¡Cállense todos! Quiero decir algo, y requeriré que su señora quién está planchando que le quite a la misma el vapor y su ruidoso proceso que hace posible el ciclo del agua, que su hijo menor quién ve la televisión con enorme adicción la apague, y que su hija deje de utilizar de una bendita vez el teléfono. Lo que quiero decir, casualmente o causalmente, se relaciona. Simplemente me voy a quejar de los que hacen ruido y no dejan escuchar el silencio.

Oír es para cualquiera, ya no es una bendición. En nuestro país y en la mayoría de Occidente existe una impunidad auditiva que aumenta con el pasar de tiempo. Pero la gente, los oyentes, no considera esto como molesto, a penas si se preocupan. El ruido, sonido, barullo auditivo es de lo más cotidiano y aceptado. Desde las cosas más sencillas, como aquel amable señor que nos canta una canción desafinada en un tren, del que ofrece un partido de fútbol en plena calle mientras lava su auto, hasta aquellos recitales que se escuchan a 30 cuadras a la redonda.

Uno no tiene que soportar la serenata del vecino, los pasos entre las noches de quién ocupa el piso de arriba, la televisión que se apaga menos que el fuego olímpico o la asquerosa (por lo ruidosa) licuadora que hace que se nos caiga un lagrimal...
La música le ha sacado lo sucio a los ruidos, le ha devuelto paz al oír. Pero hoy le llamamos a un concierto de triángulo: música, y los seguidores hacen más ruidos que los cantores. ¿Acaso es interesante oír palmas? ¿Acaso no fueros a disfrutar de la música? o ¿es que tan solo quieren oírse entre los mismos? Me gustaría abrirme un poco más sobre la música pero no es el asunto en cuestión.

El silencio es desconocido, aún en los más sagrados templos uno no haya paz auditiva. Y cuando uno opta por defender la postura pro silencio se le acusa de ser una persona mala onda, aburrida, antisocial y etcétera correspondiente. Es que la gente no comprende que es necesario para uno poder reencontrarse en la intimidad. Que es necesario para poder disfrutar de la paz exterior. La postura que más ha defendido el ruido y sonido ha sido la contradicción. La famosa frase “Ya gozarás del silencio en tu tumba” pareciera criticar a los que defendemos esta postura, pues bien quisiera morir y resucitar solamente para poder utilizar eso que hoy es un privilegio. Pero ya ni eso, desde Recoleta a Chacarita ni los muertos pueden disfrutar del silencio.

Lamentablemente nuestro cuerpo cuando fue creado se olvidó de un protector de oído. Así como la boca se puede cerrar y tiene una lengua que difiere con gustos, unos ojos que tienen párpados para desechar las porquerías que le entran a uno al ojo, o la nariz que fabrica mocos para proteger que pasen las bacteria, al Todopoderoso se le olvido de nuestros oídos, tal vez al crear excelente experimento no creyó necesario una barrera auditiva por el simple hecho de que el único que podría atentar dolorosamente hacia él sea el mismísimo hombre.

Hoy ni yo puedo vivir en paz, que poseo de vecinos personas mayores. ¿Por qué? Tengo una empresa que fabrica matafuegos* a la vuelta, o sea, en frente para mi. Pensé que esto era ilegal en zona residencial (así como lo son los edificios), pero por lo visto una nueva ley lo aprueba. Ahora las leyes aprueban los recitales sin compensación hacia los forzados oyentes. Total al otro día en el trabajo podrá contar que escuchó Iron Maiden, Luis Miguel o Maná, es más dentro de poco nos cobrarán por oír.
Ah y por cierto, los edificios siguen sin permitirse.

En fin, en nuestra vida típica de un habitante en comienzo de Siglo XXI, el silencio será un mito de nuestros antepasados. ¿Saben cómo imaginaban artefactos, personas y hasta historias con solo ver las nubes? Simplemente porque el silencio les hacia un clímax que hoy es inexplicable.

¿Es que es acaso mucho pedir? ¡Cállense Todos!