Miguel abre la puerta del camerino y se encuentra con un grupo de tipos desconocidos de los miles que le ha tocado ver en estos últimos meses. Sin embargo, todos tienen rostros amistosos que le sonríen al momento de salir. Mira a su derecha, luego a su izquierda, y comienza a seguir la voz que suena por el altoparlante. El griterío de la gente inunda el pasillo cada vez que la voz que habla termina una frase. No escucha las palabras, solo se guía por instinto hacia esa voz que de alguna forma lo llama incesantemente. El retumbar de los gritos comienza a hacer efecto en el palpitar acelerado de su corazón. Se lleva la mano a su rostro y presiona con el dedo pulgar e índice ambos globos oculares mientras arruga su frente. Es su último acto de concentración antes de salir al campo de batalla. Gira su cabeza hacia un lado y luego al otro y ahora la sangre le corre a toda prisa por sus venas intentando sintonizar la máquina con el cerebro. Siente que los que pasan por su lado le dan golpecitos en su espalda y le dicen cosas que no alcanza a entender con el bullicio. El devuelve el gesto con una sonrisa leve. De pronto, en el instante en que le parece que su corazón esta a punto de reventarse dentro de su pecho, su ansiedad cambia radicalmente por calma tibia que apenas se deja sentir con un cosquilleo en el estómago. El proceso de transformación comienza. Solo oye el latir de su corazón retumbar en sus oídos, fuerte e incesante. Respira profundo y se deja llevar por el proceso. Respira hondo y antes de soltar todo el aire deja de ser Miguel. Siente que ha crecido, que ha cambiado. Ahora es más alto, más esbelto, más seguro de sí. Su rostro se enciende y tiene una sonrisa que no revela el por qué, pero esta feliz. Todas las preocupaciones, el cansancio, incluso el sueño que traía han quedado atrás. Ese alter ego que se apodera de él es mucho más que Miguel. Es un ser perfecto, casi mágico. Habla fluido, es gracioso, simpático. Ahora vuelve a caminar pero esta vez cada paso lo da en perfecta sincronía con el anterior y con los sonidos del lugar. Ahora todo tiene un brillo distinto, las luces danzan a su ritmo mientras avanza. Un calor retenido comienza a sentirse en su piel. Su mente y su cuerpo están listos. Da un par de brincos subiendo las escaleras y llega arriba del tablón extendiendo sus brazos como si se reencontrara con un hijo perdido por largos años. Si su madre lo viera diría que esa sonrisa solo se le veía quizás cuando era pequeño y en días de navidad o en su cumpleaños abría regalos y saltaba de felicidad. Vuelve a ser un niño. Brinca por todos lados. Corretea de un lado para otro. Luego, todo se detiene al momento en que él lo hace. El grito ensordecedor de la gente no cesa. Mira hacia atrás y ve a su banda expectante. Les lanza un guiño y dice: “que comience la función”. |