Sirio se quedó profundamente dormido. Se vio volar sobre la tierra. La estrella del Norte le habló.
-Sirio. Mi amado Sirio. No he muerto. Estoy en ti. En la noche. Estaré siempre al lado vuestro, mostrandoos el camino de la vida. Yo seré siempre vuestro destino. Cuida de Adhara. Enséñale lo hermoso de la vida, que luche por la vida que cree vida. Ella sabrá siempre el rumbo a seguir si con tu ejemplo y tus doctrinas le enseñas lo mas preciado que el hombre tiene: la Vida.
Cuando Sirio despertó, era de día. La hoguera se había extinguido. Adhara dormía bajo las caricias del perro, el cual no había dejado de velarlos en toda la noche. No había rastro de nadie más alrededor, aunque sus ropas seguían allí, y un nuevo tarro de leche aparecía ante él para dar de comer a Adhara en cuanto despertara.
Así fue como nació el pueblo de Can Mayor. No creo que sea necesario que os cuente, a que se debe su nombre. Aquel perro se mantuvo siempre al lado de Adhara. Fue su guardián mientras ella crecía. Sirio encontró en su lento caminar, a gente que como él huía de la violencia de Rigel. Se habían unido en su despertar a la vida. Se movían en la noche, cuando la estrella Polar se veía con su máxima intensidad indicándoles el destino de su caminar. Mantenían siempre las mismas distancias y las posiciones relativas con respecto a los demás pueblos para no ser vistos durante el día. A la luz del atardecer, cuando aparecían de nuevo las primeras estrellas del día acabado, recogían sus escasas pertenencias y comenzaban a caminar los senderos sinuosos de las estrellas rumbo a Polar.
Durante todo ese tiempo, Rigel no cesó en su búsqueda. Cuando descubrió que Sirio había huido con la niña, se prometió a sí mismo buscarles hasta darles muerte y mataría a todo aquel que se encontrara a su paso. Había asolado cientos de pueblos, arrasó a su paso bosques, secó ríos. Cada vez más violentamente, porque su búsqueda era infructuosa. Gritaba por las noches cuando veía que el día se había acabado y las estrellas nacían para obligarle a pararse. No dormía. Solo deseaba que llegara el día y darles alcance cuanto antes.
Pasaron 19 años desde la muerte de Polar. Adhara era ya toda una mujer. Había nacido hermosa. Tenía los ojos más bellos que había sobre la tierra. De un color verde esmeralda luminoso, y con unos rayos amarillos que en la noche parecían del Sol, llenos de vida. Su pueblo la adoraba. Su belleza era conocida en todos los confines de la Tierra. Pero nadie, excepto su pueblo, había conseguido verla. Todos los reyes de las pocas tribus que quedaban con vida, deseaban conocerla para desposarse con ella. Incluso Rigel ardía de deseos por tenerla antes de matarla. Pero nadie sabía donde se encontraba el Pueblo del Can Mayor.
En todo este tiempo, las tribus habían menguado. Algunas incluso habían desaparecido, debido a las guerras que Rigel mantenía constantemente. Las que aún seguían existiendo era porque Rigel había dejado allí su semilla, al haber poseído a la mujer más bella de cada tribu y haber tenido descendencia con ella. Él quería que toda la vida existente sobre la tierra fuera de él. Y se preocupaba de que así fuera. No abandonaba a una tribu hasta que no tenía la certeza de que un hijo suyo quedaba allí. Y si la mujer que poseía en un año no lograba quedar embarazaba, montaba en cólera y arrasaba la ciudad matándolos a todos.
Sirio era ya muy anciano. Cuando se le veía, parecía un espectro blanco. La muerte ya rondaba su cuerpo. Sus ojos se habían quedado secos. No había vuelto a llorar desde aquel día en que murió su esposa. Ya no podía seguir siendo el rey; ese rey que había sido hasta entonces. Reunió a todo el pueblo un atardecer antes de partir de nuevo a través de la noche, les miró a todos, uno por uno. Observó a los niños con satisfacción. Vio en todos aquellos niños, la esperanza de vida reflejada en su rostro. Las mujeres les cogían de la mano con la alegría de las madres. Algunas estaban embarazadas. Nuevas vidas en poco tiempo. Los padres deseaban esos niños. Les veía a todos como si fueran uno solo. Este era el pueblo que él había llevado a la Vida. Polar había sido su guía durante toda su existencia. Antes en vida, amándose como nadie lo había hecho nunca y ahora, como la estrella más hermosa de todo el Universo, la única estrella fija, de la que dependía el resto del firmamento.
-Hoy es el día más feliz de mi vida como Rey de Can de Mayor. Os veo dichosos, numerosos. Somos el pueblo más grande que existe hoy en esta Tierra. El pueblo más feliz. Siento que mi misión ha terminado hoy. Viendoos los rostros sé que puedo retirarme a descansar ya para siempre. Pero antes quisiera dejar en vuestras manos la elección de vuestro próximo rey.
El pueblo se entristeció al oírle. Se sentía, cómo el murmullo de las lágrimas subía de tono. Estaban desconcertados. Ellos eran lo que eran gracias al esfuerzo de Sirio. Sin él habrían muerto a manos de Orión.
Sirio levantó sus manos, intentando disipar la pena que había cubierto a su pueblo. Les calmó con sus gestos protectores.
-No sufráis, hijos míos. Yo siempre estaré con vosotros hasta que la Muerte venga a visitarme definitivamente. Y Polar no os abandonará nunca. Adhara os cuidará mientras vosotros decidís que otro rey debe retomar mi misión, para seguir enseñandoos a vivir. Meditad bien vuestra elección. Me voy a descansar.
Sirio ya era uno de los hombres mas ancianos del Universo, él representaría a la historia de la Tierra, tenia conocimientos absolutos desde el nacimiento de la vida, y poseía toda la sabiduría de su desarrollo. Ahora sería un Quasar, el Quasar Sirio.
El pueblo se retiró en silencio. No sabían si mirarse para intentar averiguar que pensaba cada uno. Aquella noche todos caminaron cabizbajos. Adhara iba caminando con ellos intentando hacerles sonreír. Los niños saltaban con ella, corrían, reían; y los mayores, la miraban agradeciéndola aquel bienestar que despertaba en todos.
Aquella noche el camino andado fue corto. La despedida de Sirio como Rey de Can Mayor los había dejado a todos lentos en su caminar.
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