En el silencio de la nada, una lágrima apagada, recorre de forma esporádica, las mejillas de esa niña, de esa princesa de un cuento de hadas.
Llora por un amor prohibido, por un amor que le hace daño y le ofrece sufrimiento.
No se da cuenta, de que alguien la espera sin preguntas ni respuestas.
No se da cuenta, que hay una persona a la que verdaderamente importa.
En el silencio de la noche, cuando nadie habla y todos callan, luchan entre sí, el amor y el odio, la bondad y el egoísmo; el romanticismo y el esnobismo.
Esos que aguardan su momento, son vampiros sin sentimientos y pertenecen al dolor ajeno, y a la infelicidad de los demás.
Son poderosos, fuertes y bellos; capaces de conquistarla con sus fáciles palabras, con sus burdas mentiras.
En un pequeño rincón oscuro, alejado del mundo, separado del amor y la verdad, se halla una persona que no es fuerte como para mover montañas, que no es comparable a la belleza del universo, que no posee fortuna alguna más que la de su corazón.
En el silencio de la noche, cuando nadie habla y todos escuchan, se oyen los pasos de un fantasma, que acude a los llantos de su amada. A veces, se le ve a su lado, acariciándole y besándola, cuidando a su princesa de cristal, dando forma a un amor que parecía perderse.
Ella, que no lo siente ni lo ve, cree que un fantasma verdaderamente es, sin saber, que su ceguera no le permite ver, que el amor que tanto anhela por su alma en pena, pasa por sus venas dejándolo correr.