Carta de un sibarita a su amigo naturista:
Ah, querido amigo, cuando se trata de la mesa, ¡Qué difícil se hace establecer la ecuación óptima de la vida, el equilibrio entre la duración y el goce!.
Debo reconocer que el mundo del naturismo recién comienza para mí, inducido por la más básica necesidad de placer, como lo es la ausencia de dolor. En este caso el dolor de mis articulaciones provocado por el exceso de peso, y de ácido úrico, y de mi riñón derecho, que ya está en su momento justo para la parrillada de algún caníbal o para que lo cocine como corresponde: bien lavadito y al vino blanco, con provenzal, y una delicadas papitas.
Quizás no tenga suerte de principiante, pero a pesar de mi vasta experiencia culinaria, he comprobado que el arroz integral sabe a guía telefónica vieja y tiene, apreciada desde los dientes, la molesta consistencia del corcho hervido; y que la harina integral, en una pizza como la que hoy preparé, aunque uno le ponga un tercio de la harina “de verdad”, tiene un sabor a alimento balanceado canino, de los saludables, de esos “sin carne”, muy apropiados para perritos dedicados a paliar la urbana y merecida soledad de histéricas señoras de sexualidad amortizada.
Otro fracaso ha sido cocinar en almíbar de azúcar rubia, a los litchi, ese fruto exótico chino que tuvimos la suerte de conseguir juntos al precio de una estirada de espalda junto al árbol, un privilegio de pocos en occidente, estropeado por el fuerte sabor a melaza de esta azúcar tan sanita, toda una grosería para la extraña sutileza del litchi.
Realmente, cuando te escucho decirme con innegable sinceridad, que a vos estos reemplazos te saben igual, cuando leo el recetario que me diste, supuestamente para que pueda rescatar a través de él, al culto de la buena mesa que vengo ejerciendo desde el mismo momento en que probé el licor mismo de la vida, a través de las extraordinarias tetas de mi madre, pienso entonces, querido amigo, que tengo que aprender a cocinar de vuelta o que, (te lo digo sin la menor intención de ofenderte), tu paladar se ha dañado tanto como mi riñón.
Analizo tus promesas de larga vida y son muy tentadoras: vivir ciento veinte años sano en este mundo no es algo que debe dejar de considerarse, pero tus dietas, recetas y plan de nutrición, de seguirlas al pie de la letra, son un insulto a la alegría de la mesa y de lo que es para mí, gran parte de la vida, ¿Y entonces?. ¡Oh dilema entre vivir setenta años como un rey o ciento cincuenta como un monje o un internado de hospital, cuando también existe el riesgo de que un borracho nos arrolle con su camión a los dieciocho, a pesar de tener bajos los niveles de ácido úrico y colesterol!. Ni hablar del Apocalipsis, que ha sido anunciado una vez más, para dentro de ocho años, en los que apenas cumpliré mis tiernos cincuenta y cuatro añitos de mamífero omnívoro.
Yo me pregunto si Dios erró en el diseño, porque es evidente que en la mesa, todo lo exquisito hace daño, las más extraordinarias creaciones del arte culinario engordan, afectan al hígado y envenenan la sangre. Parece que lo único que cabe para ser sano es seguir la dieta del más sonso de los rumiantes, y correr y saltar como predador.
Además, este mezquino diseñador nos hizo a los hombres con sólo un miembro viril y a la mujer con tres cavidades altamente erógenas. También nos diseñó con solo dos manos, cuando una tercera sería tan útil para agarrar la tuerca, el tornillo y el destornillador, por ejemplo. O la botella, el vaso y la dama, El inodoro con mochila es un claro ejemplo de diseño para una tercera mano: Una para que no se caiga el pantalón, otra para que no se caiga la tapa y la tercera, para apuntar el chorro y hacer dibujitos.
A la mujer la hizo incompleta en la cantidad de manos: Dos para la escoba y una para la palita ¿Qué te parece?. Dos para tender la ropa y una para el broche. Dos para el volante, una para la palanca de cambios. ¿Qué nos hubiese costado ceder una costilla más? Justo a ella que tan bien se porta, comiendo verduritas, frutitas y yogures con cereal, en su sacrificada lucha por ganarse el orgasmo nuestro de cada día, con el sudor de todo su cuerpo, en el gimnasio..
Para volver al tema, hombre y mujer con tres manos: el batidor, el bowl y la jarrita del aceite, para hacer la mayonesa casera... ¡Y con un organismo como para bancársela!... ¡Eso sería un buen diseño!. Lo que pasa es que Dios, en esa época, no tenía computadora ¿Qué podemos esperar de un diseño “a puro dedo”?.
Espero que no vayas a tomar este escrito como una crítica a tu profesión, ya que estoy agradecido de por vida a tu terapia, que ha aliviado el flagelante dolor de mi pie, y está haciendo que mi silueta sea un poco más apetecible hacia las mujeres (dios me guarde), pero ya sabés que lo mío ha sido una obediencia a medias, que en la sinceridad integral (lo único integral que me satisface) de la amistad que nos une, y de ese taoísmo sui generis que cada uno supo adoptar, te he confesado mis frecuentes deslices hacia los buenos quesos, las carnes nobles y sorprendentes chacinados de poético sabor, también hacia los inspiradores fermentos de la uva y el cereal, y a las humeantes y níveas pastas provistas de más seso, más pimienta y más jamón, que la mayoría de las mujeres que conocemos.
Quizás deba seguir explorando tu saludable mundo un poco más y establecer un equilibrio, una alimentación que no me postre, y que no me deje sin postre. Trataré de negociar con la parca un módico lapso de setenta y cinco años, con la lucidez y el coraje suficientes como para acabar el juego el día en que deje de gustarme, o no me encuentre apto para los placeres de la mesa o de la sábana. En fin, te agradezco tu punto de observación, un extremo que, junto con el mío, hoy me incitan a enfocar al medio ideal. Abrigo la esperanza de encontrar el Tao de la Mesa, así como comprobamos ya que existe el del sexo: Esa sabiduría que nos permite gozar más en calidad, cantidad e intensidad, mientras nos curamos y rejuvenecemos. Y sí, las quiero todas... ¿Será posible?.
Ahora te dejo, porque se me calienta la ensalada.
Un abrazo
Alejandro “El Loco”
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