Miraba por la ventana, y me di cuenta de que las estrellas brillaban más que otros días y eso me dejó un poco confundida. Primero pensé que era porque la luna estaba más apagada y al mirarla me di cuenta que no era así, que la luna estaba redonda y brillante como todas las noches.
Luego de buscarle sentido durante unos 10 minutos caí en conclusión de que eran las nubes que las tapaban y dejé de mirar.
Me senté a escribir y para inspirarme volví a mirar por mi ventana. Quedé completamente anonadada cuando me di cuenta de que las estrellas estaban más cerca que de costumbre. "Debo estar loca", pensé y cerré un momento mis ojos, al abrirlos noté que se iban acercando más y más y a medida que pestañeaba se acercaban a mí más rápido hasta que una quedó casi dentro de mi pieza. Esta estrella era lo bastante grande como para llevar un auto encima. La toqué con la mano, estaba fría. Me subí a ella y automáticamente, como si me hubiera venido a buscar, se comenzó a mover, y con ella las demás estrellas. Nos alejamos de mi balcón, sobrepasamos las nubes y quedamos cerca del sol.
Nunca creí que el sol fuera tan maravilloso, lleno de rojos, naranjas y amarillos, tan grande y caluroso, era un sol fantástico. En uno de sus rayos, que estaba muy apagado, había un joven. Era un joven delgado, piel blanca, pelo liso castaño claro y con unos profundos ojos azules como el mar. Sus manos contenían una rosa, una rosa negra. Me bajé de la estrella y fui saltando de rayo en rayo para llegar a él.
Cuando llegué a su rayo su rosa se volvió roja, lo quedé mirando y me di cuenta que era él.
- ¿Claudio?
- El mismo.
- No comprendo nada...
- Siéntate a mi lado y escúchame. Hace mucho tiempo que estoy aquí, quería pensar, estar solo para poder continuar. Al cabo de unas semanas me di cuenta de que no podía seguir solo, por esto le pedí a las estrellas que te fueran a buscar. Bueno, y aquí estás.
- Sí, pero por...
- Por favor guarda silencio. El día en que nos separamos, viajé a la luna con el fin de enamorarme otra vez. La luna se sintió presionada y me dijo que me fuera lejos de ella, y fue así, como luego de viajar entre estrellas, el sol me regaló un rayo. La tristeza lo volvió oscuro y frío, pero yo ya me acostumbré.

Sus rodeos me estaban haciendo enojar, por lo que le dije, un tanto histérica, que fuera directo al grano.

- Bueno mira, ¿ves esta rosa?, esta rosa guarda todo lo que yo siento por ti. Cada pétalo es un día junto a ti. Mi flor crece y crece, pero se volvió negra cuando tú te fuiste, tu ausencia hizo brotar espinas en su tallo. Cada vez que la tomaba mis manos sangraban y ahora que tú estas aquí está roja de nuevo, te lo agradezco. Quiero regalártela para que siempre tengas mi corazón cerca de ti, tú sabes que te amo y que sin ti creo que no puedo continuar.

Ambos guardamos silencio. Yo estaba completamente destruida pues él había hecho renacer mis sentimientos de una manera instantánea, lo que no dejó que yo pudiera analizar por completo el asunto.
Tomé sus manos y le dije que yo también lo amaba, y que si él quería que yo cuidara su rosa, lo haría feliz. Lo abracé y el rayó brillo, su cara estaba radiante y sus ojos me sonreían.
La rosa se elevó y penetró en el pecho de mi joven amado. Todo seguía igual que siempre menos en nuestro rayo, que estaba más llamativo, la felicidad de ambos le brindó el color y su temperatura.
Me besó, me besó como nunca nadie lo había hecho, y sentí un cosquilleo por todo mi cuerpo. Tomó de mis manos y nos lanzamos al vacío, solos él y yo. Mis ojos se cerraron y al sentir que sus manos se soltaban me entró miedo de perderlo, a si que abrí mis ojos, y me encontré en mi cama, sus manos con las mías y sus ojos soñando junto a los míos.