Es una sombra corporizada que se desliza por la galería fresca, mientras abruma el sol llegando al mediodía. El opaco velo la cubre de la cabeza a los pies y acompaña el bamboleante movimiento de su figura. En el fondo del comedor las novicias preparan las mesas blancas entre murmullos de rezos y chismes inocentes. Cuando perciben el olor a incienso que la precede, mudas, paralizan el quehacer.
La obesa figura de la Madre Superiora se recorta en la puerta ojival y relumbra en magnífica aureola, mientras sus ojos ladinos descubren el instante prohibido. Con pasos cortitos recorre el pasillo que dejan los bancos y no se detiene hasta llegar, exactamente, donde todas saben que lo hará. Perdida la mirada en la pared, donde está pintada “La Ultima Cena”, estira los dedos regordetes y una a una van cumpliendo el rito aprendido del besamanos sumiso, mientras musitan letanías:
“Gorda chancha”, Ora pro nobis...
”Vieja chupacirios”, Ora pro nobis…
”Calentona de monaguillos”, Ora pro nobis…,
y ella, beatíficamente sorda, sonríe.