Adhara, se escapó al amanecer, buscando un lugar junto al río alejado de su pueblo y poder sentirse arropada al menos durante un rato por el sol nacido.
Rigel había pasado toda la noche allí en vela y cuando decidió regresar para emprender la marcha, fue cuando la vio.
Permaneció allí sentado, observando a aquella preciosa mujer, cautelosa, que se escondía como asustada. Cuando paso junto a él, salió de golpe ante ella. Adhara quiso escapar, pero los ojos de Rigel la contuvieron.
Ambos se quedaron mirándose, como hipnotizados por los ojos de cada uno. Rigel miraba los ojos de Adhara, y veía en ellos la imagen del cálido agua del Mar, un verde cristalino, iluminado por unos brillos amarillos que empequeñecían a la luz del día. Adhara le miraba a él sin atreverse a hacer un solo movimiento. Los ojos negros de él se veían como si fueran un lago de profunda tristeza, llenos de una oscuridad infinita, que atrapaban irremediablemente.
Ella le sonrío tímidamente después de un tiempo que ninguno supo precisar.
-Buenos días, lamento haberte despertado con mis pasos.
-No, no dormía. Me iba de este lugar cuando te vi aparecer.
Rigel vio en aquella sonrisa reflejada en Adhara, algo tan nuevo y diferente, que por un momento creyó que todo aquello era un sueño o el efecto de tantas noches sin dormir.
-¿Qué haces tan sola por aquí?
-Vine a disfrutar de los colores de la tierra bajo el sol. Quería ver cómo despierta la vida. No puedo hacerlo con mucha frecuencia.
-Sí, es una visión realmente bella. ¿No puedes verlo todos los días?
-No. Dime ¿y tú?
-Bueno, no duermo en exceso. Vine a ver el amanecer, para emprender el día.
Ninguno de los dos se atrevió a decir quién era.
Caminaron en silencio algunos metros por la orilla de Erídano, hasta encontrar un claro.
-Que hermoso es ver correr el agua, reflejando al sol. Por el día, los sonidos son diferentes. Parecen melodías creadas para encantar a quien las escucha...
Adhara hablaba con tanta suavidad que Rigel sentía como la sangre se le aceleraba a cada palabra suya.
-Nunca había escuchado a la Tierra.
-Pon atención. Cada sonido, cada tono, se abre al día ofreciendo tanto que no oírlo sería perdernos en el vacío del silencio absoluto.
Rigel estaba confuso. Dentro de sí se movía algo que no podía controlar.
-¿Quién eres?
Adhara avanzó hasta notar el agua tibia del río en sus pies desnudos.
-¿Quién soy? Nunca me había hecho esa pregunta. Soy el futuro de un pueblo que camina a oscuras con una sola luz en el frente. Seré su guía, seré la Vida prometida, la esperanza de un día.
-¿Y ahora? ¿Ahora quién eres, que me haces sentir de esta manera tan desconocida para mí?
-Hoy soy hoy. Ahora soy ahora. Un momento, un instante, soy presente, soy yo. ¿Y tú quien eres?
-¿Yo? Yo soy el pasado irremediable de cientos de personas. Marco sus vidas a fuego y les niego el deseo de futuro.
-¿Se lo niegas? Sería como negarme a mí.
-Pasado y futuro. Pero eres hoy. Deseo serlo contigo. Desearía entender las cosas con el verdadero significado que tienen. Mirar las flores, y saber que son, porque sí, oír el aleteo de un pájaro, escuchar como respiras mientras te acercas a mí.
-Dejémonos llevar por la Tierra, el Agua, el Aire, el Fuego.
-¿Cómo?
-Mira la Tierra, está bajo tus pies, deja que tu piel se mezcle con ella. El Agua, únete a ella, se una gota de este caudal. Respira el Aire, deja que se adentre en ti, nota como recorre tu interior. Quítate las ropas, báñate con el Sol, sus rayos, incidirán en ti y sentirás el calor abrazando tu cuerpo.
-Somos Naturaleza.
-Somos Naturaleza hoy- repitió Adhara
-Quiero ser tú.
Parecían dos almas ligadas por sentimientos afines. Ella paseaba desnuda por sus sentimientos y él ocupaba sus espacios interiores.
Rigel iba perdiendo gradualmente su odio por su entorno, pero aún no parecía dispuesto a aceptarse como ser humano.
Adhara detectó la respiración acelerada de él aunque su rostro no se alteró, y bajo la piel, el único impulso vital que escapa al control de la voluntad de cualquier hombre: el anhelo, el deseo de otro ser humano.
-Encontrarás la manera de conquistar la oscuridad que me rodea. Alargarás tu mano, con toda seguridad, hasta mi interior, y seré tuya.
El silencio se hizo denso, profundo. Rigel se acercó a ella, acarició su mejilla y por primera vez regaló una sonrisa que nació de él. La besó, con la suavidad de la seda al resbalar por la piel.
Rigel la cogió en sus brazos, y la llevó hasta un nido de ramas y hojas perfumadas que siempre estaba iluminado por los rayos del sol hasta el mediodía.
El no dejaba de mirarla. Aquella mujer en tan solo unas horas, había hecho lo que ningún otro hombre en toda su existencia. Le había hecho sentir un ser humano, por primera vez no odiaba todo aquello que le rodeaba, y por primera vez, la vida que tenía junto a él, era digna de mantenerse en todo su esplendor.
Descubrió su cuerpo, apareciendo ante él tan hermosa y tan inocente que por un momento estuvo a punto de retirarse para no hacerle daño, pero los ojos de ella, le rogaron que se fundiera en él.
Pactaron con los pájaros, y sus gemidos se volvieron cómplices del aire. No existía ni el tiempo ni el espacio.
Adhara al descubrirle sitió una emoción intensa. Estrenaba sentimientos uno por uno, era como ver el arco iris, analizando cada color.
A media tarde, el cielo estaba despejado y luminoso.
Los amantes seguían arropándose con su abrazo. No existía nada que no fuesen ellos dos. Seguían amándose en el silencio de la vida que hasta ahora ninguno de los dos había conocido.
Su unión se reflejó en el cielo. Una estrella, apunto de extinguirse, explosionó, produciéndose una luminosidad mayor que la unión de todas las estrellas del firmamento.
Estuvieron largamente unidos, el uno junto al otro, hasta que Adhara miró al cielo. El sol iba desapareciendo bajo el horizonte y su luz se iba desvaneciendo, gradualmente. Se levantó y se vistió rápidamente.
-El sol se oculta. He de irme.
El sol poniente incidió en los ojos de Rigel como la punta de una lanza.
Rigel se vistió junto a ella.
-¿Volveré a verte?
Adhara le miró.
-Tú eres Sol, yo soy Luna. Cuando dejemos de ser lo que somos y volvamos a ser humanos, volveremos a dejar de ser uno, y seremos todo para el otro.
-No te vayas ahora.
-Lo siento, amado mío. Llegó la hora de irme a mi lugar destinado. Quizá no vuelva a verte nunca. Solo espero que enseñes en la Tierra, esto que nació en nosotros, que alimentes la vida como me alimentaste a mí, para que aumente la Paz y la Esperanza. Seguiré contigo en espíritu.
La vio correr por la ladera del río, rodeada de una luz blancoazulada. Corrió tras ella, pero en un recodo del cauce, desapareció.
Rigel miró al cielo. Había anochecido. En ese instante, una estrella fugaz. Recorrió el firmamento, iluminando Archenar.
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