Ójala que todas las sensaciones que ningún día supe definir, a las que ni siquiera supe poner nombre, se apilen en mi cabeza para ayudarse a tocar el timbre. Yo las abriré las puertas de mis sentimientos y todos juntos reiremos recordando lo mal que un día lo pasé. Me preguntarán por tí, y mi corazón responderá que ya no vives allí. Nos tomaremos otra copa, esta vez brindando, quedan ya lejos esos días en los que las noches acababan en los vasos. El futuro me hará mirar por la ventana, -Bonito día para salir a la calle- dirá; nadie rememora las tempestades del tiempo pasado, aunque todos las tenemos presentes. Escucharemos esa canción que tantas veces oí contigo, y mi amigo el consuelo, guiñando un ojo a la ironía, comentará que tampoco era tan bonita. Se acercan las doce de la noche y dejo mi vaso medio vacío en lo alto de una mesa, nadie se percata de ello y yo, que soy muy buen hipócrita, continúo con la mejor de mis sonrisas en la cara. Poco a poco os ireis marchando. Yo os invitaría a quedaros a dormir, ya que desde que te fuiste me siento un poco solo, pero no puedo, en mi cama no entramos más que la soledad y yo, incluso algunas veces se trae compañía y me toca dormir en el suelo; que le voy a hacer, ahora esta casa es más suya que mía. Cuando se fue la felicidad, me cerró la puerta sin dejarme despedirme de ella; esto me recuerda a la última vez que te vi. Ibas a comprar tabaco -cada vez que lo pienso me digo que ésto podría llegar a hacerle gracia a alguien-; el estanco estaba a dos manzanas y ya hacía veinte minutos que te habías ido, sonó el teléfono, no eras tú, como ibas a serlo si acababan de encontrarte muerta. |