Este cuento está dedicado a Jorge Barriga que feliz descansa en el cielo. Y a la Pachi, para que sepa que nunca va a estar sola



Subí las escaleras con asombro, el mismo con el que me miraba toda la gente que allí estaba presente. Parecía que iba a estar subiendo una eternidad, pero el tiempo no me llamaba la atención. Ver tantas caras familiares me alegraba el corazón y me animaban a seguir subiendo esta gran escalera. A medida que iba subiéndola, me di cuenta que la distancia entre cada peldaño iba disminuyendo, y ya no me costaba tanto dar un nuevo paso. Y la baranda se iba juntando poco a poco, como dándome la impresión de que cada vez me era más fácil subirla. Sin querer tropecé con una persona que siempre quise conocer pero que no había tenido la oportunidad de hacerlo. Vestía un pantalón café, una camisa a cuadros y sobre esta llevaba puesto un chaleco cuello en v. Su sonrisa era tan majestuosa que sin dudarlo le correspondí con la mía. Sus ojos penetraban en lo profundo de mí alma y me llenaban de gracia. “Por fin te conozco” me dijo. “Veo que eres un gran tipo, tal cual como me lo describió mi hija. Ven conmigo, yo te mostraré lo maravilloso que es este lugar”. Su cuerpo irradiaba una luz blanca muy fuerte, que penetró todos los rincones de mi cuerpo y me hizo sentir que estaba con alguien que me quería mucho, aunque tenía la impresión de que todos los allí presentes me apreciaban mucho. Recorrimos un largo sendero hasta unas puertas de oro que brillaban fuertes como un sol de verano. Un anciano se nos acercó, al mismo tiempo que este celestial personaje me dejaba en sus manos y se marchaba. “Debo admitir que no te esperábamos tan pronto” me dijo. “Sin embargo tu llegada es muy importante para nosotros, ya que eres un hombre de mucha fuerza y alegría, justo lo que necesitamos ahora. Es por eso que te vamos a encomendar una tarea sagrada y de mucha importancia. Verás, hay un lugar donde vive una mujer encantadora con su hija que es muy adorable. Ella está sufriendo mucho y toda su familia la está acompañando en este minuto, pero necesitamos que tú estés a su lado también.” Al decir esto extendió su mano y me mostró una imagen de esta mujer. Al ver la imagen mis ojos se llenaron de alegría, porque era la mujer que yo quería, y su hija chica era mi princesita. Miré, con los ojos exaltados, a este hombre que me sonreía y le dije que con gusto haría de esa misión mi vida. En ese instante una gran nube blanca me bajó del cielo y me llevó a un camino donde se encontraban las dos. Me acerqué con cuidado para no asustarlas, las abracé, les tomé la mano y me puse a caminar junto a ellas.