Otra vez lo tenía de espaldas recostado sobre la cama. Otra vez el televisor encendido llenaba de luces tenues la penumbra. Le dije que me lamiera antes de hacer cualquier cosa. Yo le gritaba conchetumadre y le agarraba bien fuerte las mechas. Me corrí un galope montada sobre su cara. Le restregué la concha hasta casi asfixiarlo. Su nariz metida adentro de mi sexo hizo el trayecto de ida y de vuelta como un péndulo. De vez en cuando recordaba sus caídas, por eso apretaba las rodillas sobre las sienes para que al maricón le doliera como me duele a veces el alma por su culpa.

'¡Dale puto maricón, mira que no siento nada' - intenté decirle, mientras cerraba los ojos y pensaba en el chico del banco -. '¡Métemelo como hombre y no como maraco, mira que no siento ni cosquillas!' - le seguí dando. En una parece que le dije que era un hijo de la gran puta, un pollerudo de su madre que es una puta, que no me gustaba, que lo había dejado de querer. Sentí ganas de gritarle las veces que me lo cagué con cuanto mino rico se me atravezó por la vida; decirle que me encanta que me acaben en la boca, que lo disfruto, pa' puro hacerle daño, que una vez me dieron entre dos y lo encontré bakán.

Otra vez la cama de dos plazas era el plató de mis gritos ahogados, de mis miedos, de mis rencores. Como una weona, otra vez el corral que es mi mente, se puso a imaginar tonteras, mientras él me fornicaba medio dormido antes de ir a trabajar. Otra vez el niño en la otra pieza no dejaba de toser obstruído, una más me había olvidado de enjuagar los calcetines para el otro día. Al menos no me olvidé de dejar en remojo las lentejas, al menos él pudo durar un poco más esta vez, mientras yo me recriminaba a mi misma y por dentro gritandome sin clemencia weona; ¿¡qué weona!?; ¡weona y más encima maricona, pero al hueso, weona tonta, súper weona, por quererlo, sí, sí, eso mismo, por aguantarle, por no atreverme a cortarle su cosa blanda y fría que me causa asco, que me tiene pérdida en la noche de esta insoportable levedad de mierda...