Una noche, como otra cualquiera, un chico cualquiera llegó a una hoguera, en el campo, donde otros de su misma edad (más o menos) hablaban, cantaban, reían.
Hablaban sobre cualquier cosa, contaban cuentos, historias de miedo, recitaban poesías de amor...
Cantaban canciones sobre bardos, juglares y trovadores; cantaban las hazañas épicas de algún bravo guerrero, de algunas lejanas tierras donde todo era más fácil para alguien que no fuera de noble cuna.
Entre esta gente, el muchacho era feliz; todas las noches, huía de su hogar, para reunirse con sus nuevos amigos.
Y un día le tocó a él contar un cuento, cantar una canción, hacer reír a la gente... Desde entonces, se hizo llamar Harry por sus compañeros.
Y nunca fue tan feliz como entonces.
Todos creyeron que los cuentos del chico eran algo más que simples relatos... Y casi nunca se equivocaban; en sus cuentos, Harry intentaba hacer llegar una serie de mensajes sobre su estado de ánimo, para mostrarles cómo se equivocaban al creer que su apariencia de encontrarse bien era pura fachada...
Aún no se han dado cuenta. Es como estar tras una máscara.
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