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La Mucama Más... cara

Prólogo de Alejandro Racedo.

Para aquellos lectores del poeta sibarita Memo Lesta, no es habitual encontrar entre su obra, una pieza dedicada en su totalidad al horror, aunque en algunos de sus escritos ha logrado estremecernos más de una vez, con esa particular percepción de lo cotidiano y la quizás excesiva sensibilidad ante ciertas cosas que todos conocemos del poeta y que nos ha fascinado. De lo contrario… no estaríamos leyendo esto.
Por otra parte, el iniciado en las lecturas de Lesta, no debe confundirlo con un émulo de Lovecraft, o de Blackwood y mucho menos de Poe y otros merodeadores líricos de lo lúgubre. El “poeta sibarita” ha sabido ganarse ese apodo, por exponernos literariamente las bellezas de una vida natural y placentera, prácticamente sin nada a lo que temer, en la que incluso la muerte “es una bella e insolente prometida que sabe esperar, y que coquetea sensualmente con nosotros a cada momento, frente a la cara de nuestra novia: la Vida”.
Por último, aquellos que se acercan a este libro por el hecho de gustar de la literatura de terror, debo advertirles de las diferencias con esta obra de legítimo horror, y las consecuencias emocionales que acarrea la lectura de esta particular manifestación del arte. El género de terror se ha basado en lo sobrenatural, dejándonos siempre el alivio de la duda, un residuo de realidad de donde aferrarnos para que nuestra vida, una vez pasado ese susto tan esperado, siga trascurriendo como siempre. El horror en cambio, se gesta en las experiencias cotidianas de personas comunes, y allí es donde el genio de Lesta se desenvuelve en plenitud para estremecernos con el miedo de “lo posible”, de los horrores que están a nuestro alcance, que nos acechan desde las personas de nuestra confianza como nuestra esposa o nuestra mucama, ni hablar de la combinación de ambas mujeres en franca conspiración contra un hombre normal e inocente.
Cubierto y advertido el espectro de lectores posibles, no nos responsabilizamos, ni Memo Lesta ni yo, por los divorcios y/o despidos de mucamas que puedan aludirse a la influencia de la lectura de esta obra, y mucho menos de los trastornos mentales que puedan atribuírsele como secuela, ya que si usted esta leyendo esto, muy sanito no esta de la cabeza que digamos.

Alejandro Racedo, diciembre del 2.001

Dedicado a Patricia Ríos de Nadie,
cuyo mail me puso en compromiso de honor,
para atreverme a escribir esta obra.
En homenaje a ella, he cuidado el detalle,
de no referirme a la esposa del personaje
con el posesivo de “su”mujer,
sino con el incómodamente correcto
“su” esposa.

Memo Lesta






La Mucama Mas… cara

I
Fernando era un hombre común, pero nada ordinario. La vida lo estaba premiando en esta etapa con una modesta holgura en sus recursos de tiempo y dinero, sensiblemente ampliados y resueltos por la sabiduría de la madurez. Era un hombre cuyas medianas dudas sobre la felicidad, no lograban irritar lo suficiente su tranquilidad como para desviarse de una vida en paz consigo mismo, y con la mayoría de sus semejantes. Hasta que escuchó el grito.

El grito de su esposa irrumpió frío, cortante como una astilla de hielo en la calidez de aquella siesta primaveral, en la que Fernando se atrevía a gozar, aquel domingo, con fondo de Vivaldi y aromas de un respetable oporto. Los sollozos que siguieron al alarido tranquilizaron un poco el sobresalto: “si estaba llorando, estaba viva… y el dolor menguaba”, pensó. Corrió hasta el lavadero tratando de recordar sin éxito el teléfono de emergencias, y allí estaba, encorvada de dolor, agitando a su congoja como queriendo sacársela del cuerpo, cubriéndose los ojos con un pantalón que pendía aún de la soga para secar la ropa. “Por qué…. por qué…porqueporqué… “ susurraba en una letanía que se iba ahogando en sus propias lágrimas.
“Q…qué te pasa mi amor…”. El hombre se acercó y quiso abrazarla, cuando fue repelido violentamente por la sobrehumana fuerza que el ataque de nervios había otorgado a los otrora suaves y delicados brazos de su esposa.
“¡Miraaaaaa… esto es lo que me PASArrrrg!”. Estaba como poseída por el demonio: Cabellos erizados, sus rasgos desencajados, garabateados por chorreaduras de rimel, sus manos crispadas clavaban las uñas en un pantalón violáceo claro y desparejo. Arrancó el pantalón de la cuerda y lo arrojó a su consternado marido. Un broche de la ropa punzó dolorosamente el ojo del hombre, pero afortunadamente sin lastimarlo. Fernando se enojó alegrándose de que por lo menos ella, no tenía nada grave, salvo su condición de mujer que la hacía soportar con estoicismo las situaciones más graves e histeriquear antes las más pequeñas adversidades.

_ N… , no te entiendo… ¡Pero…. ¡Qué MIERDA te pasa! ¿Estas loca?
_ SSI; SI…. estoy loca…. ¡mira lo que hizo esta hija de puta!
_ ¿…?
_ ¿No ves? ¡Viste, te hacés el boludo para defenderla! _ La mujer agarraba el pantalón hecho un bollo y lo agitaba compulsivamente, peligrosamente cerca del rostro del asombrado marido.
_ Ese pantalón no te lo conozco… _dijo inocentemente.
_ YO TAMPOCO!!!!.... ¡Porque esta desgraciada mezcló la ropa blanca con la de color y destiñó!…. ERA BLANCO EL PANTALON….
_ Bueno, serenate, mañana te comprás otro… ¡Y listo! _ La mujer rió sarcásticamente hasta el paroxismo, como una bruja de Disney.
_ ¡Claaaaaro!... El señor lo soluciona así, todo es fácil para él…. ¡Que bueno es el señor, que todo le perdona a la mucama!.... ¡porque está caliente con la mucama!, ¡POR ESO!
_ Pero… NOoooOOO … ¿cómo carajo se te ocu….?
_¡YO veo como le mirás el CULO… así que no me vengas a discutir eso a MI!
_ Pero si yo ni la trato…
_ ¡Pero la MIRÁS, bien que la mirás…!
_¡Pero cómo voy a mirar ese culo todo flacucho, mujer…!
_ ¡VISTE! ¡VISTE QUE LO MIRAS! Y la defendés … PERO ESTA VEZ LA VOY A ECHAR… YA VAS A VER!!

El hombre enredó sus dedos en sus cabellos, miró a su compañera estudiándola bien. Se preguntó cómo esa chiquilla dulce, bonita y sensual, que lo había enamorado hace siete años, pudo convertirse en una malvada de telenovela barata… por un pantalón. Decidió retomar el tema original y buscarle una solución.

_ Con la mucama hacé lo que quieras, pero calmate… yo te voy a regalar otro pantalón más lindo…¿Eh?
_ NO…NO Y NO…. Este pantalón tenia un CALCE ESPECIAL … ¿me entendés?
_Bueno… ¡pero debe haber otros…!
_NOOOO… no vas a lograr que esa hija de puta se quede acá a arruinarme la ropa que tanto sacrificio me cuesta comprar!!!!
_ Bueno…. hacé lo que quieras entonces, ¡pero dejame de joder…!
_ ¿NO VES? … decime ¿de donde voy a sacar otro pantalón como este? … ¿DE donde?
_ Esta bien ECHALA a ella y al pantalón, pero fijate de conseguir otra ANTES, porque se nos va a complicar la cosa si no.
_ Estas dando vueltas para no echarla, a mi no me engañás… MASSSSS!

La paciencia del hombre se colmó, desbordó en una serie de insultos impensados en el vocabulario y las formas de un caballero como él, y tuvo que contenerse para no llegar al vergonzoso cachetazo amansador… solo un amague fue suficiente para que la mujer, luego de un tímido y lastimoso “¿me ibas a pegar?” , corriese a tirarse en la cama, boca abajo, a continuar llorando frenéticamente. NO, nunca le pegó, ni le pegaría.
Fernando se sentó en la cama con resignación y miró el tembloroso trasero de su esposa. “Esta bueno todavía”, pensó. Se puso a pensar también en el trasero de la mucama, muy chiquito, sin gracia, como de hombre… escuálido, su mente asoció con el “calce” del pantalón. “¿Qué le estará pasando con el tema del culo?... ¿se estará sintiendo vieja?”.
Él se sentía un poco más viejo también, pero esa histeria… .
El desconsuelo de su esposa, descompuso de repente la estructura mental que intentaba construir: “¡Mi pantalón… mi pantalón…!.

II

Inútiles fueron los esfuerzos de Fernando posteriores al nefasto día. Ningún pantalón tuvo el “calce” y la “caída” del estropeado. Ningún sermón hacia la mucama, que ella NO quiso echar “porque no voy a andar lavando los platos cuando vuelva de trabajar”, fue lo suficientemente duro como para recuperar, si alguna vez la tuvo (y estaba dudando), la verdadera armonía de la pareja. La frecuencia de las discusiones, cuya esencia Fernando desconocía, aumentaba logarítmicamente, ¡hasta se sorprendió él mismo mirando el culo de la mucama!. De pura curiosidad, por supuesto, lo miraba por ese enigma inducido que lo señalaba como una de las principales causas del problema. Y el enigma no estaba tan flaco como le parecía. Este hombre discreto y educado, se transformó en un observador compulsivo de culos, estudiando, comparando con cierta asexualidad profesional cada culo que se le cruzaba, con el de su esposa y el de su mucama. No tardó en ser sorprendido e instantáneamente incomprendido en esa extraña habilidad, lo que le acarreó no pocos problemas con sus amigos, extraños acercamientos con su mucama, y no tan extrañas pendencias con su esposa.
La violencia e insensatez de las peleas llegó a límites insospechados y en varias de ellas, su esposa cometió actos imperdonables, como arrojarle libros o apagar el equipo de audio en pleno “sólo” de guitarra de David Gilmour.
La relación amorosa estaba en franca decadencia, su tranquilidad fue afectada al punto de extinción y cuando ya no quedaba ni siquiera la satisfacción erótica de la reconciliación amorosa, se divorció, y como no podía ser de otra manera, él se llevó su ropa, su música y su paz, y la mujer se quedó con el departamento, los muebles… y la mucama.

Fernando comenzó una etapa de austera y verdadera tranquilidad, aunque el interrogante de cómo se había destruido una relación tan maravillosa y tan duradera como su matrimonio, azuzaba un poco ese estado de nueva armonía en su nueva soltería.
Se alquiló un pequeño y coqueto departamento, se compró un mueble especial para sus libros y su música, y un sofá, porque a él la siesta le gustaba dormirla en un sofá, en lo posible con almohadones. Enviaba su ropa a la lavandería y pronto se organizó, con una generosa propina para el encargado del departamento, para evitarse la masculina humillación de lavar sus platos y sus pisos. La manía de mirar culos no solo persistía, crecía y se perfeccionaba, proporcionándole alguna relación amorosa esporádica y liviana, y considerables y pesados golpes y malentendidos. Fue a partir del día en que observó al descuido su primer culo masculino, que decidió tratarse. Se inclinó por las terapias alternativas, es decir, fue alternando de terapia en terapia buscando vanamente la cura de su exótico vicio.

Su elegancia y extra-vagancia (momentos de ocio extraordinarios) pronto lo hicieron un soltero muy codiciado en los clásicos ámbitos en los que suele pulular la fauna femenina. A la que cautivaba narrándole sus experiencias en flores de Bach, meditación, Chi Kung, y otras excentricidades. Por otra parte, la confesión de su propio vicio fascinaba a las mujeres, al punto que llegaron a erigirlo en juez del propio estado de sus respectivos culos, ampliando de la vista al tacto ¡incluyendo el cacheteo! sus experiencias de cúlica comparación. Ni Fernando, ni el lector, ni nadie a esta altura puede imaginarse, la terrible sombra de desgracia que se cernía sobre su vida, desde su antiguo y querido hogar.

III

Sabrá disculpar el lector, el violento vuelco que dará mi pluma en cuanto al protagonismo de esta obra, pero lo considero esencial para facilitar la comprensión de lo incomprensible, además de aprovechar la oportunidad de darle el gusto a mis lectoras, que tanto me exigen el rol protagónico femenino y que dudan de mi capacidad y de mi vocación literaria y analítica a la hora de introducirme en la piel de una mujer. Lamento, queridas, que esta vez me toque describir el sicótico comportamiento de una mujer despechada. Pero por algo hay que empezar ¿no es así?.

Silvina, la ex esposa de Fernando, disfrutó también sus primeros días de nueva soltería. Tomó en plenitud las riendas de su vida, sometiendo al más estricto control a su mucama y a la administración de los bienes y dineros del botín de su divorcio. Se compró un horno de microondas para calentarse las comidas congeladas, y envió a Inocencia, su mucama, a un curso de capacitación para el lavado y planchado de ropa auspiciado por “Electrodomesticos Lavaplan”.
Con el nuevo orden de su ropa, su mucama y su vida, la existencia se le presentaba deliciosa, dedicada a su importante trabajo de vendedora de bienes raíces; a las lecturas para la mujer moderna; y a la vida social de competencia entre sus semejantes.
La intensidad de su actividad y la escasa atención que dispensaba a la insulsa necesidad de comer, pronto modeló su figura, logrando recuperar la prematrimonial esbeltez de su cuerpo y el refinamiento de sus temas de conversación. Estos atractivos le dieron algún que otro affaire, en el que supo lucirse ante el sexo opuesto, a la luz de las velas… y de su microondas.
Soberana de ella misma, sin nada de qué protestar esta vez en el hogar, somatizó su histeria femenina en el campo laboral, por lo que fue despedida al poco tiempo. Decidió entonces cuidar meticulosamente su nuevo trabajo de vendedora de bijouterie, reprimiendo sus severos ataques de vaginez crónica y desplegando otro tipo de vagineces ante su jefe.
Al no tener donde desencadenar sus pasionales angustias, sin marido ni hijos para echarle la culpa, y para colmo, con un desenvolvimiento perfecto por parte de Inocencia, ni siquiera las auto flagelantes sesiones de gimnasio pudieron contener la implosión y la consecuente depresión de su estado de ánimo.

Iniciada en el vicio del cigarrillo, sus insomnes cavilaciones se elevaban con el humo, trazando figuras en el impecable techo rosado del dormitorio, cuyas guardas de empapelado rococó evidenciaban una de las tantas pequeñas conquistas de su estado de angustiante y solitaria libertad. “¿Qué estará haciendo ese desgraciado?... ¿Cómo se atrevió a dejarme?.... seguro que esta sufriendo como loco, ¡Qué se joda! … por no valorar la mujer que tuvo… Todos son iguales…. Pero, si todos los hombres son iguales… ¡debe estar encamándose con una lolita este hijo de puta!.... aunque ¿Quién le va a dar bola, con esa panza y esa música rara que escucha?... bueno… pero están muy locas las lolitas...”
Fue precisamente en ese cuadro de fémina meditación y curiosidad, donde surgió el sentimiento que daría origen al plan más horripilante, más ignominioso, trazado y perpetrado por una mujer hacia su ex marido:
“Qué no daría por poder ver los que esta haciendo él en este momento, en todo momento”.

IV

La idea de transformarse en una mosca fue rechazada de inmediato, por cierto asco, y por los límites de la irracionalidad que hasta ciertas mujeres suelen tener. Un sistema de cámaras sería muy costoso y atentaría con el objetivo de su estricta administración y capacidad de ahorro (Se había propuesto hacer un crucero de placer, para desatar aún más la envidia de sus amigas y compañeras de trabajo), además del de mantener su vestuario a la moda. Un detective privado sería fascinante, pero eran más costosos todavía, y le daba un poco de vergüenza la tradicional idea de acostarse con él para lograr sus propósitos de forma económica. Sin poder dormir, agarró la revista editada por la conocida firma de cosméticos y baratijas bonitas e inútiles, cuyos productos se identificaban plenamente con sus lectoras y viceversa. Una nota sobre los avances de la cirugía plástica le llamó la atención. Insertado intencionalmente en la nota, un aviso publicitario ofrecía:

“LA CARA QUE QUIERA PAGADA COMO QUIERA”
CLINICA SILICON VALLEY
Dr. Ceferino Catriel Touché Legráss
Cirujano plástico graduado en La Sorbona.
Aceptamos tarjetas de crédito hasta en 36 pagos
Trabajos garantidos. Oportunidad en prótesis usadas.

En la nota de la revista había un reportaje al Dr. Touché Legrass, esto le dio ánimos ¡Que casualidad!. Era una señal… no sabía cómo pero era evidente que las leyes del destino estaban a su favor. “La revista en mis manos, luego la nota, el reportaje y el aviso en la misma página ¡CAUSALIDAD PURA!”. El cirujano prometía ausencia de dolor y una cara totalmente a gusto del consumidor, para toda la vida, por un mes de convalecencia, económico mantenimiento anual y 36 pagos mensuales. Aprovechó para deslizar que en este momento, en su clínica, estaban realizando una promoción en la cual incluían con la cara, un par de siliconas para pechos/glúteos, de segunda mano, pero recicladas a nuevo. “Glúteos…” leyó, y su entusiasmo, sin saber muy bien por qué, la desveló aún más.

Mientras desayunaba en la cocina para no ensuciar el comedor, con la revista y el teléfono sobre la mesa, dedicó un poco de atención a mirar lo que hacía su mucama. Inocencia Lavaba los platos, dándole forzosamente la espalda. “Ese culo…. ¡qué le veía Fernando a ese feo culo!”. “Mujeriego… ¡a todas les miraba el culo!” ¿Qué estará haciendo el desgraciado?.

El pensamiento volvió a acosarla y le revolvió en su estómago el yogurt con cereal inflado. Miró el aviso. Al principio quedó pensando cómo le gustaría que fuese su cara. Si ella se transformase hermosamente hasta lo irreconocible, podría acercarse a Fernando sin peligro, seducirlo y meterse en el departamento un par de veces, pero a menos que volviese a casarse con él, un par de ojeadas a la ligera no justificarían ni el esfuerzo ni el gasto de su cirugía. Entonces la providencia, algún hado maligno hizo de las suyas. La mucama se dio vuelta y buscando tema de conversación le dijo que estaba más linda y que cómo le gustaría ser COMO ELLA. Silvina la invitó a la mesa para charlar un poco. En realidad era lo que Inocencia buscaba: una oportunidad para ver si la patrona le adelantaba unos pesos de su sueldo. La mujer miró de cerca el rostro de su mucama, y no era feo, estaba… afeada. Algo que vio muy lógico por el curtimiento de su trabajo y la forzada escasez de cosméticos. Los cabellos, parecían alambres… vellos púbicos. Las uñas ya casi no existían, asomando algún óseo destornillador de un dedo al descuido. Pero en un esfuerzo por imaginarse cómo sería con los cuidados y tratamientos que ella consideraba de primera necesidad para toda mujer que se precie de serlo, su mucama podía llegar a ser una bella mujer.

Muy lejos estaba la señora de transformar esta lectura en un cuento de hadas, rescatando la princesa escondida que se halla en toda joven de veinte y pico, para que la vida y el amor puedan hacer justicia con ella. Muy por el contrario, lo que su mente desquiciada estaba urdiendo, lejos de embellecer a la pobre niña, era embrujecerse ella misma para el logro de sus más perversos fines: Hacerse pasar por Inocencia e introducirse en el departamento de su ex marido… ¡como la mucama!. El plan era un legítimo exponente de la genialidad al servicio del mal. Una mucama tiene todo disponible para husmear y revolver, para molestar, para hacerle imposible la existencia al hombre que le había arruinado la vida. “Vamos a ver si defiende a la mucama ahora”. Y se rió con las inusuales ganas que, solo el vislumbre de una tremenda venganza a punto de concretarse pueden dar, a una persona malvada con sus facultades mentales gravemente alteradas.

V

Había cabos sueltos todavía: ¿Qué pasaría si se transformase en su mucama, despide a Inocencia y se le da por pedirle trabajo a Fernando?. Debería sobornar a su mucama de alguna manera o matarla, pero si la mataba habría investigación policial, investigarían a su ex marido y todo se descubriría. Si la sobornaba y nada más, quedaría en manos de Inocencia una vez realizada su transformación: podría chantajearla. ¿Qué hacer? ¿Cómo hacer?. Pero tal como decíamos, la fatalidad, la cara siniestra del destino, esta vez estaba de parte de la locura, del odio, y la venganza de lo que no fue. La mujer se miró al espejo y recordó lo que Inocencia le dijo “Cómo me gustaría ser como usted, señora…”. ¡Claro!... ¡Qué mejor soborno que la vida que se daba la “patrona”!. Corrió a la clínica, para cerciorase de concretar técnicamente sus dañinas aspiraciones.

“Es que somos amigas… y nos envidiamos mutuamente las caras… ¡Y los maridos!”. El Dr. Touché Legrass escuchaba los argumentos de Silvina, y si bien tenían cierta normalidad dentro de las manipulaciones histéricas de las mujeres, le sonaba demasiado extraño este acuerdo, ya que en toda la experiencia de su carrera, con un 95 por ciento de clientela femenina y el resto de homosexuales y algún que otro político, nunca había imaginado que dos personas pudiesen ponerse de acuerdo para algo. Pero estas excepciones podían existir, ¿por qué no?. Los matices de la envidia pueden alcanzan ribetes insospechados como este. El asunto era técnicamente factible, y si las dos estaban de acuerdo, no estaría haciendo ningún daño. El profesional puso sus condiciones: Se negó a intercambiar huellas digitales, exigió certificado de buena conducta expedido por la autoridad policial, y listo: ¡Se cambiarían las caras!. Silvina regresó a su casa contenta, para continuar con la perversidad de su plan.

VI

“¿Y todo esto voy a poder usar sin que usted se enoje?”. Dijo Inocencia. Silvina ejerció todo su poder de vendedora profesional para convencer a la pobre empleada.
_Sí, querida, podés usar mi ropa, mis maquillajes, mi comida… ¡Todo lo que siempre hiciste, pero ahora con mi permiso y encima vas a recibir el dinero que me envía Fernando!
_ Y voy… voy a ser linda como Usted
_ ¡Igualita… y no te va a doler!
_ Pero…¿pero por qué quiere hacer esto?
_ ¡Porque lo AMO, no puedo vivir sin él, y quiero estar cerca suyo, aunque sea como su mucama!!!.

Inocencia se puso a llorar como en una telenovela, y creyendo que hacía un bien, haciendo honor a su nombre, accedió al intercambio de rostros propuesto, pero exigiendo que respetaran su aguinaldo y la condición de que su patrona tenga mucho cuidado con lo que se llevaba a SU boca, no le iba a permitir que haga lo que le vio a hacer con su antiguo patrón, espiando por la cerradura, o lo que hizo con los hombres que vinieron después. “Disculpeme, un besito en la boca esta bien, pero no se le ocurra chupar eso… ¿eh?”. Silvina accedió, total la sirvienta no se enteraría, y ojos que no ven…corazón que no siente. El plan infernal, ya estaba en marcha.

Culminada la operación y la convalecencia, ambas mujeres quedaron contentas. Silvina comenzó su proceso de degradación física, para que la nueva entrada en la vida de Fernando sea más que convincente. Sumergió durante horas sus manos en detergente, se cortó las uñas al ras con un alicate viejo, usó champúes de oferta y bronceador sin sol en todo el cuerpo. Se cortó el pelo en una peluquería de barrio, etc. En poco tiempo parecía realmente su mucama, solo su forma de caminar la delataba.
Por otra parte, Inocencia se sentía toda una diva: era como estar en el paraíso usar la lencería y los cosméticos de su patrona. En su novel afán de superación, decidió tomar clases frente al televisor, tratando de captar los modales y la frivolidad de las estrellas de la pantalla chica.

Las estropeadas manos de Silvina, tocaron por fin la puerta de la pacífica morada, cuyo destino era convertirse muy pronto en un dantesco infierno. Cuando Fernando apareció, la falsa Inocencia casi se desmaya de los nervios. ¡Y qué cambiado estaba el hijo de put… ¡. Perdón, ejem… Fernando. Todo un seductor: en bata, con una pipa en la mano, y de fondo… la música de siempre. Estaba más delgado, y con un bigote que no le quedaba para nada mal. Silvina tuvo que borrar, forzada e instantáneamente, todo rebrote que pudiese asomar de las cenizas de pasadas atracciones.

_ ¡Hey… Inocencia!... ¿Qué hacés acá?... pasá, pasá…!
_ vengo a pedirle trabajo, señor…
_ Pero cómo… ¿Y Silvina?

Desde su disfraz, la falsa mucama narró todas sus premeditadas mentiras. Le “contó” que la patrona la había despedido, porque le quemó una bombacha con la plancha, y ¿qué mejor que la despidiesen?, porque ya estaba cansada de atender a los hombres que llevaba, y de tener que cambiar las sábanas todos los días, y que no podía dormir por el ruido y los gritos de placer que se escuchaban durante toda la noche. Los párpados del buen hombre temblaron para la satisfacción de Silvina, esa estocada impiadosa directo a los testículos de su ex marido, justificaron de inmediato todo el trastorno de la operación. ¡Y era solo el comienzo!.

Fernando le dijo que no estaba en condiciones económicas de contratarla, que estaba pasando un mal momento (otra satisfacción para la criminal mujer). Pero entonces ella se arrojó a los pies del hombre suplicándole, y aclarando que no tenía adonde ir, y que con casa y comida se conformaría, hasta que el “patrón salga adelante”. Inútiles fueron los esfuerzos del hombre para no conmoverse, y el trato quedó hecho, advirtiéndole de los cuidados para con la ropa, los cd´s y sus libros.

Instalada en la habitación de servicio, y satisfecha de que su ex marido seguía siendo el idiota bonachón de siempre, sintonizó la frecuencia desde su Discman con FM, con la de los micrófonos de espía que llevaba en el bolso. Revisó el taladro para hacer agujeros en las paredes y otras herramientas… ¡ningún detalle se le escaparía del teatro de operaciones!.

Silvina hizo buena letra durante una semana. Observó que Fernando notaba algo raro, pero no sabía qué.

_ No… nada… es que estás distinta, un poco más rellenita… de atrás.
_ (“¡Y se atrevió a negarme que le miraba el culo a la mucama!”, pensó) Es que la patrona se compró un gimnasio de esos de la tele… ¿vio?, y me dejaba usarlo.

Fernando se tragó el anzuelo por completo, y siguió su nueva vida sin contratiempos, pero no por mucho tiempo.

VII

El plan trazado comenzó con su impiadosa escalada de venganza y de maldad.
Llegó el fin de semana, y como siempre, el sábado por la tarde se apoltronó en su sillón dispuesto a encender su pipa y a escuchar música, con algo de lectura para cultivar la somnolencia. Sus manos sintieron rara la pipa, como aceitosa. Acomodó el tabaco apisonándola con un utensilio especial. Silvina espiaba expectante por uno de los agujeros estratégicos que supo elaborar en la ausencia de su patrón. Un fuego tóxico con sabor a limón artificial y a gasolina corrió por la garganta de la víctima, que escupió inmediatamente la pipa, dejándose caer de rodillas sobre la alfombra, dominado por terribles convulsiones. Entre toses agonizantes, llamó a la mucama y le pidió explicaciones: “Era una mugre el departamento del señor, limpié todo a fondo, y la pipa no tenía brillo así que le pasé lustramuebles, ese que huele rico”. Fernando no podía creer en su mala suerte. Fue serenándose poco a poco, Silvina le alcanzó un vaso de agua, y estaba dispuesto a perdonar la torpe ignorancia de su mucama, cuando quiso elegir un CD, y entonces el pavor corrió como una gota fría por toda su espalda: El orden de sus cuatrocientos CD´s estaba totalmente alterado, casi tanto como su cabeza por semejante trance: “Estaba sucio el mueble, así que los saqué todos, limpié y … ¡mire cómo quedó!”.
Esta vez la retó, le explicó que no debe alterar el orden de sus discos, ni jamás volver a
tocar sus pipas. “Discúlpeme , señor, siéntese que le hago un cafecito”. El hombre se sentó y sintió algo duro debajo de un almohadón… ¡Era una edición en cuero y papel biblia de la obra completa de Khalil Gibrán, abierta por la mitad, con el lomo totalmente marcado, estropeado por el peso de su propia sentada. Era el regalo de un amigo, y no pudo más: se echó a llorar. “Le hago el cafecito, señor… disculpe, le va a hacer bien” y salió corriendo para la cocina.

El primer ataque resultó espectacular para la malvada Silvina. Su euforia explotó en risa cuando, desde la cocina, sintió el grito de horror de Fernando: “Esta va por el pantalón”. Pensó regocijándose, cuando vio que su víctima cayó en la cuenta de que ella lustró, hasta sacarle el brillo del oro, su estatuilla romana legítima de bronce antiguo patinado en verde.

La dosis había estado justa para empezar: una más y sería despedida o lo mataba de un infarto. En eso pensaba mientras vertía por la cafetera eléctrica el café de ayer, para recalentarlo. Pronto los conductos se taparían y mientras tanto daría un sabor acre y olor horrible, estropeanado el placer de las mañanas y las sobremesas. Eso fue lo que la contuvo para apoyar la jarra de vidrio caliente en el mármol frío con el propósito de que se quiebre. Su cabeza era una fábrica de ideas horripilantes, el mundo era un febril parque de diversiones para su sed de desquite. Tuvo que contenerse. “Una más… (se dijo)… pero chiquita”. Y dejó enfriar prudencial y sacrílegamente el café antes de llevarlo, en una taza mal enjuagada con sabor a detergente.

El hombre invirtió la tarde en reordenar sus CD´s, y tuvo la gota de alegría en un temporal de hiel: encontró un CD fuera de edición, que había dado por perdido. Se duchó y no encontró toallas al salir de la ducha “Esta Inocencia, siempre la misma”. Gritó, pero la mucama no escuchó porque el televisor estaba con el volumen al máximo. El sonido era irritante, provenía de un programa de juegos con animador compulsivo, y tenía un fondo cumbiero, chirrioso por la saturación de los mezquinos parlantes con que estaba pertrechado el insolente aparato. Llegó al dormitorio patinándose, cuidándose de que su mucama no lo vea en indecorosa y mojada desnudez. Mientras se secaba con una toalla que le resultó curiosamente abrasiva, estropeada por exceso de jabón y de sol, analizó la incomodidad de su nueva situación: “ No sé si ella siempre fue así, o es que me llegué a acostumbrar a la paz simple de la soledad… pero mejor … ¡a ver si me convierto en uno de esos ermitaños!. No, no es bueno que el hombre este solo”. Pero la pérfida Silvina no sospechaba que ese hombre cabal, le devolvería con creces, con solo cinco palabras y sin la menor intención, todas las torturas que ella le hizo padecer con alevosía y premeditación, durante todo el día.

Luego de ponerse un pantalón que ostentaba por lo menos cuatro rayas de planchado, y una camisa cuyo cuello estrujado se atrevió a pedirle a la mucama que lo retoque con la plancha (porque de otra forma no podría siquiera abrocharlo), le comunicó a Inocencia que iba a salir, que regresaría tarde, muy tarde, y que no se asuste si sentía ruidos extraños a su regreso, la mujer no pudo contenerse “¿A donde va el patrón?”. La respuesta tan temida se hizo escuchar como un latigazo que la dejó totalmente shockeada y fuera de combate:
“A- lo- de- mi- novia”, contestó la cara iluminada de Fernando, y se fue silbando alegre y juvenil.

Quizás el lector a esta altura pueda imaginarse lo que el coartado talento del escritor no pueda llegar a describir con el abuso de las letras. Un balde de ácido chorreó corrosivamente por todo el interior de la falsa sirvienta, generando toda una cadena de escalofríos y ardores. Solo la fuerza del odio desenfrenado pudo aniquilar la idea suicida que chisporroteó en su desequilibrado entendimiento. Se dejó caer frente al televisor, mirando sin ver, como si la misma muerte la hubiese sorprendido con los ojos abiertos.

Recuperada parcialmente de su soponcio, tambaleó hasta la cama para reponerse del todo, y poder seguir con la ignominiosa batalla, esta vez no se contendría, lucharía con inhumana crueldad contra la felicidad de Fernando, ese privilegio al que ese hombre no tenía el menor derecho de acceder, simplemente porque ella no podía ser feliz. Lo que la trastornada mujer sentía con el efímero triunfo de sus torturas, no podía llamarse felicidad: eran meros momentos de profunda e insana alegría.
Pensó en la novia de su ex marido: ¿Cómo seria ELLA?…”Una putita seguro… o una vieja rechoncha… ¡Qué no daría por conocerla! ¿Cómo haría para conocerla?”. Conociéndola o no, el noviazgo se sabotearía.
Como todos sabemos, la frase de árabe sabiduría casi siempre se da:
“Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir”

IIX

Agradecería al lector que no me pida enumerar las descabelladas ideas que pulularon como demonios por debajo de los estropeados cabellos de Silvina, bastará con adelantarle que llamó a la farmacia… y a una veterinaria. Pidió que le envíen a domicilio remedios para reponerse del mal momento, pero al veterinario de turno le explicó que tenía un perro en celo, que no la dejaba dormir, que era un perro muy grande y que necesitaba “algo fuerte”. El frasco de “Sedapenex Forte”, no se hizo esperar.

Sintió que la pareja entró riendo al hall, como algo alcoholizada. Silvina saltó de la cama, agradeció a la suerte que Fernando tuviese el tupé de traer a su novia al departamento, se calzó los auriculares inalámbricos conectados etéreamente a la FM del discman y a su vez a los micrófonos de espía que había comprado por catálogo. Deslizó el minicatalejo de lente envolvente por uno de los agujeros, y comenzó su desfachatada labor.

La habitación estaba a oscuras, pero pudo distinguir a dos negras siluetas que se fusionaban en húmedo y libidinoso beso. A tientas, la mano de Fernando alcanzó a encender la lámpara cercana al sofá, y lo que la espía llegó a ver, casi la mata de asombroso disgusto. En sobrehumano esfuerzo para contener el mareo nauseabundo que la acosaba, Silvina se aferró al diminuto catalejo para no desmoronarse, y continuó espiando con reforzada indiscreción, mientras tragaba de a pequeños sorbos, la hiel del despecho que inundaba su boca.

La novia de Fernando era joven y hermosa. Un cabello rubio en artificioso negligé, pajizo y brillante a la vez, enmarcaba un par de ojos azules, cuyo tamaño y ternura sensual, emulaba los dibujos de Manga. Los labios se entreabrían y cerraban en la boca carnosa de niña, suplicantes por la excitación de los besos y mordisqueos que Fernando le propinaba en el cuello, blanco y gracioso hasta el desborde, ornamentado con el trazo brillante de una finísima cadenita de oro. El cierre del vestido ya había sido bajado, delataba con elegancia la carencia de corpiño, y en la culminación de una espalda de venus postmoderna que tildaba insinuante, como diciendo “aquí esta”… ¡el culo más hermoso que la creación de la naturaleza haya podido concebir en la historia de la humanidad!.
La pareja se revolcó en el sillón, y la diosa de dorados cabellos se montó con sensual intrepidez sobre el hombre, desabrochándole violentamente la camisa, para arrojar su boca de lleno a las tupidas vellosidades del hirviente pecho de Fernando.

_¡Permisoooooo…..!

Como en una pesadilla, ante la mirada congelada de los ardientes amantes, irrumpió la mucama en camisón, para decir que necesitaba ir al baño, y que no le quedaba más remedio que pasar por allí, cosa muy creíble, porque el departamentito tenía un solo baño. La rubia se bajo de su potro, y avergonzada, se sentó como una dama, aprovechando el respaldo del sillón para cubrir su parcial desnudez. Fernando se cerró la camisa de golpe, como percibiendo la frialdad del baldazo virtual que supuestamente la fatalidad le había arrojado, pero la holgura de su pantalón no pudo disimular la erección al borde del estallido que padecía su virilidad.
Los amantes se rieron tristemente divertidos, y corrieron hacia el dormitorio.
Silvina estaba desesperada, la desagradable visita la había tomado de sorpresa, hizo de todo: tocó el timbre, marcó 115 para que sonara el teléfono, dejó el inodoro del baño perdiendo agua, cortó la luz, llamó anónimamente a los bomberos y a la policía, pero ninguna de sus artimañas pudo interferir con los malabares eróticos de la pareja. Resignada, se dedicó a ver como su ex marido hacia infinidad de libidinosas piruetas que jamás había experimentado con ella.
Sí, algo se estaba transformando en el interior de la patética mujer, pero ella, aún no lo sabía.

IX

“Ahora vas a ver… se te va a parar si sos brujo”. Elucubró la falsa mucama mientras preparaba un desayuno muy especial, volviendo a echar el café viejo por la cafetera, pero esta vez, mezclado con dosis de Sedapenex forte como para volver impotente a un gorila en celo. Una vocecita de hada la sacudió: “No, no, querida… así vas a tapar la cafetera, dejame a mí..”. El hada de pelo mojado estaba en ropa interior, con una camisa de Fernando a modo de… bueno, le quedaba bárbaro.

_ Tiene razón señora, la novias anteriores del señor me dijeron lo mismo, y nunca aprendo!
_ ¡…!
_ ¿Qué le pasa señora? ¿Se siente MAL?
_ No… no… Me imagino que ha tenido muchas novias un tipo atractivo como “Feer”
_ El Señor Fernando tiene mucho éxito con las mujeres, y es muy bueno. Espero que usted le dure, porque usted es muy linda, y me parece buena…
_ Gra… Gracias….pero.. pe.. ¿Cuándo vino aquí su última novia?
_ Antes de ayer…
_ ¡Pero si hace un mes que sale conmigo ese…. ese….!
_ AYYYY, señora!!!!... ¡Por qué abrí la boca!!! …. ¡No me delate por favor!... ¡El patrón me va a echar y no tengo adonde ir!!!...¡No me delate…no me delate!!!.

Conmovida por las lágrimas de cocodrilo de la mucama. La novia accedió a mantener el secreto, a condición de que la mantenga informada de los movimientos de “Fer”.

_¡Holaa, niñas! ¡Buen díiiaaaa! ¿Cómo anda mi amorrrr?

La novia le sonrió con cara de chupar un caramelo de mierda. Fernando disimuló para ver si el mal humor se disipaba naturalmente con el transcurrir de la mañana. Desayunaron en silencio y fue en vano que el hombre le preguntase qué le pasaba.
Ella quiso irse, pero él la invitó a sentarse en el sofá e insistió en que le había organizado un almuerzo sorpresa, con capelettis de ricota y nueces, con salsa de crema y hierbas finas, sabiamente regado con fantástico chablis. Ella le dijo que no tenía hambre. El nuevamente le preguntó qué le pasaba y si se sentía mal. Entonces la rubia, presa de ira, sacó colgando del dedo una bombacha negra de encajes dorados, de entre los almohadones del sofá, y por fin le contestó…

_ ¡Esto es lo que me pasa, y SI…me siento MUY MAL!
_ ¿Y eso?... ¿Es tuyo?
_ ¡NO te hagás el boludo!
_ Pe… pero debe ser… ¡Ahhh… ya sé! JAJA… ¡Debe ser de mi mucama!... ¡Inocencia…vení para acá por favorrr!. Ya vas a ver como todo se aclara.

Cuando la mucama escuchó la pregunta se puso colorada, agachó la cabeza y quedó en silencio. Fernando cometió el error de insistir, a lo que respondió con un tímido “no sé, puede ser”. La rubia se levantó indignada, y se vistió con una rapidez inusual en su tipo de mujer, desoyendo totalmente las súplicas de su amante. No hubo forma de detenerla. “Inocencia.. decile… decile…” . Silvina le gritó “No, no se vaya señora, es mía, ahora que me acuerdo es mía…!. La rubia pegó un portazo, pero antes le dijo que era un hijo de puta… ¡Y que dejara de culpar de todo a esa “pobre chica”!.
El hombre se hundió en el sillón. Descompuesto de los nervios, sus manos pasaban de la cabeza a los ojos y luego al estómago. Silvina se sentó a su lado y le dio unas palmadas en la espalda “Pobre señor… yo le dije que era mía, y la señora no quiso escuchar”. En verdad estaba un poco conmovida por el dolor de su ex marido. Algo se había roto dentro del corazón de esa malvada mujer, posiblemente un pedazo del iceberg de la venganza.

La semana trascurrió sin sorpresas, es decir, con todo tipo de sorpresas. Fernando se llegó a acostumbrar a la ausencia de toallas y papel en el baño, pero la primera ausencia del papel fue de terror. No sabía qué hacer, gritaba desesperado el nombre de su mucama, pero ella no le contestaba. Usó el bidet, pero ni siquiera tenía toalla para secarse. Pensó en usar la camisa, pero era un sacrilegio. Tomó su pañuelo, pero justo era ese de hilo peruano que tanto quería. La cortina de la ducha era algo asqueroso. Entonces se animó: abrió sigilosamente la puerta del baño y fue caminando hasta el dormitorio, agachado, con el pantalón bajo, como una rana herida … ¡Y ahí estaba ella plumereando la habitación!. “¡Señor… ¡ ¿pero qué le pasó?”. Una vergüenza mayúscula. Fernando se acostumbró a llevar siempre un pedazo de papel en el pantalón para evitar nuevas humillaciones, decisión que lo supo salvar en más de un apuro.
Con la excusa de la rotura (intencional) del lavarropas automático, Silvina fregó sus camisas contra la pileta de cemento, hasta que se dio el gusto de arruinar la de seda egipcia, su preferida. No conforme con eso, ¡planchó sus corbatas!. Dejaba los pantalones recién traídos de tintorería colgados con la raya desfasada, logrando una doble o triple raya..”sin querer”. “Sus zapatos estaban sucios y los limpié”. Lavados con agua y jabón, y secados al sol, zapatos de 200 dólares parecían de cartón. Desaparecía, sistemática y misteriosamente, una media de cada par. La falsa sirvienta insistía en guardar los vinos tintos en la heladera. Fernando los tuvo que estibar bajo llave. Ponía la botella de whisky al sol “porque queda linda”. Pelaba cebollas y las guardaba en la heladera… sin tapar, y cerca de las frutas o de los postres. Le congelaba los fiambres, los quesos finos y la manteca. Le lavó el jamón crudo con lavandina, le trituraba los fideos secos en varilla y las galletitas saladas. Usaba los mejores libros, para secar entre sus páginas yuyos medicinales para el mate, previamente lavados y sin escurrir. Le escondía el sacacorchos, el encendedor de pipa. Le corría la hora del despertador. Acomodaba los adornos a su criterio, entreverando estatuillas aztecas con souvenirs de primera comunión. Llegó a colgar un ordinario almanaque que le regalaron en la carnicería… ¡en el living!. Y la fatalidad agregó lo suyo: En pleno caos, la cafetera finalmente se tapó, y estuvo casi tres días sin café. Somnoliento y manejando hacia la oficina, chocó contra un carro de huevos. Jamás pudo sacar de su auto ese olor. Fue una semana alevosamente trágica. Pero la responsable del terrorismo doméstico pronto recibiría otro escarmiento.

X

El viernes por la noche, cuando Silvina desafiaba con la aspiradora a los cañones napoleónicos originales de esa particular versión de la “Obertura 1812” con la que intentaba deleitarse Fernando, un timbre interrumpió la acústica batalla. El hombre abrió la puerta y una hermosa treintañera apareció como batman, en heroica e inesperada entrada espectacular. Cabello corto azabache, ojos de miel, ombligo al aire, pantalón de cuero negro, y un culo… un culo…

Sabrá el lector disculpar mi bloqueo. Me pareció una falta de respeto a tan maravilloso trasero, tratar de describirlo injustamente con las limitaciones en los calificativos que existen a disposición en nuestro lenguaje. Por otra parte, detenernos aquí, en el uso de metáforas y la exuberancia de adjetivos, enfriaría el estado de la lectura, para pasar a calentar otras cosas. A fin de no desviarnos del tema, entonces, y para no quedarnos cortos en la descripción, voy a usar “culo de colección” para esbozar una mera aproximación, a la idea que intento plasmar en vuestra imagen mental, de semejante retaguardia.
Superado este inconveniente, prosigamos con el relato.

La morocha se lanzó literalmente a los brazos de Fernando, que actuó también literalmente: la arrastró directo hacia la litera.

Silvina recibió el impacto, esta vez, con dolorida mesura. Sabía que no había nada que temer, pero no soportaba el impensado éxito de su ex marido para con las mujeres. Pero si su mente fuese boca, se hubiese relamido: “Esa morocha emputecida se va a llevar un lindo chasco”. Al lado del premeditado sadismo y del tétrico humor de esta mujer, Hanibal Leckter parecería la Sirenita.

La mucama se dirigió a su “bunker”, a espiar y regocijarse con los resultados de la gradual intoxicación, a la que sometió impiadosa y diariamente a su víctima con borgíastica paciencia. Pudo ver como la morocha desplegó una sensualidad infernal, con exquisita lencería y erógenos ardides, que de no ser por el Sedapenex forte hubiesen logrado la más ostentosa de las erecciones en la hombría de Fernando.
La pareja se sentó en la cama a meditar sobre la inesperada flacidez de la situación.
Los comentarios típicos como “Deben ser los nervios” … “No es que no me gustes, todo lo contrario”… “No he tenido una semana muy buena que digamos”, elevaron la euforia de la victimaria hasta el desborde. Pero el observar a fondo la bella sensualidad que esa mujer llevaba impregnada hasta en las palabras, su ánimo fue decayendo en un proceso clásico de competitiva y femenina comparación. Olvidando su nueva apariencia de curtida cenicienta, cometió el error de comparar a la explosiva morocha, con la delicada y elegante mujer que ella había sido. Pero tuvo la mala idea de mirarse en el espejo debiendo contenerse para no romperlo ante el cruel reflejo de su nueva realidad.
¿A donde había ido a parar?, era una reina hermosa mimada por ese hombre tan codiciado, y no supo conservar ninguno de los premios con que la vida le obsequió. ¿Cómo recuperar lo perdido, lo ingratamente despreciado?. Lloró toda la noche, sin siquiera preocuparse por espiar ni regocijarse con la huida de la espantada morocha por la artificial impotencia de Fernando. El proceso de la purificación llegó como una llovizna, y sus lágrimas lavaron en parte la suciedad de su alma. Se durmió en extraño relax, agotada por el flagelo inclaudicable del arrepentimiento.

XI

La mañana la sorprendió gris. Aprovechando su habitual salida para hacer las compras de la casa, llamó a Fernando desde una cabina, pero con la identidad de Silvina, esto era con toda la intención de probar suerte y confesarle que lo amaba, que no podía vivir sin él. El plan en minutos le confirmaría si había posibilidad de rescatarlo, pero colgó de inmediato cuando se dio cuenta del peligro: Si Fernando corría impulsivo a buscarla, se terminaría besuqueando y acostando apenas con la cara de ella, y el cuerpo de la verdadera mucama. Con la bondad de Inocencia, su ex marido se enamoraría de ella, Inocencia aceptaría y ella quedaría… ¡como la mucama de ambos!.

El lector debería reconocer que el desarrollo de este último párrafo, hubiese sido un final feliz, no previsible, bastante ingenioso, y por lo tanto un muy buen final. Pero me permito recordarle que esta es una historia de horror, y le pediría que ni se le ocurra menospreciar la capacidad del escritor a la hora de hacerle temblar las piernas con la suavidad de la pluma, en el inminente pero no inmediato final de esta obra. Lamento comunicarle entonces que el horror sigue in crescendo, por algunas páginas más. Aguántese.. ¿o acaso no era horrorizarse lo que usted estaba buscando, cuando inició la desatinada lectura de esta obra?.

Silvina inició una especie de cese el fuego, para iniciar otro incendio: el del corazón del ex marido. Lo primero que pensó fue en sondear desde la falsa imparcialidad que le otorgaba su disfraz de mucama, la posibilidad de recuperarlo volviendo a ser Silvina, pero una Silvina más dulce y sosegada.

Fernando estaba disfrutando de un buen oporto de sobremesa, mientras la falsa Inocencia recogía los platos, y de paso…

_ La verdad señor, que extraño mucho a la señora…
_ ¿uujumm..?
_ ¡Es que era tan buena, y tan hermosa, y tan elegante, que llenaba de alegría la casa!
_ Sí, cuando yo la conocí era así, pero después se fue embrujeciendo…
_ ….!!!!
_ Una histérica de mierda, ¡eso es en lo que se trasformó!
_ Bueno, señor, pero después se le pasaba, y era buena
_ ¿Y de que sirve? ¡Te pega un cachetazo y después te da un beso!... ¡El dolor queda!
_ Pero todas las mujeres somos así…
_ ¡Entonces habría que hacer como los griegos y arreglarnos entre varones…!
_¡Ay… que cosas dice, mire usted!
_ O hacer como mi suegro y dedicarse a la zoofilia ¿Sabés qué es la zoofilia? _Silvina tuvo que fingir desconocimiento y disimular la angustiosa ira que le devoraba las entrañas.
_ No, no sé
_ Zoofilico es el que hace el sexo con animales
_ Pe… pero ¿con qué animales Don Mario hacía esas asquerosidades? Usted no me habla en serio ¿no?
_ ¡Claro que hablo en serio…! ¡Hacía el amor con mi suegra! ¡jajajaja….! ¿querés animal más asqueroso que ese?...¡jajajaja…!

Silvina tuvo que reírse, diría el célebre bolero, como aquel “triste payaso, que oculta su fracaso, con risas y alegrías que lo llenan de espanto”. En un acto de autoflagelo, insistió en confirmar la imposibilidad de retornar al feliz y tardíamente valorado pasado.

_ Hacían tan linda pareja….
_ ¡Vos lo dijiste: “hacíamos”!
_ Pero no va a intentar recuperarla
_ ¡Ni en pe…!. Ejem, perdón… ni borracho
_ Mire… mujeres como la señora Silvina hay muy pocas…
_ ¡Por suerte!... ¡Dios me guarde no encontrar otra bruja como ella!
_ Y no se siente solo a veces…
_ Sí, pero por suerte estas vos, Inocencia.
_ ¿…?…gra…gracias
_ Tendrás tus defectos, a veces me da bronca las cosas que estropeás, pero sos buena y simpática, y llenás esos vacíos que todo hombre solo siente en la vida cotidiana… ¡Te quiero mucho Inocencia!.

La falsa mucama aprovechó para llorar, y darle un abrazo demasiado largo para el gusto del conmovido Fernando. Cada uno partió a su dormitorio con emociones diferentes.
Era inútil volver a intercambiarse las caras con Inocencia. Pensó en ir a la clínica y trasformarse en una mujer fatal, y seducirlo “accidentalmente” como las otras, pero ya no tenía tanto dinero, y no era seguro. Además perdería su posición estratégica de mucama en esta guerra. No… había algo que valía la pena intentar primero.
Pediría un día libre.

XII

La insólita mucama se internó en el centro de belleza. Recuperó la sedosidad de su piel y de su pelo, se arregló las uñas de manos y pies, compró cosméticos y maquillajes. Luego fue a una modista y se hizo adaptar un uniforme tradicional de mucama inglesa, lo ciño a la cintura, pronunció el escote y acortó la pollera. Remató el demoledor conjunto con un par de medias negras con ligas.

Fernando entró a su departamento como siempre, pero desde esa entrada, nunca más sería el mismo hombre que todos conocimos.

_ EEEEEPAAAA! ¿Qué significa esto?
_ ¿señor?
_ Pero… ¡Qué linda estás, Inocencia!... ¿qué te hiciste? _ La mucama dio una vueltita graciosa, tomando con sus manos la negra y diminuta pollerita, mas corta incluso, que su delantal de encaje blanco. Una coronita de encaje remataba un peinadito de cabello brillante y recogido, toda una muñeca. La falsa Inocencia habló con falsa inocencia:
_ Es que… me hizo tan bien lo que me dijo el otro día, que decidí empezar una nueva vida.
_ ¡Ah, pero qué bien!... realmente te queda muy bien…!..¡muy pero muy bien….!
_ Necesito sentirme linda…. y amada

El “te felicito querida” fue acompañado por Fernando con una indiscreta manito a la cintura, y un poco paternal beso en la mejilla. La renovada mujer dejó caer algo, como de nervios, lo recogió y se fue. Y en ese simple acto, y con la inundación excesiva de saliva en la boca de este santo varón, comienza la pavorosa pesadilla que se viene augurando en toda esta desquiciada historia.

El hombre sintió los estímulos erógenos que la liga, sabiamente colocada en el preámbulo de un culo bien parado, generaba ineluctable en un caballero del temple y el buen gusto de Fernando, pero ahí abajo… no pasaba absolutamente nada. Mustia y colgante su virilidad, arrastró en su caída y fofura, toda posibilidad de alegría y autoestima. Hacía semanas, desde aquella morocha, que su amada virilidad yacía muerta en su mortaja de algodón, sin dignarse a levantar la cabeza, siquiera para despedirse y agradecerle tantos buenos momentos que pasaron juntos desde la preadolescencia. Sumido en la más horrible depresión, se sentó en su sofá de siempre a escuchar la música de siempre, y a tomar whisky como nunca. Silvina lo dejó tomar: La presa estaría más vulnerable si se hallaba ebria.

_ ¿Puedo ayudarlo en algo señor?
_ N… no, creo que no…
_ Es que lo veo muy triste – se sentó sugestivamente, luciendo el interior de su escote a la luz de la lámpara.
_ Si, Inocencia, estoy muy triste
_ Pero… ¡dígame.. qué le pasa!
_ Es que… parece que me estoy volviendo viejo…
_ ¡Vamos!... si estaría viejo no tendría todas las lindas novias que tiene..
_ Pero no me duran… la última… es… ¡es que tengo problemas!. Eso ¡tengo problemas! ¿entendés?. _ La astuta mujer tomó suavemente la rodilla del hombre y se acercó, insinuante y confidente, hasta la misma frontera de la zona de riesgo.
_ ¿Quiere que le cuente un secreto? –La voz de la mucama fue poseída por una extraña sensualidad. Fernando no prestó atención.
_ ¿No me va a echar si le cuento? _ (Ahí sí que reaccionó el muy tonto).
_ Contame, Inocencia, nosotros YA somos amigos _ Acarició la cabeza de la niña (no tan niña) y esta se sacó la coronita de encaje, dejando caer sugestivamente sus largos cabellos de negra seda. Fingió timidez, como para ganarse un Oscar.
_ Yo, yo… ¡deme eso! _ la mujer le arrancó el vaso, se tomó de golpe su contenido y dos contenidos más. Su histrionismo derivó en la imagen de una muchacha ingenua, ebria y en completo estado de celo.
_ Yo lo espiaba… cuando hacía ESO con sus novias… ¡y me daban ganas!.
_ ¡ A la mierd… pe… pero Inocencia!

La mucama se largó a llorar abrazándolo. Quedaron unos segundos intercambiando mutuamente insinuaciones de manoseo, pero ninguno de los dos se animaba a tomar la iniciativa. Ella gritaba… “¡Nunca un orgasmo, NUNCA!!!. ¡Y ellas tienen cinco…con usted, NUEVE llegué a contar!!! ¿Por qué NUNCA tuve un hombre como Usted? ¿Por queeee?¡Condenada a espiar y a masturbarme para gozar!... ¿Por queeee? ”. El heroico “Yo te voy a dar, para que tengas!” de Fernando no se hizo esperar, pegándole una soberbia manoseada y chuponeada en el sofá de las delicias. Pero Silvina, en pleno apogeo de excitación desenfrenada, al borde del triunfo y de un precoz desahogo, se dio de narices contra el efecto residual del Sedapenex forte. Había caído en su propia trampa.

XIII

Sería una nota de supersticioso mal gusto culminar la obra en este capítulo: El número trece. A modo de descanso, antes de desencadenar la crueldad literaria final y como para que el lector renueve sus fuerzas, reconstituya en parte la integridad de su sistema nervioso, y tenga la oportunidad de ir al baño a cambiar el agua de sus aceitunas, relataré en modalidad prácticamente periodística, la continuidad de los hechos.

No hubo parte de su cuerpo que la mucama no refregase en el aniquilado órgano del pobre Fernando. Horas permaneció desnuda y agachada a su lado, obstinada como una mujer guardavidas que intenta revivir a un extinto ahogado, pero a pesar de sus esfuerzos, la única cabeza que se levantaba para tomar aire y luego bajarse, era la de Silvina.

Los frustrados amantes se hablaron largo tiempo mirando el techo, hablaron de la vida, ya que otra cosa no podían hacer. Intercambiaron los más profundos sentimientos y se enamoraron. Nunca Fernando había sido comprendido tanto por una mujer, sobre todo en su dolencia. Tenía la extraña sensación de que esa mujer lo conocía íntimamente de toda la vida.
Silvina pensó en la excelente oportunidad que se le presentaba, pero para tomar definitivamente el trono, debería rescatar al “cetro” primero.

“Te hice un licuado que te va a dejar como nuevo”. La mucama accedió con agrado a los pedidos de Fernando para que lo tuteara, y este accedió al licuado con entendible desesperación. El hombre bebió con fruición el brebaje de miel, huevos de codorniz, whisky, apio, nueces, queso azul, dos bananas, un bardhal máxima compresión, tres pastillas de Viagra y un frasco de Parapitol plus jarabe (por las dudas).
Fernando se repuso del preinfarto en solo 3 días gracias a la magia de amor y del electroshock. Encontró en su despertar a sus dos compañeras mas queridas firmes e inseparables durante toda la convalecencia “¡Que afortunado soy y que bien se van a llevar las dos!” , se dijo mirando a Silvina, y a la graciosa carpita que levantaba en la sábana su juguetona y reciclada hombría.

Luego de la internación en la clínica, la pareja se internó dos semanas en el departamento que fueron como un paraíso de sábanas y licuados. Ambos reencontraron el amor de sus vidas.
La pareja viajó por el mundo, Fernando era feliz con sus CD y su hogar en orden y con sus ropas y provistas correctamente estibadas. En el baño nunca más faltó papel ni toallas. Silvina le regalo otra camisa egipcia, eso fue en el viaje a Egipto, en una mesa de saldos (las mujeres… siempre son mujeres). Fernando soportaba sonriendo con la paciencia del amor, los aberrantes discos de Luis Miguel, de Cheyene y Christian Castro, que escuchaba su ex esposa, su ex mucama y su actual amante, para ponerse romanticona.
En poco tiempo, y haciendo justicia a la leyes de la probabilidad y el uso frecuente, la mejor mucama del mundo quedó embarazada. Esa era la punta de la sombra que se cernía ya sobre nuestro héroe y mártir.

XIV

No vamos a culpar a la inocente criatura en ciernes, de los designios de la causalidad y sus efectos colaterales. La criatura era un efecto más, de la provocación al destino en la que incurrían los amantes con su indolente forma de vivir y de pensar. En un gesto de caballerosidad con ribetes de masoquismo, Fernando le propuso, le insistió, le ordenó a su amada tomar a una mucama. Por su flamante estado de gravidez. Silvina aceptó con orgullo el gesto de su reconquistado amor, y llamó tentada por el aviso de MUCAMAX, una nueva y floreciente empresa de limpieza doméstica, que manejaba una red de franquicias en todo el país. Durante la tarde, la empresa le envió un “acount manager” para relevar las necesidades del hogar, asignar personal idóneo, cotizar el servicio y en lo posible… concretar el negocio. Como no podía ser de otra manera, Silvina le dijo que lo iba a pensar, la vendedora profesional, le dejó un catálogo que anunciaba “Mucamax limpia max” y le dijo que pasaría al día siguiente, para “formalizar la operación”.

Como decíamos, la criatura no tenía la culpa, pero tuvo que soportar la lluvia de ácidos y el revoltijo de la tormenta emocional que se desató en pleno vientre de Silvina, cuando esta abre el catálogo y se descubre en la foto como presidenta de la empresa, como un ejemplo de mujer emprendedora y ejecutiva… ¡A su propia cara!... ¡A Inocencia, su mucama transformada!. El folleto explicaba que la emprendedora, divorciada, con el dinero de la venta de SU departamento y los amplios conocimientos de las necesidades del ama de casa de hoy, además de los adquiridos en un curso de management en videocasete, auspiciado por la Universidad de Oxford, al módico precio de 36 cuotas de $12,99, se había lanzado a conquistar el mercado con un éxito sin precedentes. Había también un recorte de la popular revista “Conchazos Empresariales” que la coronaba como la mujer del año.
La vida le demostraba otra ley de sabiduría, magistralmente expuesta en el momento más oportuno de la historia por el Duque de Wellington: Culminada a su favor la sangrientamente célebre batalla de Waterloo, entonces le dice a su hombre de confianza: “Si hay algo más terrible que la derrota, es el espectáculo que nos ofrece la victoria”.
Silvina tomó el teléfono para descargar sobre la traidora todo su repertorio de insultos, pero luego de pasear por gran parte del conmutador automático de la empresa, una experta en atención al público le explica que la presidenta esta de viaje de negocios por Europa, con intenciones de extender al mercado común la avasallante red de franquicias de la empresa.
Pensó en el suicidio, pero bajó un poco su mirada y se encontró con un buen motivo para seguir viviendo: Sobre la mesa ratona estaba el presupuesto que le habían pasado, era más que conveniente y encima con una oferta imperdible: Si confirmaba antes de las 24 hs le obsequiarían con un set de escobillón, escoba y palita basurera.
Silvina hizo el acuerdo y cuando recibió el set, sus ganas de vivir se renovaron plenamente. Pero poco duraría esta felicidad, la mano del destino, como todos sabemos, es implacable.

La nueva sirvienta era fea y el uniforme de la empresa totalmente asexuado, los estudios de mercado habían aconsejado estadísticamente para el target domestico utilizar mucamas feas: Esto dejaba a ambos usuarios tranquilos con el servicio: La mujer no celaba y el hombre no intentaba meter mano en los recursos humanos de la empresa, dos causas determinantes de anulación previa del comodato. Pero a pesar de todos los esfuerzos y estudios de los profesionales de Mucamax, contratados nada menos que en Paraguay, (un país que se caracteriza en el Mercosur por su fuerte exportación de mucamas como única actividad legal exportadora); a pesar de todo, decíamos, la mucama de Mucamax era simplemente una mucama max, con todos los errores involuntarios y no tanto, con ese sentimiento destructivo hacia todas las cosas buenas de la vida, en especial para las viandas… y para las ropas.

Un grito de dolor sobresaltó al hombre y al bebé que dormían juntos la más tierna de las siestas en el sofá del estar. El bebé lloró, pero el hombre afortunadamente pudo contenerse. En la instintiva lucidez de su emergencia, acomodó afirmando al irritado angelito entre los almohadones y corrió hacia el lavadero, de donde procedía el angustioso lloriqueo de la mujer, a la que hacía muy pocos meses, había galardonado con sus segundas nupcias.

FIN

Epílogo muy breve:

Un segundo alarido se escuchó, fue de Fernando. Algunas historias pretenden confirmar el mito, de que el grito de horror fue tan fuerte, que hoy en día sigue resonando, de vez en cuando, entre un tímpano y otro, de casi todos los hombres.














Texto agregado el 29-11-2004, y leído por 1299 visitantes. (0 votos)


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