-Quizá nunca debí haber vuelto, ¿verdad? –les digo mientras monto en el autobús.
Aquellos que han venido a despedirme, un día les llamé amigos. Algunos me miran con caras de preocupación, porque no saben que haré en cuanto llegue a mi destino; otros me miran con odio y resentimiento, porque en realidad nunca quisieron que estuviera con ellos... La lista es infinita, porque la mayoría de ellos mezclaba sus miradas y sus gestos.
Supongo que todo ello comenzó la noche de Navidad... Volví del pueblo para pasar las Fiestas con mis amigos. Con el frío que hacía, todos estaban “refugiados” en el interior del Corte Inglés... Excepto yo. Llevaría ahí más de media hora sin hacer nada, y me decidí por dar un paseo aéreo... Me quité todo aquello que me molestaba, es decir toda la ropa del torso, y me encorvé un poco; el proceso es doloroso, pero nada me satisface más que ver su fin... La cuestión es que al encorvarme salieron a buscarme, para que no me quedara allí, y vieron algo que nunca debieron ver...
Quizás llevaba ya otra media hora por ahí, cuando me decidí a entrar... Y me dijeron:
-Supuestamente no hay secretos entre todos nosotros, ¿verdad?
-Supongo que no, ¿por? –contesté despreocupado.
-Por esto –al decirlo, uno de ellos saca unas pocas plumas negras-. Vimos como te salían unas negras alas de la espalda.
No reflexioné lo que hice, sólo desplegué de nuevo las alas y desgarré toda mi ropa. Después dije “¿Y qué?” y me marché... Volví un momento y dije: “Si realmente sois como me hacéis ver, vendréis a despedirme a la estación de autobuses.”
***
El viaje es monótono en el autobús... A media hora de salir de la ciudad me llega un mensaje al móvil: “Me parecieron bonitas tus alas”
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