Era un joven que trabajaba como Jefe de Capacitación del Comercio y Pequeños Industriales y Artesanos de Chile.
Se inauguraba el nuevo sistema de salud.
Un cóctel.
Ahí conocí a una preciosa rubia, bien formadita, encargada de promocionar el sistema.
Entre pisco sour y canapés nos gustamos.
Resultó que en los próximos días teníamos que estar en la ciudad de Los Andes.
Ella por el asunto de Salud, yo por el de Capacitación.
Combinamos irnos juntos a dormir a San Felipe y de ahí partir temprano a Los Andes para nuestras reuniones.
Nos encontramos en la estación de buses.
Era muy linda.
Cuando íbamos viajando noté que estaba triste.
-Te sientes bien-
-Sí, no te preocupes-
-Bueno es que te noté distinta-
-No seas tonto, no pasa nada-
Pero como buen escorpión, trato de llegar al fondo de las cosas.
Le tomé la mano y le acaricié el rostro. Le dí un besito en su mejilla redondita y sonrosada y ella se sonrió. Pero su sonrisa era triste.
-Algo te pasa. Cuéntame, quiero que lo pasemos bien, pero los dos-
-Lo que pasa es que soy casada. Mi marido está preso. Para venir contigo mentí en mi casa. Les dije que le habían dado permiso por unos días y que viajaría con él. Mis amigas me regalaron esta ropa- Abrió su maletita y sacó ropa de dormir y otras cosas- Por esto estoy triste. Pero no te preocupes, se me pasará-
Llegamos al hotel principal de San Felipe.
Dejamos nuestras cosas en la habitación y bajamos a comer.
No sabemos si uno de los dirigentes del comercio de la ciudad, que estaba comiendo en el hotel, nos reconoció.
Después de cenar subimos a la habitación.
Eran dos camas separadas por una alfombra.
La sentía lejana, pero era tan linda.
Se puso la camisa de dormir que le habían regalado sus amigas para esta nueva "luna de miel" con el marido prisionero.
Se acostó en su cama.
Como buen animal, no entendía mucho.
Me acerqué a y le dí algunos besos.
Luego empezé a tocarla por encima de su ropa.
Ella cerró sus ojitos y se dejó acariciar.
Pero al mirarla ví que le corrían unas lágrimas.
-¿Estás pensando en él?-
Abrió los ojos y me miró, como a un hermano.
-Sí-
La abrazé (como un hermano), acaricié su cabello, y me fuí a mi cama.
-Duérmete pensando en él, que no puede defenderte- le dije.
-Gracias amigo, gracias- me contestó llorando.
Cuando escribo esto, aunque los hombres no deben llorar, estoy llorando un poco.
Espero que sea muy feliz junto al ex-prisionero. Lo juro. |