A Patricia... Espero que sepas captar la ironía.
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“¿Cómo narices he llegado aquí?” Cada vez que lo pienso me parece que soy más estúpido que la última vez que me lo pregunté. Intento recordar...
Al despertar esta mañana encontré una cuartilla escrita, en la que un sencillo acertijo me dirigió hacia una iglesia cerca del Corte Inglés. Allí mismo, encontré un segundo acertijo, no tan fácil como el primero, pero era lo suficientemente sencillo como para darme cuenta de que me mandaban hacia otra iglesia a la otra punta de la ciudad.
“Si están bromeando, ya les vale la tontería.” Pensé entonces, pero seguí hacia delante y continué resolviendo los acertijos. No sé porqué, pero era el único método de no aburrirme en la continua rutina que embarga mi día a día... O, al menos, embargaba.
Tanto acertijo me llevó hasta la Catedral, ya en una noche sin nubes en la que se podía ver la luna y unas pocas estrellas; ese aspecto nocturno embelleció aun más a la de por sí bella Catedral.
Como si todos se hubieran puesto de acuerdo, las casas, las farolas, los focos, las estrellas... Toda fuente de luz se apagó... Excepto la Catedral, que ahora emanaba una extraña luz pálida.
Llegué a abrir la puerta aunque pesaban demasiado, porque para mover esos portones tardé bastante. Y después... No recuerdo más.
Llevaré flotando en esta inmensidad blanca que debe de ser mi conciencia una hora o así... No puedo comprobarlo porque el reloj se ha vuelto loco (“Maldito chisme”). De repente, al fondo, se empiezan a formar dos personas que al final son como dos yo.
-¿Quiénes sois? –les pregunto.
-Somos partes de ti –contestan al unísono-. Ahora es cuando debes elegir por uno de nosotros.
-¿Cómo voy a elegir si no puedo distinguiros? –les replico... Y maldita sea la hora en que les repliqué. Ambos se encorvaron un poco y extendieron unas hermosas alas.
El de mi izquierda poseía unas alas blancas, impolutas, radiantes. El de mi derecha las tenía negras, como el más profundo abismo.
El de mi izquierda comenzó a hablar, viendo mi perplejidad:
-Yo soy la alegría de tu corazón, el optimismo, el amor...
-Yo soy la pena, la oscuridad, la tristeza, el dolor de tu corazón –interrumpió el de mi derecha.
-¡Ahora elige! -dijeron al unísono.
***
A la hora de volver a casa, vuelvo un tanto incómodo. Mi camiseta y mi sudadera no me dejan respirar, pues me aprietan demasiado. Al pasar cerca de mis amigos les digo “Tengo que estudiar, que tengo un examen el lunes” y me marcho... Me miran perplejos.
Han visto caer de mi espalda una pluma negra.
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