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Inicio / Cuenteros Locales / Diniz / El cuenco de arroz (Primer relato sobre los mersenitas)

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En el cuenco de arroz de Yi había algo extraño. Él lo notó al momento y acercó la mirada a su comida. Al principio no vio nada pero cuando sus ojos dejaron de fijarse en los granos de arroz todo empezó a tomar forma. A lo lejos se veían pequeños edificios, minúsculos pero hermosos. Uno en concreto tenía forma circular y era de color rosa pálido. Unos extraordinarios seres accedían a él con atuendos extravagantes. Una fiesta estaba a punto de comenzar en aquella esfera.
En su copa de licor, Here vio un reflejo inusual. No sabía lo que era, pero se mostró contrariado. Estaba en la gran inauguración del hotel Paraíso y una voz desde dentro le llamaba. Intentó, casi a empujones, salir del edificio y cuando estuvo fuera miró al cielo. No había nada raro. A los pocos segundos, sus ojos empezaron a ver una llamativa forma en el infinito. Un ojo gigante le observaba. Más grande que el mismísimo sol, aquella figura se le aparecía como una pesadilla.
Yi prestaba atención a todos los detalles. Las calles eran anchas pero tenían un extraño toque hogareño. Era como si toda la ciudad fuese una gran mansión. La idea le sorprendía. Aquellos seres, tenían forma humana pero sus gestos, sus miradas, su forma de caminar y todo aquello que marca las diferencias entre las personas y que al mismo tiempo las hacen tan parecidas eran como nuevos en todos sus conceptos. Sin ir más lejos, uno de aquellos personajes estaba a la entrada de la esfera rosa, de rodillas y haciendo gestos extraños. ¿Qué tipo de ritual sería? ¿Sería un saludo o una despedida, una declaración de amor, una amenaza? ¿Qué hacía ese pequeño señor?
¿Qué era aquel ojo gigantesco que aparecía más allá del cielo? Here se puso a vociferar pero la gente le miraba con asombro. Uno a uno, todos los presentes miraron al cielo, pero nadie veía nada especial. El ojo se movía y pronto apareció otro más. La mirada no era furiosa ni estaba llena de odio. Era una mirada curiosa y llena de dudas. El viento se agitó y el temor se apoderó de él. Se arrodilló y, para sorpresa de todos, empezó a gritar pidiendo clemencia. Sabía que iba a morir.
A Yi todo aquello le resultaba gracioso. Pensaba que era víctima de una especie de alucinación pero los asombrosos detalles que se escondían detrás de cada vestido, de cada vehículo y de cada persona le hacían plantearse su propia realidad. Sin duda, aquellos seres inteligentes existían de verdad y su civilización estaba asentada en su cuenco de arroz. Pronto entendió que el problema de las proporciones no crea el mito de su propia perplejidad. Sólo era una cuestión de puntos de vista y el Universo de aquellos pequeños seres era diferente al suyo o por lo menos estaba en otro nivel de concepción. Pronto pensó que quizá dos mundos paralelos se habían unido en su cuenco y que aquellas personas, felices y avanzadas, habían ido a parar ahí por una infeliz casualidad. Sus reflexiones le daban hambre. Quería comer.
La ciudad quedó envuelta en sombras y los gritos de Here pronto se vieron correspondidos por sus conciudadanos. Todo el planeta estaba a merced de un gigante. Los edificios empezaron a temblar y todos se dieron cuenta de que era el fin. El mundo se desintegraba y era aplastado. La sociedad perfecta, formada bajo los patrones del respeto y del sentido común que tantos sufrimientos había costado, era ya parte de una historia pasada. Justo cuando la esperanza ocupaba los corazones de todos los mersenitas la oscuridad se cernía sobre ellos. El destino cruel les esperaba pero dentro de algunos corazones, la esperanza quedaba viva aún. Ellos sobrevivirían.
El arroz estaba rico, aunque quizá un poco duro. Aquellos vehículos eran difíciles de masticar. Yi no sentía más que la necesidad de comer. Sabía que acababa de destrozar un planeta completo. Una forma de vida que dentro del juego imposible de las dimensiones y de las proporciones había ido a parar a su cuenco por la extraña forma de actuar del azar. No era consciente de lo que acababa de hacer pero en su estómago, la civilización más avanzada del Universo luchaba por sobrevivir. No era consciente de que con la muerte de la mayoría de aquellos seres y la vida de unos pocos de ellos, acaba de desatar el final de la propia Humanidad. La venganza estaba servida.

Texto agregado el 27-11-2004, y leído por 420 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
15-03-2005 Un cuenco repleto de cosas interesantes; un grano un mersenita, un cuenco, un mundo ¿venganza? ¡qúé venga! mi_mundo_paralelo_y_yo
12-02-2005 Es casi un cuento de niños... pero está delicioso, saludos. nomecreona
28-11-2004 Algo más, me encanta el arroz y este cuento es apto para todo publico de los que siempre se aprende en cualquiera de sus sentidos literarios y enseñanza de esta vida de hoy tan podrida y de tenuez luz en escasas ocasiones. luciernagasonambula
28-11-2004 ¡Si que te defiendes en esta modalidad!. Ha de ser por una sencilla razón, eres, creo, de espiritú infantil, no confundas, la amyoría de los hombres se ofenden con esta frase, no quiero decir crio, ni mucho menos, en todo caso receptivo como un niño, despierto a aprender con facilidad en el lenguage rico y extenso y por supuesto, lo más importante para mí, sencible ante cualquier relato que propongas en el papel. Creo que eres un hombre de los que hoy en día deben llevar nombre y apellidos grandes, no en mayúsculas, sino, en oro. luciernagasonambula
 
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