El proceso es lento pero seguro. Se intuye cuando para abrir alguna puerta hay que retirar los libros que cubren la baldosa. La ropa de la semana se acumula junto al taburete adornado con una bandera británica, que apenas se intuye bajo pijamas, paraguas, dos mochilas, zapatos, y una bolsa de plástico que no sé muy bien que contiene. En el cenicero colillas... Restos del que ha fumado con el mismo ansia del que teme una prohibición. Paquetes de tabaco vacíos por la mesa, y pares de todo tipo de calzado cubriendo el hueco de suelo que no supieron cubrir los libros. Corbatas polvorientas, tres tomos de enciclopedia, y un volumen de Percepción, se apilan junto a una caída maceta de peluche que una vez me alegró las mañanas, sobre una cajonera, que una vez estuvo forrada con otra bandera (de Cuba creo), y toallas de bebidas alcohólicas. No voy a jurarlo, porque prometo que no se ve. Cogido por el tallo de esa flor apeluchada, un separador de libros que pide a gritos otra oportunidad, mientras se apoya peligrosamente en una bandeja con diskettes con documentos que otras veces habían provocado esto. La papelera, vacía. ¿Por qué no? La habitación se basta.
Alguien abrió una puerta. Frágiles mentiras y estúpidos subterfugios, hicieron que B se escapara. Salió, para joderme un mes entero. Su intención posiblemente iba más allá, pero como tantas otras veces, el crápula salió en su búsqueda, y dejó la condena en treinta días. La cuestión es que Malik solo sale con mi permiso, pero rara vez quiere regresar. Ahora que le dejé ir por B, no ha vuelto, y es gran culpable del desorden, de la colección de botellas vacías, y de que los últimos restos del autocultivo se deslicen entre el teclado. La cama no se ha hecho desde el sábado y hay restos de tareas por todas partes. Posiblemente todas acabadas, porque entre tres siempre es más fácil. Pero las intentonas fallidas pululan desde cajones, resquicios, hasta irse hacinando bajo la cama. Apuntes desperdigados, y una carpeta raída y pintarrajeada, conteniendo un cuaderno que pretendió atribuir un orden a esta locura. B casi aplacado, sigue aquí. Jodiendo, como siempre, haciendo de la soledad buscada una tragedia. Y Malik, que cada vez que coge el teléfono hace a B desquiciarse otro tanto, porque multiplica sus quebraderos en progresión geométrica... Darío ¿No dices nada? Una vez más, no. No dices nada. En tu silencio te están robando la vida. Pero tú no dirás nada, salvo “que las cosas son lo que son, y nada ni nadie puede cambiarlas”... Yo ahora. Ahora yo. ¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? El proceso es lo que es. ¿No es eso Darío? Para convertirse en creativo, hay que ser un despojo... No tener nada que perder, de forma que seas verdaderamente libre. Absurdo razonamiento, que respetas casi con devoción malsana.
Nunca, digo alto, nunca, digo claro, nunca: Darío, B y Malik anduvieron sueltos al tiempo. Establecieron siempre turnos matemáticamente administrativos. Pero con ellos tres divagando por la habitación, difícilmente podré predecir nada de lo ocurra a continuación.
En definitiva he de concluir con que si después de esto, a darío.B.malik no le recetan medicación, acabará en una habitación acolchada, o en el cementerio. La cuestión es que no me acabo de creer la nota que pegada con celo, se sostiene en la esquina superior izquierda del monitor. No me juzguéis. Si la leyeráis, tampoco os la creeríais. Por supuesto, no. No os voy a decir lo que pone en esa nota. Pero os puedo hablar de lo que procuro pensar repetitivamente cuando la leo, para evitar centrarme en ella.
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