¿Sabes? Anoche también soñé contigo. La verdad es que es raro cómo ocurren las cosas: cómo una sombra, una cara más, un nombre que al principio no es muy diferente de otros diez mil nombres, va tomando forma, y quién sabe de dónde nació ese interés, de donde surgió todo. Un gesto, a lo mejor. Quizá algo que dijiste. No lo sé, y la verdad, tampoco importa mucho: no quiero saber qué es lo que busco en ti, ni que es lo que me atrae, ni quiero comprender qué es lo que está pasando. Prefiero dejarme llevar, y dejar también que las cosas ocurran, o que no ocurra nada. Abandonarme, esta vez, y no hacer nada. Quiero decir: no abrir por una vez la bocaza, no hacer olas, no tocar, no provocar tormentas ni tempestades, aunque sea por una vez. Por una vez solamente, no ensuciarlo. Despertarme con esa sensación pacífica de que las cosas podrían ser de otro modo, y fantasear un buen rato con ello, mientras me tomo el café, medio dormido todavía, y repaso las diez mil una cosas que toca hacer ese día. Parar después un rato, en medio de ese vértigo, y acordarme de ti, e imaginar qué puedes estar haciendo y echarte tánto de menos que quisiera vivir dentro de ti, aunque jamás hemos estado juntos. Y volver a recordar lo que no ha ocurrido nunca justo un segundo antes de cerrar los ojos y tal vez volver a encontrarme contigo.


No quiero poner nombre a lo que siento, me niego. Ponerle nombre sería como matarlo, sería igual que meterlo en una jaula de grillos, y además podría ser y no ser tantas cosas que es mejor no atreverse a mirar dentro de ello, no pensarlo siquiera. Podría ser gratitud: hoy me siento mucho más joven que hace un mes, que hace un año, o diez. Podría ser egoísmo: todo es posible ahora, lo mejor y lo peor, cuando hace sólo unos días no había más camino que el de la obligación y el aburrimiento. Es la vida otra vez, y es el camino que vuelve a estar ahí, después de tantos meses de barro y de arenales que hacía que se te hundieran los pies hasta las rodillas. Podría ser simplemente el deseo de encontrarse a uno mismo, perdido, y otra vez reencontrado, dentro del laberinto de otra persona. Pero también podría ser otra cosa, podría ser esa cosa que tánto cuesta nombrar, eso que mete miedo por su misma grandeza, como podría ser nada, un sueño que he tenido o has tenido tú y que sólo ha durado lo que duran los sueños. Eso es lo bueno: que aún no tiene nombre. Es sólo un brote, que podría ser un árbol, pero no es momento ahora todavía de pararse a averiguar cuál es el nombre del árbol, ni qué tipo de hoja tiene, ni si dará algún fruto para la primavera de este año o del próximo. No hay proyectos, ni hay nada, y a la vez todo es lícito, aún podemos ser lo que nos dé la gana, sin guiones ni trampas, ni obligaciones, ni promesas incumplidas, ni decepciones, ni reproches, ni llantos. Podemos atrevernos y arriesgarlo todo o dejarlo pasar. Podemos ser amigos, o enemigos, o extraños. O amantes, incluso. Podemos dar el paso o reconsiderar si todo esto no es más que una locura de dos insensatos, o seguir jugueteando a que hay pero no hay, y quizá podría haber, y a que tal vez haya algún día, quién sabe.


Pero poco importa. Yo no hablo del mañana: hablo de ahora, y hablo de que anoche también soñé contigo. Tú estuviste aquí. Y me he despertado feliz, como un idiota, como si no supiera que empieza a hacer frío ya, y he sabido que hoy iba ser el primero de un millón de besos, y he salido a la calle con esas alas nuevas cosidas a mi espalda y mi corazón lleno otra vez, y latiendo.


Y así es como me siento, y lo digo, aun a riesgo de quedarme desnudo, porque necesito gritarlo a viva voz. Y los demás, reíos, si queréis. Me da igual. Soy yo y es ella. Y el resto es niebla y humo y es mentira y sois nada. Comparsas, solamente. Ojos que miran y juzgan sin saber y bocas que hablan y dedos que apuntan a sus propias miserias en el cuerpo de otros.