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Inicio / Cuenteros Locales / AngelNegro / La Leyenda de Adhara - Capítulo 7

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Adhara oía a los dos hombres. Abrazaba a su hijo e intentaba consolar su lloro. Quiso levantarse para defender a su padre, pero las fuerzas la habían abandonado. Las lágrimas salían de unos ojos ya acabados, y corrían por sus mejillas ante el silencio de su boca. Oyó a su padre gritar dos veces su nombre y el de Polar.
-¡Llevaos a Sirio! ¡Dejad su cuerpo junto a los muertos de su pueblo! Que sus almas sepan que al final Sirio no sirvió como defensor de sus vidas.
El Sol estaba cubierto en sus cuatro quintas partes por la Luna. Una extraña oscuridad aumentaba rápidamente. La brisa se detuvo. La temperatura bajaba, e incluso los animales entraron en un estado de calma que preludiaba un extraño anochecer.
Rigel se adentró en la tienda. Los soldados miraron al horizonte espantados por la prematura oscuridad que se cernía sobre ellos.
Cuando Rigel vio a Adhara, el sol estaba completamente cubierto por la Luna y solo aparecía una incandescente corona en su lugar.
Se quedó inmóvil ante ella. Su respiración se hizo entrecortada y no fue capaz de articular palabra.
Adhara estaba tumbada con su hijo Fénix en brazos y le vio allí de pie con uno de sus dardos en la mano dispuesto a matarla.
Adhara miró a su hijo y a Rigel, a Rigel y a su hijo, y un espantoso dolor interno, mayor al sentido en el nacimiento de su hijo se apoderó de ella. Era un dolor de muerte.
Los soldados aún seguían fuera observando como la Luna se comía al Sol en un intento desesperado de acabar con el día.
Rigel miraba al niño. Ella era Adhara, ¿cómo no la reconoció entonces? Si él hubiera sabido que ella era Adhara nada de esto hubiera sucedido. Él hubiera entregado toda su vida aquel día. En aquel día que perdió, habría ganado una vida entera, y ahora, en un solo día, había perdido toda su vida.
El dardo cayó de su mano.
Levanto a Adhara y a su hijo. Vio en el rostro de ella la marca de la muerte acelerada, el odio llevado al límite. Sus ojos se habían convertido en dos oscuras manchas faltas de vida, de aquella vida que él tuvo en sus manos y amó hasta la locura.
Les permitió salir de la tienda. Él salió tras ellos. Rigel se quedó parado viendo como Adhara caminaba con su hijo en brazos. Aquel andar recordaba a un anciano que realiza su último paseo antes de morir.
La Luna ya había huido del Sol. Y éste lucía con una intensidad extraña. Los animales volvieron a emitir sus sonidos. Un escorpión andaba cerca de la tienda. Rigel se movió, y el escorpión asustado clavó su cola en el tobillo de Rigel. Rigel aulló por el dolor y al ver que fue lo que se lo había producido, se dejó caer en la Tierra de rodillas, como pidiendo clemencia.
-Adhara, Adhara...
Pero Adhara ya no le oía.
Adhara subió a lo alto de la montaña. Desde arriba contempló la masacre que Rigel había hecho con su pueblo. Vio a los niños muertos, a las madres abrazadas a ellos, asesinadas todas después de que los soldados las habían violado salvajemente, los hombres destrozados por los soldados de Rigel en sus intentos vanos de defender a sus familias. Todo desolado por el odio permanente de un hombre que destruía la vida que no tenía. Y lo más doloroso era ver el cuerpo de su padre mutilado, tirado sobre la tierra, pasto de los buitres que aquel amanecer vendrían a alimentarse.
Adhara miró a Polar, elevó a su bebe a las estrellas y gritó con desesperación su rabia contenida y su dolor. Su voz era una mezcla de muerte y vida juntas ante la desolación que ahora su alma sentía. Cogió la daga de su padre, besó a su hijo, fruto de la unión de aquel hombre lleno de odio con ella, y se lo clavó en el pecho. El niño ni siquiera se dio cuenta. Su rostro siguió dormido. En aquel instante, uno de los dardos de fuego salió de las manos aún con vida de Rigel y se adentro en el corazón del Adhara. Rigel murió en ese instante. Adhara cayó aún con vida sobre las rocas, y en el último suspiro agonizante dijo:
-Madre, no me lleves a tu lado, yo no soy una estrella. Yo fui vida, di vida, cree vida y acabé con vida. Pero soy muerte ahora. Y deseo morir para siempre. Lleva a Sirio a tu lado. Iluminad el firmamento y olvidadme.
Adhara murió. El cielo se apagó de golpe. El silencio llenó la tierra. El viento cesó. El agua se calmó. No se movía nada.
La vida había terminado.”

-Como veis ni siquiera fue una superviviente, murió, junto con todo su pueblo, con honor y deshonor mezclados en un instante, bajo la poderosa mirada de su madre, Polar.
Cuando Antón terminó de contar su historia era ya de noche. El cielo estaba oscuro. Solo podíamos ver claramente en aquel cielo tan negro, los reflejos de Polar, que nos indicaban en cada momento, cual era el Norte.
Ni siquiera se oía al río. No se escuchaba mas que nuestras respiraciones entrecortadas después de haber oído la leyenda de Antón. No supimos que decirnos, solo nos mirábamos y levantábamos la vista al cielo buscando alguna otra estrella que nos volviera a la realidad.

Texto agregado el 29-06-2003, y leído por 766 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-06-2003 menuda masacre y un poco fuerte. y yo creiendo que iba a acabar bien.besos kimberlyrichards
 
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