uno
De vuelta a casa la ruta de centenares pimientos se transformó en un puñado de recuerdos de carne viva. La goma blanca que lloraban los árboles por sus troncos acompañó el retorno de doña Laura a casa. Su corazón era un bolaco de fierro pesado, también gris e inanimado. Por la pura plata tuvo que levantarse temprano para ir a dar su testimonio. Había sido ya el turno de los familiares de ejecutados políticos, y desde algunos años, el de los detenidos desaparecidos, de los exonerados de la dictadura. Siempre estuvieron pendientes las torturas, hasta ahora eso sí, que una ley compensaba con unas lucas tanto dolor. Con eso sus niños podrían acceder a la educación. Mostrando la cara una vez más y dando algunos nombres que retenía en la memoria, podría acceder a la salud gratuíta que nunca tuvo. ¿Qué importaba la honra a estas alturas del partido si las grandes tiendas tenían embargados todos sus bienes por las letras que dejó de pagar?
Mientras doña Laura avanzó por la fresca sombra de la avenida, se le vino a la cabeza el olor asumagado de la fatídica venda que acompañó sus males mientras duró su detención, cegándole la mirada ante tanto horror acuartelado. El canto de los pájaros en los postes del alumbrado se transformó repentinamente en un canto fúnebre que trajinaba sus entrañas sin resistencia. Las imágenes podridas y ese pegajoso olor a orina de la celda de pronto se hicieron carne otra vez en tanto la cuarentona mujer intentaba avanzar por la vereda.
dos
Tres veces el actuario tuvo que poner alto al tecleo de la antigua y vetusta máquina de escribir e ir en busca de agua y pañuelos de papel para la comparesciente que no dejaba tiritar y lagrimear por las profundas heridas que otra vez se volvían a abrir. Durante la declaración indagatoria de doña Laura los golpes a su conciencia estrilaron a niveles inéditos. Otras tantas el funcionario judicial sentado al frente suyo, tuvo que dejar de comer el pan que, de cuando en cuando, masticaba para mitigar el hambre en pos de no vomitar a causa de la relación circunstanciada de los hechos. Lentamente las hojas de oficio se fueron repletando de los horrores que por años doña Laura guardó celosamente sin referírselos a nadie, ni siquiera a su esposo que esperaba en casa esperanzado en que su mujer consiguiera el beneficio ese que en la víspera anunció el Presidente por cadena nacional de radio y televisión. No obstante el inmenso dolor que el asunto le causaba, ese dinero era necesario para sacarse algunas penas y sortear una montonada de otros apuros. Un par de pastillas ayudarían a calmar los nervios -pensó doña Laura cuando se las mandó a los más hondo de su garganta, temprano antes de vernirse al juzgado.
tres
a fojas 10 (*)
"Me violaron con penetración vaginal y anal, eyaculaban en mi boca, me introducían palos, fierros y botellas por la vagina y el ano, me obligaban a tener sexo oral con ellos, me amenazaban con colocarme arañas, culebras y ratones (...) en la sala de torturas, me amarraban a una camilla de metal,, comenzaban a cortarme la piel con gillette y encima de los cortes me echaban alcohol (...) en una oportunidad me abrieron las piernas y me colocaron una rata en la vagina, mientras me colocaban corriente, la rata saltaba, me enterraba las garras en la vagina, por el miedo de la rata, se orinaba y defecaba, infectándome con el virus toxo-plasmosis, el que imposibilita a las mujeres a tener hijos (...) me sacaban los bellos púbicos con un alicate o pinza, me quemaban con cera caliente o apagaban cigarrillos en mi cuerpo (...)"
cuatro
De tanto caminar como ida, a doña Laura se le vino la noche. Cuando abrió la puerta de la casa todo estaba a oscuras. Al parecer los niños no estaban, tampoco su marido pese a la hora. Con el alma en una mano y los pelos de punta, la mujer volvió a sentir ese grito ahogado de las noches cuando dormía. En el juzgado el corazón se le abrió como una rosa de carne rajada. La sangre figurada de sus pasos por las penurias que le tocó vivir se transformó en charco coagulado sobre el piso. En su espalda un látigo de espanto se instaló. Apenas pudo poner la tetera para tomarse un té. Habían pasado tres décadas desde su martirio, y ahora otra vez la buhardilla se abría para dejar escapar los fantasmas. El silencio siempre fue el manto que cubrió los recuerdos hasta los más hondo del olvido. El silencio anduvo con ella todo el rato como un perro quiltro que la seguía a todos lados. Hasta ahora los recuerdos estuvieron atrapados en un bunker de su cabeza, sólo hasta ahora que un río bravío de pobredumbre se volvió a desatar después del trámite de la mañana.
Al primer sorbo de té los racontos oscuros se sucedieron como flashes. recordó las otras celdas, los otros gritos desesperados, la escena sodómica entre padres e hijos en el cuartel a punta de culatazos, la mugre, el desencanto y la desolación más absoluta. Sintió un frío calarle los huesos.
cinco
A fojas 12 vuelta (*)
"Como los dolores eran terribles y como gritaba tanto, en una ocasión la venda se me cae de los ojos y veo a mi torturador, quien estaba con otros en la sesión, él dirigía la tortura y las preguntas, lo miré y este comienza a cachetearme la cara. Por fotografías que vi posteriormente, me enteré que se trataba del Mamo. Con una yagatán me cortaron el estómago, recuerdo que me afirmaba con las dos manos el estómago para no seguir sangrando (...) producto de las violaciones quedé embarazada, pero por las mismas torturas al tercer mes de embarazo perdí a mi hijo (...) por esas torturas actualmente tengo problemas auditivos, me cuesta dormir, presento estado de ansiedad, siento repugnancia a los uniformes militares, siento pánico y quedé con reflejos condicionados con las ratas, de inmediato me duele el útero. Siento rabia hacia los hombres que violentan a las mujeres y sufrí una operación a mi seno izquierdo, según los doctores, por causa de los golpes de corriente (...)"
seis
Doña Laura estaba ordenando los certificados de nacimiento que le pidieron en el juzgado cuando la puerta de la calle de pronto se abrió.
Entre las sombras la silueta de sus niños corriendo le devolvieron el color a su piel. Cuando su marido le preguntó cómo le había ido en eso de los trámites, ella tuvo que decirle que muy bien, eso porque se había hecho adjudicataria de la pensión de gracia que en la víspera anunciaron en las noticias, así al menos le había comunicado el actuario antes de volver a casa a mediodía. La vorágine de la noche consumió el resto y todo lo demás. El silencio volvió a ser la sombra de doña Laura. Como una marca, como una mancha que ensuciaba su piel. Esa noche como nunca en años, no vio las noticias después de las comedias. Aquella noche los ángeles negros otra vez revolotearon por alrededor de su cama en medio del silencio.
Sin embargo estuvo quieta porque su familia estaría mejor. A la mujer no le quedaba otra que olvidar una vez más, entre relamidas y llantos sordos.
(*) texto extraído de declaraciones de una mujer torturada en el cuartel de Tejas Verdes, cerca del puerto de San Antonio-Chile. |