Manuel salió apurado de casa, con la viveza de quien llega tarde y no quiere. No quiere una vez más. En los últimos meses y con tantos preparativos, el llegar tarde se había convertido en costumbre, la prisa en su mejor compañera, los nervios en su continua amenaza.
Encaminó sus pasos rápidos hacia la floristería. Cuando la alcanzó se detuvo en la entrada, esperó unos segundos hasta recuperar un pulso más sereno… incluso contó hasta diez como había leído tantas veces, viejo truco para suavizar tensiones, para reconciliarse con la calma… contaba deprisa, sin convencimiento, como por cumplir el trámite, y al tiempo atisbaba por el cristal del escaparate. Buscaba a Teresa entre los macizos de flores y plantas que colmaban la tienda. Allí estaba, la flor más bonita entre todas, su princesa de cuento. En los últimos meses ella había sido todo para Manuel, lo único bueno en aquella pesadilla de incertidumbre, rigidez, preparativos, gritos y demás desmanes.
A Manuel todo aquel asunto de la boda lo estaba matando. Y Teresa era su reposo, no exigía nada, no pedía nada, y lo daba todo. Solo le había sugerido, como buena profesional, que no combinara rosas en su solapa con los tulipanes del ramo de novia de Susana.
Para Beatriz |