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EL AMANECER DEL OCASO

La noche había asomado y me encontraba en mi cama descansando, ya a mi edad los días son mas cortos, y el deseo de vivir se hace cada día mas intenso, se aumentan las ganas de disfrutar de las pequeñas cosas que el mundo nos ha puesto en las manos y que muchas veces nuestro sentido de eternidad hace que se nos esfumen, pero esa noche mientras León tomaba una ducha, tuve sensaciones distintas que la memoria no me permitía recordar, porque había empezado a sentir una atracción enorme por él, que más bien se convertía en obsesión, su cuerpo rudo y juvenil, aquellas manos que parecían traspasar cualquier barrera que la vida colocara en su camino, sus ojos grandes y enormes de color azul que hacían volver a mi memoria aquellos atardeceres en el mar mientras hacia el amor con hombres que luego de los años había olvidado por completo y que solo esas sensaciones que en mi cuerpo despertaba aquel joven hacia que me volviera a sentir viva como en esos días.

El hombre había llegado a mi casa por casualidad, por la forma como llegan en la vida todas las cosas que perturban nuestra existencia, y estaba allí en aquel baño tomado una ducha con su cuerpo desnudo, rozando con sus enormes dedos toda su piel morena, tal vez tocando su sexo que de solo imaginarlo hacia que en mi ser corriera la savia de la excitación, por lo que cerré los ojos y bajé muy lentamente mis bragas y me acaricie mi pelambrera bajando lentamente mis dedos y mis ganas, hasta la parte mas profunda de mi ser, y empecé a imaginarlo a él sobre mi, cabalgando mi cintura con esa gran rudeza de animal joven que expiraba su cuerpo, dándome a mí, tal vez la última oportunidad de sentirme viva, de sentir que pertenezco a este mundo frío y extraño donde solo nos sentimos vivos cuando nuestra sangre se alborota y nuestra razón se pierde en lo más profundo de nuestro sexo.

El grado de excitación era demasiado grande, yo no hubiera querido parar porque mi imaginación y mi mano eran suficientes en aquel momento para calmar mi soledad, esa soledad que me había acompañado durante tantos años, en los que mi cuerpo se había hecho viejo y mis ganas de vivir se habían apagado como la luz tenue que el sol irradia en los atardeces de esta oscura y triste ciudad; pero en el momento en el que las delicias de acariciarme me hacían sentir mujer de nuevo, sentí como la puerta se abrió de un solo tirón y allí estaba León, tal vez asustado por los gemidos que inconscientemente mi ser daba mientras me suministraba ese placer que ya nadie en el mundo me daba, tal vez curioso de ver como una mujer vieja como yo todavía tenía sangre en las venas, sangre que en verdad estaba muy caliente de deseos por él, porque por un instante se fijara en la mujer que las canas y las arrugas ocultaban en lo más profundo de aquel cuerpo añejo ; en verdad quería saber que escondía su mirada impenetrable que no me permitía descifrar lo que en verdad sospechaba, pensaba o quería.

Sin decir ni una palabra, ni expresarse con un gesto León se acercó muy lentamente a mí, en un momento en el cual yo estaba indefensa, y mi razón estaba nublada por el momento, me acarició el rostro igual que como lo había deseado siempre, y de un momento a otro rompió mi sostenedor con una fuerza descomunal y empezó a beber de los néctares de mis senos, que aunque viejos y tal vez cansados se empinaban como si tuvieran la forma de un volcán al cual no le faltaba mucho para hacer erupción; luego llevo con sus manos mis nerviosas manos hacía su cintura y lo despoje de la poca ropa que llevaba con todas las fuerzas de mi alma, toque por un segundo su torso desnudo y juvenil y observe su sexo descomunal el cual parecía que me mirara y que al oído me estuviera gritando que sacara toda la savia allí contenida, por lo que me arrojé sobre él y empecé a succionarlo como si allí estuviera el más grande tesoro que en ninguna de las guerras absurdas y siempre estériles se hubiera encontrado, y parecía que yo era la indicada, la elegida en ese momento para alzarme con el premio más grande que una mujer como yo hubiese deseado encontrar en el miembro de aquel joven que parecía disfrutar con mis enormes y cada vez más repetidas succiones, hasta que un grito se diluyó en lo más profundo de mi cuarto, y un soplo de vida había llenado mi boca por completo.

En aquel instante mi corazón era un caballo fugado de un establo en el cual había estado encerrado por años, no cruzábamos palabra alguna porque no había necesidad, no me pregunté ni por un momento lo que él estaba pensando, yo solo quería disfrutarlo, quería robarle su juventud, esa etapa de mi vida que se me había escapado hace tantos y tantos años que ya no recordaba, ni siquiera en las fotos de mi álbum, porque cada vez que me veía allí reflejada era como si nunca hubiese estado en ninguno de esos lugares, ni compartido con ninguna de esas personas momentos que mi memoria se había robado para siempre, y que ahora mientras León se introducía dentro de mí a través de su enorme gusano el cual pululaba mi sexo, no me importaban, y mi vida parecía nacer allí en aquel lugar y en aquel cuarto oscuro mientras gritaba de placer con las embestidas bestiales de aquel joven que quería destrozarme viva tal vez en una especie de ceremonia tribal en donde la anciana que había en mí, estaba muriendo y la mujer llena de ansias y de bríos de vivir empezaba a cobrar vida, como la pequeña mariposa que revuela sobre mí en estos instantes donde mi vida está empezando a dejar de existir.


Texto agregado el 05-12-2004, y leído por 212 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-10-2006 hermosisimo5* neison
12-05-2005 Realmente te debe gustar Franz Kafka se te nota algo en tu estilo; aunque naturalmente tu estilo es propio. Un escrito profundo, duro y fascinante como la vida misma. La vejez insatisfecha encuentra el placer tantas veces anhelado en largos sueños pretéritos. Un saludo y*S josef
02-02-2005 buenisimo sientes cosas hermosas heres tan grande me encanto se nota que sabes de que hablabas rapaccini
08-12-2004 Un texto sin tapujos, cada quien a su cada cual, en su genero logra su cometido. ninfa_one
 
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