Me retuerzo entre soledades. Ahogo mis inocuos latidos entre lagrimas que incendian mi última envestida. Me agazapo entre lamentos y espero, cual felino acecha su presa antes de dar el zarpazo final que inunde sus entrañas con ese inútil sentimiento de victoria.
Me preparo. Espero extasiado. Las tinieblas me envuelven mientras comparten conmigo la complicidad del crimen, del engaño.
Entonces la veo venir. Sus labios se entreabren y dejan escapar una sonrisa extraña; pero por que lo hace. Sabe que este será su último adiós. Tan fácil se entregó a las manos del frívolo destino que deliberadamente, en un estallido de morbo y maldad, nos hace deambular por entre espinas y azucenas, inmersos en una cruel lucha por sobrevivir.
Pienso en huir, pero ya es tarde no puedo vacilar. Mi cuerpo se mueve con brutal velocidad y arrogancia. La encuentro justo ahí, donde la quería, delante de mí. Intenta escapar, pero es inútil, mis manos ya sujetan su cabello mientras la arrastro a mi guarida.
La aprisiono contra mi pecho. He dejado atrás su pelo para ahora empezara recorrer su cuerpo, ese maldito templo del placer que tantas veces, con equivoco placer, se atrevió a negarme y que ahora conozco hasta en sus mas recónditos parajes. Es hora de dar rienda suelta a mis mas intrincados deseos.
Ha pasado una hora, ella se retuerce sobre el lecho que me vio penetrar su virginal cuerpo una y otra vez. Me mira y tiembla, mientras dos lagrimas ruedan por su rostro hasta llegar a su boca que nuevamente se abre, pero esta vez no para sonreír, sino que para implorarme piedad, compasión, misericordia.
Es el momento de hacer cumplir los designios del destino. Cuchillo en mano me acerco a ella y la tomo por el cuello, en el mismo instante en que mis ojos encuentran los suyos que ahora no son más que dos cuencas rellenas por el desconcierto.
Sin pensarlo dos veces hundo la hoja del cuchillo en su pecho y apago, para siempre, la indefensa e incesante tonada que toca, hasta ahora, su palpitante corazón.
Me he dado cuenta que es imposible vencer al destino, pero es tan grande mi sensación de poderío y superioridad, que juego a ser Dios y lo reto a que se atreva a repetir su hazaña, pero esta vez no con un tercero, no con un pobre infeliz, sino que conmigo.
Veo como corre mi sangre hasta reunirse con su igual, con la sangre derramada por la pobre insensata que quiso jugar a ser una mujer deseada por todo aquel que se atreviera a maravillarse con el vaivén de sus caderas acompasadas, y esos senos que se desenvolvían con soltura y gracia, y que ahora no son más que material en proyecto de descomposición. Entonces me miro en el espejo, único reflejo de lo que realmente soy, un pobre mortal con sueños de grandeza, me río en mi cara, me burlo de mi ilusa estupidez, mientras caigo derrotado al suelo, al lugar donde nunca creí llegar, pero sin embargo ahora lo hago debido a que quise vencer lo invencible, al destino, único dueño de mi vida; y por eso solo me queda deambular por oscuros pasadizos, y tal vez, quien sabe, vuelva a encontrarme con ella, sólo que esta vez no habrá sudor, sufrimientos, lágrimas, sangre, en fin no habrá muertes, porque es en ese estado en el que nos encontramos.
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