¿Quién no ha tenido alguna vez un vecino homosexual cuya única compañía era su perrito? Y si no lo han tenido no pasa nada, seguro que conocen a algún amigo que os ha contado que lo tiene.
Esta es la historia de mi amiga, su familia, un vecino homosexual y su perrito callejero: Pepeillo.
Me contaba esta amiga que en el bloque de vecinos donde vivía antes con sus padres tenían un vecino llamado Juanito que tenía como animal de compañía un perro callejero y pequeñito llamado, como he dicho antes, Pepeillo. Su amo, homosexual declarado y alocado, de esos que todos llaman "mariquitas", era adicto a la marihuana, el juego, el alcohol y, como no, al amor libre. De hecho, todo lo que se pueda considerar un vicio, a eso era adicto Juanito. Como buen “mariquita” que se precie, llevaba a su mascota vestida sin que le faltara un detalle: pañuelo rojo de lunares blancos atado al cuello, coletero al pelo a juego y abriguito de lana en invierno para que no cogiera frío. Pepeillo iba todos los días hecho un pincel a la calle. A eso de media mañana, cuando Juanito ya había dormido el colocón de la noche anterior, perro y amo salían a dar una vuelta por el barrio. Pero cuando Juanito a los pocos minutos decidía volver a casa, Pepeillo que era muy callejero, se quedaba por el barrio vagabundeando hasta las dos o las tres de la madrugada. A esas horas de la noche pueden imaginar como estaba Juanito de marihuana y ron (hasta las trancas), así que cuando Pepeillo llegaba a la puerta de la casa tenía que ladrar, llorar y arañar la puerta para llamar la atención de su amo y así le abriera la puerta.
La madre de mi vecina estaba ya hasta las narices de que todas las noches a la misma hora la despertara Pepeillo con sus llantos y ladridos porque su gay amo estaba tan colocado que no le abría la puerta, así que un día comentó a su familia:
- como esta noche Pepeillo vuelva a despertarme, bajo a casa de Juanito y le toco al timbre. Si yo no duermo al menos fastidio al vecino.
A eso de las dos de la mañana, Pepeillo volvía de su paseo diario y, de nuevo, su amo no le abría la puerta. Comenzaron los ladridos y la madre de mi amiga se despertó. Se puso las zapatillas, se lío en el albornoz y se dirigió escalera abajo a tocar el timbre de Juanito. Pepeillo miraba atentamente a su vecina mientras dirigía su dedo al timbre. Din ... Don... La madre de mi amiga subió las escaleras silenciosa, rauda y veloz hacia su casa para que Juanito no le viera, pero se quedó escuchando en el rellano de su planta para escuchar lo que ocurría.
Cual fue su sorpresa cuando escuchó la puerta abrirse y decir a Juanito con la lengua trabada de la borrachera que llevaba:
- ¡Qué fuerte, Pepeillo, qué fuerte! ¡Cómo es posible que hayas dado al timbre! ¡Qué fuerte, Pepeillo, qué fuerte!
Desde entonces, en casa de mi amiga cada vez que viven, ven u oyen algo sorprendente dicen: ¡Qué fuerte, Pepeillo!
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