Estimados amigos:
Hace tiempo ya que quería mandaros este mensaje y aquella foto, sacada desde mi ventana y en la que se ve el lago al alba ; infortunadamente, no había podido con ello. El borrador de mi carta estaba en alguna parte de esta máquina que me mantiene en contacto con vosotros, pero ¿dónde diablos? Hasta que, de milagro, esta mañana, lo encontré en el lugar donde tenía que estar y aquí lo tenéis, terminado. Justo a tiempo.
Desde el último cambio (no me preguntéis cuál), esta máquina ya no se desconecta. Por suerte. Sólo que hay jornadas en que no logro comprender lo que escribí uno o dos días antes. Así que tengo que volver a ello más tarde. Por eso me cuesta tiempo.
Me costó un montón de días, pues, encontrar todas vuestras direcciones, ponerlas en la casilla de los destinatarios y luego añadir la foto, porque no quería solicitar ayuda. Y bastante tiempo más para redactar el borrador. Asunto : Carta a mis amigos. Tengo poco tiempo útil al día y cada vez menos, pese a anotar cuanto tengo que hacer en una libreta de la que no me separo. Os he puesto después del desayuno : "Escribir a mis amigos". Y en otra página, he detallado todo lo que había que hacer para abrir el correo electrónico. Si no, a menudo, se me escapaba una etapa y no conseguía nada. O se me perdía el rumbo y lo abandonaba todo.
Se ha vuelto tan complicado para mí ahora lo que era la mar de sencillo antes.
Pero hoy, por el momento, todo va de maravilla.
Quedo libre ya de toda preocupación material : mis hijos se encargan de ello. Y una dama de compañía enfermera me ayuda a orientarme en esta casona. Vamos cerrando las habitaciones desocupadas porque si entro en ellas por descuido, me pierdo. El otro día, me costó una hora para ir de la biblioteca a mi cuarto. ¡Qué barbaridad! Por ver de remediarlo, he sembrado libros a lo largo del camino, para la próxima vez, pero no es muy práctico, que digamos.
A menudo, tengo visitantes. Por desdicha, no les reconozco a todos ni siempre. Bien sé, no obstante, que entre ellos figuran mis hijos y nietos. A veces, les cuento cosas de su pasado que olvidaron ; otras veces los encuentro diferentes y no sé nada de ellos. Soy muy descortés en eso, lo sé, pero ¿qué remedio?
¿Os dije ya que aquella foto la saqué yo mismo desde mi habitación? Siempre me ha gustado mucho la fotografía. Me parece que era un amanecer o un atardecer de este invierno. Sí... me acuerdo ya. Iba llenando los pulmones con el aire seco y frío al tiempo que admiraba el gris azulado de las tierras y sus lindes rosados cuando en las aguas apenas rizadas del lago... Os la mando para que penséis en mí al mirarla.
Me trae las comidas una persona del municipio (no recuerdo cómo se llama ese servicio lleno de iniciales), lleva chapa para que yo sepa que se llama Brígida. Es muy servicial y me gustan sus comidas. Pero Carolina (ella también lleva chapa, es la enfermera) tiene que vigilar porque, a veces, me da por cortar la carne con la cuchara o salpimentar el postre. Ella dice que la semana pasada, me comí las verduras antes de la ensalada y el helado después de la sopa. Bien puede ser.
Hasta hace poco leía bastante todavía, pero las palabras me bailan cada día más ante los ojos o no me dicen nada. En la mesilla de noche, al lado de una foto en la que he escrito "Clelia", veo "Cien años de soledad". Lo habré leído entero antaño, ya que me dicen que impartí clases sobre García Márquez en la Universidad, pero ahora, nunca paso más allá del primer capítulo porque, al llegar ahí, ya tengo olvidado el principio. Y sin embargo, lo encuentro tan apasionante. Bien quisiera saber cómo continúa.
Ayer u hoy (en fin, hace poco), me regalaron para mis ochenta y cinco años una magnífica chaqueta adamascada, de estar por casa, muy cómoda. Parece que quise dormir con ella puesta como si fuera un pijama. Se ha reído Carolina de lo lindo y yo también, finalmente. No era tan grave.
Estimados amigos ¿os dije ya que esta carta es la última?
Bueno, creo que todavía podría escribiros un poco, tal vez, aunque probablemente con menos soltura, pero... me voy.
El lunes o... en fin, pronto, voy a entrar en una institución, no sé dónde. Aquí, todos dicen que ya no es posible, que no es prudente, que resulta demasiado complicado. Mis hijos han dado el visto bueno. Ya no veré el lago. Lo miraréis vosotros para mí...
Besos y abrazos.
Mauricio.
P.D.: ¡Ojalá os alcance este mensaje!
©Pierre-Alain GASSE, noviembre de 2004.
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