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Inicio / Cuenteros Locales / AngelNegro / La Leyenda de Adhara - Capítulo 6

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Adhara estaba en su octavo mes de embarazo. El tiempo estaba gris y ella se encontraba pesada. Le pidió a su padre que pararan la marcha por aquella noche. Su padre le advirtió que los hombres de Rigel les buscaban incesantemente, que no podían parar ahora. Pero Adhara estaba teniendo las primeras contracciones. El niño deseaba respirar el aire ya por sí mismo.
Se acercaron al río. Algunas mujeres prepararon una tienda especialmente para el nacimiento del hijo de Adhara. Todos estaban ansiosos por ver al hijo engendrado por el secreto de Adhara. Los hombres vigilaban los alrededores del lugar, las mujeres tranquilizaban a los niños. Las más ancianas calentaban agua y preparaban los enseres del niño.
Los primeros gritos de Adhara se empezaron a oír con el alba. Un niño nacido en 8 meses, no podía traer nada bueno. Los gritos se prolongaron durante todo el día. Estaba siendo un parto difícil.
Los hombres de Rigel localizaron la posición de Can Mayor, alertados por unos gritos provenientes del Norte. Informaron a Rigel, y éste decidió atacar a la mañana siguiente. Prepararon todo para una lucha a muerte.
Rigel mandó a uno de sus hombres más ágiles para que le informara del por qué de aquellos gritos. El hombre se acercó cuanto pudo a Can Mayor, esquivando la mirada de la guardia formada por los hombres de Sirio. Se acercó a un grupo de mujeres que estaban en la orilla recogiendo agua, y las oyó decir que el parto de Adhara traería más de una complicación. Se notaba en el aire de aquella noche tan oscura.
El hombre salió corriendo, cauteloso para que no le descubrieran y se presentó ante Rigel. Le pasó las noticias, y se retiró a una orden de su Rey.
Rigel se quedó pensativo. Esperarían hasta que Adhara diera a luz para atacar. Llamó a los guardias y ordenó rodear a todo el pueblo del Can con antorchas. No quería que nadie escapara de allí. Y una vez rodeados no tendrían posibilidad de huir.
Adhara no podía resistirlo más. Los dolores eran cada vez más agudos y parecía que el bebé no podía salir. La comadrona y algunas mujeres más estaban con ella.
-Venga Adhara, tienes que aguantar. El bebé está a punto de nacer. Tienes que seguir empujando.
Adhara cogió aire, y antes de expeler su último grito, pasaron ante sí las imágenes de aquel hombre que la había amado ocho meses antes. Sus brazos rodeándola, sus profundos ojos, la suavidad de su amor.
Se oyó un grito espantoso y todo quedó en silencio. A los pocos minutos se oía el lloro de un niño recién nacido.
-¡Ha nacido el niño de Adhara! ¡Ha nacido el niño de Adhara!- gritaban algunas mujeres.
La comadrona salió con el bebé en brazos y fue a mostrárselo a Sirio.
-He aquí a tu nieto, Fénix, un varón hermoso y fuerte.
Sirio cogió al bebé con los ojos cristalinos por las lágrimas contenidas, y le miró. Fue en ese instante cuando reconoció en él el rostro de su padre, Rigel.
Miró a la comadrona y preguntó por Adhara.
-Ella está bien. Ahora duerme. No ha sido fácil para ella.
El informador de Rigel rápidamente corrió a él y le contó lo acontecido.
Rigel sonrió. Ya eran suyos.
Se abría ante la Tierra un amanecer diferente. Parecía como si se hubiera ralentizado el Sol al salir, y todo fuera a cámara lenta.
En el cielo, se veía a la Luna ir directamente al Sol, casi parecía que iban a abrazarse.
Can Mayor ya había detectado el círculo de antorchas. Todo el pueblo esperaba las órdenes de Sirio, puesto que Adhara no se encontraba ahora en condiciones de afrontar el ataque de Orión.
Sirio se hallaba sumido en un amargo sueño. Rigel era el hombre que cambió la luz de Adhara, él era el padre de su nieto. Aquel hombre lleno de odio había despertado en Adhara un sentimiento que nunca había conocido a lo largo de su vida, porque estaba encerrado en la destrucción de todo aquello que no hubiera sido suyo. ¿Por qué Adhara no le dijo nada? ¿Qué hacer ahora? ¿Cómo afrontar aquello? ¿Cómo tomar decisiones acertadas para su pueblo ante el ataque de un hombre que había mezclado su sangre con la suya propia?
Los hombres de Rigel, se adentraron en el pueblo, con antorchas quemaron las tiendas, obligaron a salir a las mujeres mientras mataban a los pobres niños indefensos.
Los hombres intentaban defenderse como podían. No habían sido enseñados a luchar; ahora lo único que podían hacer era proteger con sus cuerpos a sus familias.
Algunos soldados de Rigel, tomaron por la fuerza a las mujeres más jóvenes y las violaron hasta desahogar sus instintos más bajos. Después las degollaron y juntaron los cadáveres en el centro del pueblo junto con los de los niños y hombres.
Orión era como una plaga devastadora, un huracán que lo asolaba todo a su paso.
Rigel se acercó a una tienda grande que estaba situada muy próxima al río en un saliente. El día empezó a tomar un aire diferente. Sirio se encontraba frente a la entrada y miró a Rigel.
-Sabía que tu ataque contra nosotros solo se podría efectuar en el nacimiento más importante de la vida de todos. Nos exterminarás pero lo mejor de todo es que acabarás contigo mismo.
Sirio le hablaba con tanta serenidad que el odio de Rigel crecía más y más.
-Sirio, hoy morirás. Yo mismo acabaré contigo.

Texto agregado el 29-06-2003, y leído por 541 visitantes. (0 votos)


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