No era muy tarde para salir en micro y bueno, no tenia otra posibilidad; me estaban esperando.
Cerré lentamente la reja roja que cercaba mi casa del resto y caminé a través de las usuales calles.
El pasto yacía verde, el cemento gris y algo caliente, pues había sido una tarde muy calurosa llena de noticias extrañas.
Mi prima Ale se casó con su novio, un paraguayo que vivía acá en Chile y trabajaba en el ejercito, no se que hacia, pero si se que la noticia desagrado bastante a mama. Es quizá simple entenderlo. Mi madre fue torturada y perdió un hijo durante la dictadura militar.
¿Suficiente para que le moleste que el esposo de su sobrina sea milico? Para mi si. En todo caso, el tipo es bueno, así parece. Yo lo he visto un par de veces y me ha tratado bastante bien, de hecho, creyendo que era uno de esos fanáticos del fútbol, me trajo una polera del Cerro Porteño, bien fea por lo demás. < ¿Te gustó?> Me dijo.
En definitiva tuve que mentir descaradamente por un buen rato, por que después se puso a contar la historia del club y los títulos ganados y demases cosas demasiado estupidas como para esforzarme en comprenderlas.
Por lo menos mama no tendrá que esforzarse en ir a verlos ni nada por el estilo, pues, ellos se van a Paraguay dentro de dos meses. Allá serán felices supongo.
Allá ellos, Acá yo. Sentado, esperando la micro.
La calle, igual que siempre, con un transito moderado e igualmente moderados bocinazos, provocando también, moderados ladridos de los quiltros que pasaban hoy por allí. Al tomar la micro esos sonidos, a veces desagradables, me acompañaron estirándose y luego esfumándose hasta que aparecía otro auto u otro perro que volviera a pronunciarlos.
Los pequeños ojitos verdes que me acompañaban en el asiento contiguo, creo que no se percataban de estos detalles del viaje que probablemente hacia todos los días. Tampoco los ojos negros tras mío, ni menos esos que no alcanzo a distinguir desde acá adelante. ¿Que pensaran?

Me arriesgué. < ¿Que piensas?>
Y pasó por mi lado afirmándose de mi hombro para no caerse. Luego, se bajó sin despedirse.
Había dejado de escuchar y pensaba ensimismado en qué, ella habría estado escuchando. ¿Las bocinas y los ladridos? Quien sabe.
A pesar de la intriga que me producía el no saber que estaba escuchando, noté que tenía un precioso acento argentino. Era "re suave", era "re dulce". Y sus labios, " re finos", pero no anoréxicos, simplemente finos. Y bueno, rosados. Ahora que lo pienso, era "re linda". "Sos re linda" tuve que haberle dicho. Pero no era la mejor opción, pues, no acostumbraba a repetir mis frases. Y esta ya la había dicho con otra. Esa otra que por ahí estaba, supongo, viva, feliz y contenta. Con sus ojos malditamente pardos y sus labios crueles. Debía estar por ahí.
Casualmente (quizá no tan casualmente) el lugar donde me encontraría con Carlitos quedaba a dos cuadras exactas de la casa de Laura (la Otra).
Al bajarme de la micro me sorprendí a mi mismo pidiendo (no se a quien) que no me encontrara con la otra, pues seria un poco, tan solo un POCO catastrófico.
Caminaba nervioso, cabeza gacha imaginando la escena del encuentro con Laura. Llegué incluso a sentir su aroma antes de llegar al supermercado, donde me debería haber estado esperando Carlitos. Pero no era así. No tenia hora tampoco como para saber quien estaba atrasado, el o yo. El súper estaba cerrado como para preguntarla, pero la farmacia del lado no.
Miraba extrañado la cantidad de productos que almacenaban. Más que farmacia parecía mall. Incluso vendían peluches.
Luego de que el guardia me observara con desconfianza (presumo que fue por mi ropa) me dirigí a la caja.

Me sorprendió desagradablemente la respuesta y mirándola con cara asesina me apresuré a contestar. Pero antes de poder siquiera empezar escuché un breve. Por reflejo mi vista fue hacia el sonido y allí me encontré con ella.
Mis parpados se cerraron por un segundo, quizás como defensa inútil, al frío que recorrió mi cuerpo por unos segundos. Ahí me quedé. Quieto. Ojos abiertos, cabeza gacha. No escuchaba nada. Mis manos flojas se convirtieron en puño, mis mandíbulas se presionaban, las gotas del sudor y de la angustia corrían por distintos lugares de mi cuerpo, ya antes tocados.
Respiración acelerada. Mirada perdida bajo el suelo de la farmacia. Hacia calor, me sofocaba. Levanté mi brazo izquierdo para frenar el paso del agua-sudor inquieto en mi frente. No fue suficiente, seguían caminando por sobre mi cuerpo, por todas las partes de mi cuerpo. Las piernas, los brazos, la frente, los labios, los pies, la entre pierna, y especialmente en los ojos. Una de estas gotas rebeldes se lanzó al vacío. El aire la frenaba pero no era suficiente, proseguía su camino suicida. Todo era lento y su caída libre se había convertido en una, absolutamente tediosa y tensa.
La llegada fue un estrepitoso escándalo, como si mil botellas de vidrio reventaran junto a mí. Hasta un sordo pudo haber escuchado.
Con el estruendo, volví a escuchar todo de la usual manera. Los pititos de las cajas, las voces finas pronunciando "numero 45" y un choqueante, < ¿Cuanto cuestan estos condones?>
Rápidamente levanté la vista y la encontré a ella, junto a un hombre, al frente una vendedora y en su mano izquierda... una cajita bien colorinche.