De espaldas a la ventana,
ahora y yo acercándome suavemente por detrás, tratando de no hacer ruido.
De espaldas y con la vista fija en lo que más allá en la calle yo no alcanzo a ver, y cómo, me pregunto, es que vienes y vienes en cada sueño: siempre lo mismo.
Anoche cuando te tenía entre las cejas, y cuando me desperté, siempre la sensación de espaldas a la ventana, la que la pasta de los dientes no arranca ni se poda con el afeitarse, y cómo, no es lo mismo que los sueños, ésos se quedan allá, tú estás acá, mirando por la ventana mientras yo me acerco a tus espaldas con un silencio, con dos, con tres. Y jamás otro sueño como tú que, trama delgadísima, me atrapas no la primera parte sino todo el día, de lado a lado y desde el techo al subterráneo de los miedos, de espaldas y mirando más allá, siempre más allá, pero cómo y sobre todo qué hay más allá.
Éso es lo que me pregunto cuando comienzo a escribir, también con lo de afeitarse y lavarse los dientes me sucede, la misma pregunta y subir el volumen de la música para que te vayas ya, hay que partir a trabajar y tú no me dejas y cómo, si hace tanto que te moriste, qué haces acá, en medio de mi mañana a punto de convertirse en mañana de mierda y el pan quemado y el corte por afeitarse pensando en otra cosa.
Cómo, me pregunto, cómo es que no te has ido, que tienes el descaro de morirte y de quedarte, atrapándome en tus agujeros, en tu red de realidades pegajosas como babas de perro (bien sabes a las de cuál me refiero, ¿no?), cómo, como, bueno y sobre todo, por qué.
De espaldas a la ventana,
más allá la calle, a la que te asomas con la precisión de una espía que sabe qué mirar, que sabe qué buscar entre las hormigas, entre las máscaras que bailan y deambulan como animales lanzándose piedras amarillas.
¿Estás tú más allá?
¿Tengo que asomarme a la ventana también yo?
Qué, dónde, sé que ahí, pero dónde es ahí. Ál final está la muerte, pero no me preocupo. Más allá pero para qué. No te vas, el caso es que no te fuiste, que no hay dentrífico que te despegue y la trama y las paredes. Todo ahí, en la precisión del clavo que me has puesto en estas palmas mías, arrebatadas del sueño en que apareces, y abrazarte, y tomarte de la espalda.
Yo acercándome sin ruido,
tú de espaldas a la ventana
y todo éso, y aquí,
y no querer irse.
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