Sentados en el jardín de mi casa nos dispusimos a tomar el té. Las cuatro llegaron juntas y sin tener invitación. Tocaron a mi puerta y cuando la abrí me dijeron que querían tomar té. No quise ser descortés y aunque llegaron en un momento inoportuno, las hice pasar al jardín que está detrás de la casa. Saqué una mesa de cedro y coloqué varias sillas. La tarde era soleada, no hacía calor y un ligero viento nos refrescaba. Enfrente de mí se sentó la soledad, callada, ensimismada y con su cara larga, no hacía más que jugar con una cucharilla, removiendo el té incansablemente como si quisiera encontrar algo en él.
A mi izquierda estaba la incertidumbre, quien a diferencia de la soledad, no hacía más que voltear a todos lados. Se notaba nerviosa, preocupada. Quedó sentada a espaldas de la entrada a la casa. Volteaba y volvía a voltear, como si estuviéramos esperando a alguien más o como si ella presintiera que de un momento a otro algo terrible fuera a suceder. La soledad la miraba de reojo, hasta eso tiene, estaba tan ensimismada que ni siquiera se atrevía a girar la cabeza para ver de frente a la incertidumbre. A la izquierda de la soledad estaba la tristeza, ella sacaba constantemente un pañuelo de su bolso y se limpiaba los ojos, tratando de ocultarnos que se sentía mal. Junto a ella y también junto a mí, cerrando el círculo de la mesa, estaba la esperanza. Es la única que se mantuvo alegre, observando cómo florecían los rosales de mi jardín, escuchando los sonidos de las aves y dando pequeños sorbos a su té de durazno. Tal vez su estado de ánimo se debía a que sabe que será la última en morir.
Me sorprendió mucho aquella reunión, la última vez que tuve que preparar té de durazno fue cuando me visitaron, también sin tener invitación, el amor, la amistad y la felicidad.
Miré a las cuatro y cada uno de sus rostros me contagió su estado de ánimo. Me sentí solo, triste, con una terrible angustia a causa de la incertidumbre de no saber a donde iba y ni siquiera en donde estaba La esperanza debió notar esos sentimientos en mí ya que me tomó del brazo y me levantó de la mesa. Me pidió que diéramos un paseo y mientras nos alejábamos volví la mirada y observé a mis tres invitadas bebiendo té de durazno.
|