Me desvanecí en la incertidumbre de esa misma escena que no rotaba con el tiempo, junto al pasar de mis facetas que sí trascendían en imagen y forma.


Amanecía una y otra vez bajo ese mismo cielo difuso e intrincado que me robaba el alma. Anclada en su refugio caía dentro de ese juego, para ser otra costumbre cotidiana. Un café rotando en los espacios desentrañaba el alba de mis penas, detrás, la sumatoria de los grises abandonaba mi silueta al tiempo de las calles. Sólo vivía pendiente de ese aroma a tilos que remontaba mis imágenes a un solitario desenlace, del encuentro con esas mismas cosas que alguna vez dejé latentes, para consumir lo palpitante en aquellos nombres. Y la tarde cifraba mis recuerdos mientras la ciudad aún flotaba en ese mismo aire saturado de instancias, arrebatando el asombro de las cosas que conformaban mi existencia, como un paralelo de emociones que latía intacto. Cada día se igualaba ante el portal de mi universo, como una nube de tristeza habitando las pupilas de estos ojos, eterna o incrustada de lamentos, convertida en piel, deseo y arrebato. Desvanecí bajo las mismas sombras de un pasado que tendía su figura ante mis manos, para tomar la asiduidad de su presencia en otros tantos devenires de los tiempos.

Ana Cecilia.