Las gotas chocaban con fuerza contra la ventana, cuando se abrió la puerta de la sala y entró un hombre. Llevaba un sombrero y un abrigo mojado que colgó inmediatamente. Tras esto se sacó las botas y se puso sus pantuflas.
–Hola, John –escuchó desde su sillón favorito.
–Ah, eras tú –dijo John volteando su cabeza desinteresadamente–. No me di cuenta que estabas aquí –agregó mintiendo.
–Por cierto, que es extraño –le dijo su amigo lamiéndose la mano–. Generalmente acostumbro salir por las noches.
–A cortejar a algunas mininas de los callejones –agregó John.
–Bah –dijo su amigo ofendido–. Me ofendes terriblemente si crees que me meto con esas cualesquiera.
–No vas a negar que es lo que haces.
–Los machos tenemos algunas necesidades biológicas, John. Especialmente antes de primavera.
–Sí, sí, lo que tú digas –y mientras decía esto, John se sentaba en el sillón del frente y tomaba el periódico.
–¿No te pondrás a leer ahora? –le dijo su amigo–, ¿qué modales son esos?
–Mira quién habla de modales –replicó John sin despegar la vista del periódico–. Tú que estás en mi sillón favorito con mi ex bufanda favorita.
–¿Por qué dices ex?
–¿Pretendes que después de verte usándola me la vuelva a poner?
Producto de un relámpago la habitación se oscureció. Un trueno resonó en la sala y dejó todo en silencio por unos instantes hasta que volvió la luz otra vez.
–Si fuera por mí, te echaría de mi casa de una sola patada.
–Vamos, John, no lo dirás en serio.
–Por supuesto –le respondió–, tú eres un mantenido. Y si estás aquí es porque le agradas a mi señora.
–Pues debo decir que siempre tuve facilidad con las mujeres…
–¡Ah, ya deja de presumir!
–Mejor sería que fuésemos amigos, John.
–¿Para encontrarte después en mi cama con Lucy? Ja, ni lo sueñes –John dejó el diario de lado–. Conozco a los de tu tipo. Les dan una mano y te agarran del codo. Si no te has tomado más prestaciones en mi casa, es por que he hecho valer mi supremacía aquí.
–Bah, ustedes los hombres siempre en una falsa carrera por el poder. Deja eso de lado y confórmate. Como dice el viejo dicho: «Vive y deja vivir» –entonces tosió una bola de pelo–. Además mírame, ya estoy viejo. ¿Crees que me queda mucho tiempo en esta casa?
–Oh, deja de lloriquear...
Entonces entró por la puerta de la sala la esposa de John, Lucy, con un plato de leche que dejó sobre el suelo.
–Ahora corres a buscar tu comida.
Y el gato se levantó de un salto y salió del sillón favorito de John. |