Cap. I
- A la una... a las dos... a las tres... vendido al joven de chaqueta roja.
Cap. II
- Es una pieza invaluable de tu colección ¡Felicitaciones!
- Gracias papá. Es un libro de literatura francesa.
- Debe haberte costado mucho dinero.
- No, la verdad que lo compré en esas subastas donde rematan los objetos para deshacerse de ellos. Es una lástima que sea así...
- Bueno, siempre he dicho que no es rico el que más tiene sino el que valora lo que tiene.
- ¡Ay papá, siempre con tus dichos! -sonrió el joven- Gracias de nuevo.
Le propinó un buen abrazo, lo llevó hasta la puerta y se despidió.
Regresó a la pieza donde se encontraba el libro. Miró cada página con detenimiento. Se enamoró tanto de su escriptura que buscó el tipo de letra en un viejo catálogo, y llegó a una página que tenía por titulo: letras de los años 1920-1930. Allí encontró el formato que andaba buscando y cayó en cuenta, por primera vez, que había adquirido una reliquia (ya que en sus tiempos ni siquiera se utilizaban los medios impresos). Regresó al libro. Mientras pasaba las páginas con su pinza de oro, costumbre clásica entre los coleccionistas, encontró lo que parecía una carta de amor, hasta que la abrió con sumo cuidado y descubrió que era una tarjeta de cumpleaños. Esta decía:
Querida Irene: siento no poder ir a visitarte como lo
hago todos los años. Perdoname por mi ausencia.
T.Q.M.
Primo Carlitos.
- Parece más un telegrama o una excusa liliputiense que una tarjeta de cumpleaños. ¡Este tipo debe haber sido un desalmado! -pensó en voz alta mientras decidió no distraerse más. Continuó observando la carta y descubrió que tenía destinatario: Rodríguez Peña 4345. Buenos Aires, Argentina. Miles de preguntas poblaron su mente, a las cuales tuvo que responder un tanto resignado y un tanto excitado:
- Sí, voy a ir a Argentina a descubrir los personajes de esta historia y a conocer la casa. Siempre curioso como suricato decía mi padre - recordó. Empacó la ropa suficiente y llamó a la agencia de viajes. Después de una hora y media todos los puntos de la lista de "lo que tengo que hacer" estaban marcados. Se acostó a dormir, no sin antes ensoñar sobre la aventura que le deparaba.
Cap. III.
A la tarde siguiente se dirigió al TP (Tele-transPorta-puerto). Allí lo esperaba la cabina en la que iba a viajar. Se introdujo en ella y lanzó un adiós a la gente presente. Un instante después estaba en la ciudad de la orquídea solar gigante y de las anchas avenidas (que ahora no eran más que veredas). Respiró el aire de la metrópolis y se dirigió, sin perder el tiempo, a la dirección de la casa. Eran las seis en punto.
Cap. IV.
La casa lucía en perfectas condiciones. Se había convertido en museo en el año 2000 y la compañía que tenía la concesión se mantenía vigilante de la mantención de la casa, pues era el único motor de sus ganancias. El joven decidió tomar un tour para conocer la casa profundamente.
- ¿ Cuándo se construyó la casa ? - preguntó al guía.
- En el año 1.835 aproximadamente.
- ¿ Y para qué tiene esos souvenirs de varios países ?
- Porque una casa no es hogar sin las cosas que no sirven para nada.
- En eso tienes razón, aunque la gente ahora es mucho menos consumista.
- Si. Volviendo a los objetos... allí tu ves libros de literatura francesa. ¿ A quién le interesa esa basura en estos días ?
El joven rió y supo que el guía no sabía lo que estaba diciendo.
- Necesito ir al baño – dijo el joven.
- Es al fondo a la izquierda. Solo te recuerdo que el museo se cierra a las siete y cuarto.
- Está bien.
Apuró sus piernas mientras contenía las ganas de relajar los músculos urinarios. Llegó al baño y, al salir, se dio cuenta que se había trancado la puerta. Sintió desesperación y luego, sintió aun más desesperación cuando escuchó las campanas que anunciaban el fin de la jornada. Luchó contra la cerradura, pero ya nada podía hacer; en el sistema electrónico del museo había un error que cerraba las puertas cinco minutos antes que cerrara el museo. En definitiva solo podía esperar.
Cap. V.
Se quedó dormido por un par de horas hasta que un ruido sordo e impreciso lo despertó. Algo había leído sobre presencias extrañas en la noche pero no lo creyó en su momento; ahora su creencia estaba por cambiar. Le entró tanto pánico que quiso salir corriendo. Abrió la puerta casi milagrosamente y miró hacia el frente, ya que los ruidos provenían de la cocina. Allí estaban las figuras ectoplásmicas de visibilidad dudosa: los fantasmas. Eran cuatro. Se quedó sin fonética. Lelo. Trató de comunicarse con ellos al balbucear palabras que resultaban ininteligibles (la verdad que todo este encuentro rondaba alrededor de este adjetivo), y no pudo contener las lágrimas desesperadas cuando reconoció a uno de ellos: su padre.
- ¿Padre? –preguntó el joven mientras ya no sabía si estaba vivo o muerto.
- Hijo. Me gustaría explicarte tantas cosas...
- Padre... ¿ Qué haces TU aquí ? Nunca pensé...
- No hables más. Déjame explicarte. Ellos son Irene, Julio (su hermano) y Carlitos (el primo). Esta casa tiene el poder mágico de permitirte percibir a la gente de la otra vida que deseas conocer o que amas. Así Irene y Julio percibían a sus bisabuelos, a su abuelo paterno y a sus padres casi todo el tiempo. Escúchame hijo. Solo quería decirte...
- No lo digas padre mío, por favor. No digas que no te voy a ver más -se encontraba aun sollozando.
- Hijo, solo quería decirte que nunca me sentí pobre porque valoraba lo que tenia; te valoraba. Hijo, yo te amo y quiero que sepas que, ahora que no me tienes, necesitas aprender a valorarTE.
Se envolvieron en un abrazo ficticio, el joven conversó un rato con los personajes de la otra vida y luego se marchó. Regresó a su ciudad natal y se lanzó en busca de nuevas emociones...
- A la una... a las dos... a las tres... vendido al joven de chaqueta roja. |