De modo que nos empezamos a seleccionar: Aquella con los ojos verdes, aquel atleta, la morena intrigante del aeropuerto, el doctor en ciencias.
Y Darwin y Darwin,
esa realidad vaga que nos da forma, donde un día emerge un monstruo atractivo, que perpetúa su especie en un baile de inoculación; un monstruo feliz, cada vez más feliz y evolucionado, cada vez con menos nariz y más ojos verdes, con más grados académicos y menos escuelas técnicas.
El hombre mono y el hombre éxito, con un beso travesti y numerólogo que no son seleccionados y se pierden y se pierden.

Por ahora está la alegría, la satisfacción del tratado de libre comercio, y el barrio alto y el barrio alto, y el mall.
Cada vez más abundantes los humanitos modernos y salados, en sus autitos rojos
motorizados.
Llenos los edificios y las ciudades hasta la coronilla,
y la biósfera atestada de ozono y de McDonalds.

De modo que nos empezamos a seleccionar,
y Darwin y Darwin.

Y el final, el final,
el ruido que nunca acaba.

Al final, está la muerte.