Junto a su cuerpo encontraron, en el suelo, su cartera, mis sueños, su futuro, mi soledad. Un agente vestido de buena persona, no sé yo si lo sería, se encargó de comunicármelo;-...a las seis le esperamos en la comisaría para que recoja sus efectos personales- fueron sus últimas palabras. ¡Hay que joderse! Hasta para esto hay que hacer cola en una ventanilla. Por supuesto no fui a la cita, necesitaba tiempo antes de verme con otras personas, además ya me había llevado él a casa lo más pesado.
Junto a su cuerpo no encontraron su risa, sus caricias, sus besos, en pocas palabras, mi pasado. Mirando por la ventana, Madrid había cambiado, la calle estaba llena de gente que no se miraba, simplemente iba o venía, llena de coche con prisas que parecía que supieran a donde iban, llena de comercios donde no se vendía nada importante. Miré al cielo y me produjo un escalofrío, el sol brillaba como nunca, no había nubes y el aire lo teñía de azul claro como si fuera una sábana, sólo rasgada por una bandada de pájaros que parecían ser los únicos que se habían percatado de que algo no iba bien. ¿Por qué la gente siempre muere en días tan inhóspitos?
Abrí la ventana; en un primer momento creí hacerlo para tomar aire, pero pronto supe cuales eran mis intenciones. Pensé en escribir una carta, aunque deseché la idea cuando no encontré destinatario, quizás podía mandársela al que estaba llamándome por teléfono. Ni siquiera la curiosidad me impidió poner un pie en el marco de la ventana. El teléfono seguía sonando, ¿cuando pararía? Desde el corazón de la radio, Sabina me dió el empujón que necesitaba mi cobardía -para decir con dios a los dos nos sobran los motivos-, salté, o mejor dicho, la ciudad se agachó. Un silencio sepulcral me hizo contener la respiración. Nunca había estado tan seguro de nada en mi vida, o eso creo. La ciudad me escupió sus sonidos a la cara, de repente, con rencor, pidiéndome que la llevara conmigo; el teléfono no dejaba de llorar. Cerré los ojos y... tu cara me vuelve a sonreir, tus manos me vuelven a acariciar, nuestros labios se vuelven a colocar en la posición de la que nunca debían haberse separado. Ya no suena el teléfono, ha comprendido que era lo mejor para todos. |