía dando a la priba; es más, de año en año aumentaba varios grados más su tolerancia a la bebida.

Con diecisiete era un alcohólico consumado.

Llegó a beberse más de cuatros litros de alcohol diarios, repartidos entre vinos, cervezas, licores,güisquis, y alguna queimada gallega.

A los dieciocho su enorme cuerpo adiposo petó por dentro. Los médicos no pensaron que se podría recuperar; pero como si fuese el ave fénix, Armando volvió de sus cenizas para vengarse.

Como cualquier psicópata con traumas familiares de su infancia, lo primero que hizo fue envenenar a su padre inyectándole limpiacristales.

Con su madre fue más considerado, la encerró en su habitación atándola con cadenas a una vieja mecedora. La mujer murió de hambre, y su cadáver quedó casi fosilizado.

Uno de los agentes que investigó la masacre que a continuación les relataré, puso en su informe que Armando mantenía largas charlas con el esqueleto de su madre.

No quiero explayarme aún más en burdas y extensas descripciones- por supuesto que no soy el Señor Saramago, y mi bagaje cultural no me da para tanto-y por lo tanto iré al grano.

En el funeral de su padre conoció a uno de esos tíos segundos o terceros o qué sé yo. El puto pariente del que siempre te hablaron y al que nunca vistes. Bueno, una vez te lo encontraste en uno de esos estúpidos álbunes familiares.

Daba la casualidad que su tío tenía un hotel en Sitges, patria de maricones y macarras cocainómanos, y le ofreció trabajar de recepcionista.

El gordito de Sants se pusó al tajo, y en sólo dos semanas ya manejaba el hotel como Moisés a su rebaño (ahora quiero homenajear el peluquín de Charlton Heston).

Se ocupaba de todo: centralita telefónica, bar, lavandería, limpieza, e incluso a veces hacía frente a los pagos del reponedor de cassettes de los del Río, Camela, Azúcar Moreno, y demás grupos con fuerte demanda en hoteles de paso; ya que por allí sólo pernoctaban camioneros valencianos con dirección a Francia y con inclinaciones homosexuales.

A veces aparecía alguna chica con vocación de actriz y de profesión puta.(¡Discúlpenme!, pero no les dije antes que el precio por noche nunca excedía de cinco mil. Y a eso en Sitges se le llama ganga).

Una noche apareció una prostituta-drag-queen, especie muy de moda en la actualidad española, y pasó la noche con un sodomita de profesión camionero.

A la mañana siguiente, el camionero abandonó el lugar del pecado para ver si podría llegar al destino de su mercancía: Francia.

El drag, después de haberle hecho más de cuatro franceses en menos de cuatro horas, se metió en la ducha. Se desnudó, se tocó el rabo reiteradamente como hacen los tíos, y las gotitas de H2O se deslizaron por su promiscuo cuerpo del delito.

De repente la puerta se abrió, oyéndose a posteriori unas fuertes pisadas a lo Jurássic Park, y seguidamente una mano con un enorme cuchillo jamonero realizó un preciso trabajo forense; es decir, le rebanó hasta los sesos.

Y cómo bien sabréis, la sangre corrió hasta el desagüe al igual que en una vieja película americana de director gordo-inglés.

El cadáver no desapareció en el lago hundiéndose el coche; ya que la puta vino en auto-stop, y porque no había lago. Armando lo enterró en la montaña.

Al cabo de unos días, apareció en el lugar otra puta; y esta vez era una mujer con vulva y no un hombre traumatizado por su identidad sexual que se disfraza de hembra con pito y zapatos de imitación chanel.

Se llamaba Florencia, y su origen era gaditano. Cada vez que hablaba escupía su jodida ignorancia. Paseaba con aires de emperatriz desvirgada en Nochebuena, y no precisamente por un pastor del Belén; sino por su propio padre y a los trece años. Todos los personajes de esta historia son perdedores sin oportunidades, y miembros engañados socio-culturalmente. Eran los hijos del desastre, los eternos desamparados que mueren sin que los echen en falta. Las víctimas ideales para cualquier enajenado mental amante de las películas gore, las retrospectivas de Greenaway, y los libros de Faulkner. Esos pioneros de la tristeza, y deudores del regozijo Huxleyriano.

Armando se la cargó también en la ducha, ¡ ya eran dos!; y ya se sabe que no hay dos sin tres.

La tercera en discordia fue una pintora borracha que se hospedó tres días en un profundo estado etílico. Se paseaba desnuda por la habitación y eso excitó de nuevo a Armando a cometer otro acto feroz.

Una mañana triste y soleada, llegó una pareja de excepcionales cualidades físicas. Se encerraron durante tres días sin salir y follando como locos.

Armando se volvió a excitar y entró en la habitación, disfrazado de drag queen, para clavarles una docena de puñaladas.

Armando odiaba a todo el mundo, odiaba a los bebedores, a las putas, a las personas cariñosas, y a los mariquitas disfrazados.

Pero en esta historia falta algo, y ese algo se llama detective; quiero decir con esto, que siempre hay un puto investigador que descubre al criminal.

Nuestro investigador era muy típico: ex–policía corrupto, alcohólico, divorciado y con hija (restringidas las visitas por mandamiento judicial), y aficionado a algún deporte de masas. De nombre Javier, y de apellido Artero. Llevaba más de veinte años en la profesión, ya había cotizado lo suyo como autónomo (32.075 ptas/mes).

Era un lunes 24 de diciembre, frío insultante, fiestas católicas que sirven para consumir, beber, comer, dormir, y adornarlo todo con estúpidas figuras navideñas y trozos de abeto pirinaíco. Entraron dos ancianos aristócratas catalanes en la oficina de Don Javier Artero. Buscaban a su hijo que había desaparecido en las inmediaciones de Sitges acompañado por su novia.

Javier se puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue vagar por todos los hoteles de la zona, hasta llegar al de Armando. Los dos personajes se encontraron cara a cara:


¡Buenas tardes!, me llamo Javier Artero y estaba buscando a este Señor(enseñándole la foto del desaparecido).


Pues, no me suena de nada. No creo haberlo visto(casi sin mirar la foto).


(Insistiendo) Puede volver a mirarla más detenidamente.


(Volviendo a la foto) Ya le digo que no me suena … (deteniéndose)…aunque, ahora que lo dice, creo recordar que vino hace dos noches con una rubia bastante maja. Pasaron una noche y se marcharon.


¿Me deja ver su registro de clientes?.


¡Claro!.


Armando sacó el libro, miró unos segundos, y encontró al desaparecido.



¡Pues sí, aquí está!.


¿Puedo ver su habitación?.


¡Cómo no!.


Los dos se fueron para allí. Javier miró los armarios, la cama(bajo el colchón), el lavabo, y finalmente se marchó hacia el coche.

Antes de entrar en el vehículo escuchó una fuerte discusión. Miró y vio en una de las ventanas la silueta de una señora mayor.

Se dirigió hacia el lugar. Abrió la puerta sigilosamente, sacó su revolver de mercado negro, y subió las escaleras de caracol(también sigilosamente, para crear algo de suspense en un relato tan previsible).

Cuando estaba a punto de pisar el último escalón, apareció Armando con una peluca y su clásico cuchillo jamonero. Javier, del susto, resbaló y cayó rodando hasta quedar inconsciente en el suelo boca abajo. Armando fue a la búsqueda de su presa; y cuando iba a darle la vuelta al cuerpo, apareció la novia del desaparecido ensangrentada, y le rompió un jarrón en la cabeza(es inverosímil pero necesitaba un final fácil americano).

Más tarde llegó la policía, Javier fue llevado en camilla hasta la ambulancia. Y la chica, traumatizada, describió lo sucedido. Por primera y única vez, Javier Artero había resuelto algo.

A nuestro querido Armando se lo llevaron al manicomio, y todavía (según los enfermeros) sigue hablando con la voz de su madre. Se trataba de una personalidad bipolar agravada por una conducta psicópata. Tenía un fuerte trauma que le había derivado de su cirrosis, ya que sus padres le dieron de beber vino a una prematura edad. Él era consciente que el vino le había arruinado su vida.


THE END




* Por si aún no lo sabéis, esta historia es una versión actualizada de la película Psicosis de Hitchcock.

Texto agregado el 06-12-2004, y leído por 247 visitantes. (0 votos)


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