La tarde la encontró sin palabras sentada sobre las ramas del viejo roble. Eran ya las siete, había permanecido allí ya más de una hora. Su vista fija en el lago, antes celeste, ahora de un color púrpura. Era tarde, debía volver. ¿cuántas veces había contemplado ese paisaje?, ya ni lo recordaba. El sol escondiéndose detrás de los sauces que recortaban el horizonte dejando ver entre sus hojas pedazos del cielo aun rozado, el agua calma. A lo lejos se podían ver la luces de la casa a la cuañ varias veces habría querido tener más cerca, pero no ahora, ya no temía a las sombras como cuando era chica.
A medida que se adentraba en la noche la angustia se volvía cada vez más intensa. Abrumada por el calor, presa de la nostalgia recordaba.
El frío, su cuerpo acurrucado en aquelos brazos que a pesar de ser fuertes la rodeaban cual si fuera una rosa. Sus ojos acariciaron los los rasgos definidos de él, que con su mirada verde la colmó de ternura. el tiempo se había detenido para ellos, la noche había sido perfecta. También la última.
fue brusco, ¿cuánto lo había amado?, no alcanzó a decírcelo. ¿cómo iba a hacerlo? si la noche ahora se volvía día y su vida desvaneciéndose frente a sus ojos. El vacío contrajop so estómago. Quién sabe por cuanto tiempo estubo allí, inmóvil, mirándolo sin consuelo, viéndolo irse.
El horrible sonido de las sirenas policíacas pobló el amanecer. Desgraciado el ladrón hoimicida escapaba de su miseria no había dudas y su destino era la cárcel. |