Es difícil sepultarte
en los ataúdes de mi corazón
cuando desde el fondo tantas sombras dicen que es mentira.
Y dicen también que no puedo olvidarte,
corres por el cauce de mis venas
como, desesperadas, arrancan del otoño las hojas sempiternas,
como el río lucha por abrazar a las olas del verano
y el aire cree alcanzar la estela de Dios.
Un manantial que fluye al compás de lo imperceptible
y desemboca estas lágrimas en el arroyo de tu reflejo.
Un momento regalado por la vida,
para hacer de él algo hermoso
estirarlo hasta constreñir las arterias del tiempo,
forzar la eternidad para hacer de cada segundo una nueva vida.
Esconder en mi pupila tu sonrisa,
para mirarte con el prisma con que miran
las aves inmortales, las lápidas en el mar,
los besos de la muerte, la juventud que no acaba.
Eternizarte,
hacerte atemporal en los recodos de mi corazón,
sobrevivir en los residuos de tu pasado.
¿Seguirán llorándome el abandono tus ojos en la soledad?
¿Aún dirá tu sonrisa que me he ido para poder quedarme?
Gritos y gritos sucedáneos de mis entrañas,
que claman a gritos tu regreso,
que dicen que tú ya no estás pero que tus fantasmas siguen llorando.
Hoy, incluso, me cuesta hablarte,
decirte que yo también te quise,
pero que el tiempo se ha encargado de marchitar mi existencia.
¿Sabes? Quizá nuestro tiempo sea el mismo.
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