-Ahora le pasaremos este dinero para compensar su sufrimiento. ¿Cuánto cree usted que valdrán esas lágrimas derramadas por la pérdida de uno de los suyos? ¿Veinte pesos cada una? ¿veinticinco? ¿treinta acaso? Sumado esto por la cantidad de años que usted ha llorado ¿le parecen bien unos ciento diez mil pesos mensuales? Claro, descontamos, obviamente, las lágrimas reiterativas, aquellas que no contribuyeron a sanar su alma sino sólo a evacuar parte de su líquido vital del mismo modo como evacua usted sus necesidades. Comprenda, no somos un estado rico ni podemos evaluar del mismo modo la pena legítima y la pataleta, no podemos hacerlo y entienda usted el esfuerzo que hacemos. Además, estamos pagando los platos rotos por acciones que cometieron algunos que se decían libertadores y que lo único que liberaron fue el miedo, abrieron con sus bastas manos la caja de Pandora y ya lo ve, perdió usted, perdió la patria y ganaron, por supuesto, los que nunca pierden, los que tienen palabras para todo y argucias de sobra para esconder la realidad tras su capa de nigromante. Ahora, con ese dinero en su bolsillo, su pena podrá ser reemplazada por el olvido, peliaguda cosa esa, ya que después de muchos estudios técnicos, llegamos a la conclusión que había que optar por una terapia intensiva o por transar poco a poco hasta que ese borroneo del pasado llegara como cosa natural, como algo asumido. Preferimos por supuesto esta última solución, puesto que es la menos onerosa, imagínese usted a varios miles de compatriotas esperando hora para ser atendidos por un sicólogo. Después se reclamaría que la salud no da abasto, que el Plan Auge, que esto y que lo otro.
Pasemos por último, al tema del arrepentimiento. ¿No cree usted que el tiempo diluye finalmente los hechos? ¿Se arrepentiría usted de algún pecadillo de juventud? Con el mayor de los respetos le digo que no lo creo. Además esto es lo mismo que Fuenteovejuna, todos fueron y ninguno fue, no se si me entiende. Con uno que haya perdido perdón, pues lo pidieron todos. No vale la pena hacerse mayores cuestionamientos por algo tan irrelevante. Dejemos mejor eso a la conciencia individual y que cada uno lo asuma como es debido. Además los muertos, muertos están y ni todo el arrepentimiento del mundo podrá levantarlos de las tumbas. Ahora, por favor, no hablemos de desaparecidos. ¿Acaso no conoce la ley de Lavoisier que dice que “En la naturaleza la materia no se crea ni se destruye; sólo se transforma.”? ¡Que verdad más grande esa, no? No será gran cosa pero con esta sentencia se elimina de un viaje la pelotuda monserga de los desaparecidos. Por allí andarán, transmutados en otros cuerpos, acaso transfigurados en su descendencia, quizás ensabanados en un universo inmaterial, trocados en cualquier cosa, pero, por favor, no me venga a hablar a mí de desaparecidos porque esa es una falacia del porte de un buque. Y si quiere que le compruebe esto que le estoy diciendo, designamos de inmediato a una comisión para que investigue estos hechos. Puedo coincidir con usted en la pena, en el arrepentimiento, en el olvido, en esas lágrimas suyas debidamente valorizadas pero, por favor, no me venga a mí con intransigencias de ese tipo que si usted elige ese terreno, hasta aquí nomás llega este diálogo…
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